lunes, 11 de noviembre de 2024

¿Salir de dónde?


Apenas me vio se acercó rápido a donde estaba.

-¿Salir de dónde? -me preguntó, mientras me saludaba.

Como no entendía a qué se refería me limité a mirarlo, confundido.

-Ya sabes -siguió-, te escuché ayer… hablabas de salir de algún sitio, según recuerdo…

Dudé por un momento.

Tenía un recuerdo vago, pero sinceramente no sabía a qué se refería.

-Supongo que uno aspira a salir del lugar en el que está -improvisé, luego de un rato.

Hubo un breve silencio.

Él asintió mientras parecía reflexionar sobre mis palabras.

-No es necesario que le des tantas vueltas -le dije.

Él me miró extrañado.

-Después de todo no soy un genio -mentí.

Entonces dijo algo más, pero de esas frases que se dicen solo por cumplir.

Por lo mismo, no le presté atención.

Solo me fijé en que parecía decepcionado.

Entonces, pensé en decirle que era un error decepcionarnos de cualquiera que no sea uno mismo, pero luego decidí que era una frase demasiado pretenciosa, y me la guardé.

En cambio, le dije otras palabras que, si bien en apariencia eran igual de pretenciosas, me parecían lo suficientemente honestas como para ser dichas.

-No nos escondemos para no ser encontrados -le dije-. No sé si te das cuenta, pero en el fondo, aunque nos ocultemos, siempre dejamos un pie fuera… Ya sabes, algo de nosotros para que se siga viendo y alguien nos descubra.

-¿Y en tu caso qué sería? -preguntó.

-Un nombre -le dije-. No debiese decir nada, pero te adelanto que es un nombre.

Por un rato nos quedamos en silencio.

-¿Vian…? -preguntó.

-¿Qué pasa? -contesté.

Pero el pareció desistir de su pregunta, y se marchó.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Algo que tenía en mis bolsillos.


I.

Sueño que busco algo que tenía en mis bolsillos.

Primero tranquilamente y luego con un poco de desesperación.

Ni siquiera recuerdo qué era, pero la situación comienza a angustiarme.

No sé cuánto tiempo pasa de esta forma, y no logro encontrar nada.

Son hondos los bolsillos, en el sueño, y mis brazos caben casi enteros cuando llego a sus costuras.

No los tengo, me digo, y mientras me agacho a buscar lo perdido, escucho una voz abriéndose paso por la tierra.

“Fue Charlie el mafioso”, dice la voz.

No dice nada más.



II.

Más adelante en el sueño avanzó por algo que bien podrían ser túneles.

Entonces, en medio de la oscuridad, descubro que hay un animal bloqueando el camino.

Lo miro desde unos metros, en silencio, para no inquietarlo.

En principio me parece que es un caballo, pero luego recuerdo algo más.

Lo mencionan en una novela de Upton Sinclair, me digo.

Es una mula que mastica tabaco y que roba de los bolsillos de los mineros.

Por eso la llamaban Charlie el mafioso.

Entonces la mula voltea en mi dirección, y me observa.



III.

Tiene ojos extraños aquella mula.

Eso pienso, en medio del sueño.

Mientras me mira noto que en su hocico tiene algo que me pertenece.

Acerco mi mano y tomo de entre sus dientes.

Es una especie de documento de identidad, con un nombre que creía haber perdido.

Vian, dice el documento, con letras grises.

Si sales de esta no puedes olvidarlo, dice entonces Charlie el mafioso.

Lloro un poquito, mientras camino por el lugar.

Se me debe haber metido carbón en los ojos.

sábado, 9 de noviembre de 2024

Al revés las ropas de dormir.


I.

Se puso al revés las ropas de dormir.

Me dijo para qué, pero no le presté atención.

Yo estaba en el dormitorio y ella en el baño, mojándose el rostro.

Creo que comentó que no quería dormirse aún.

Cuando me lo dijo, recuerdo, ella se secaba con una pequeña toalla blanca.


II.

A veces hacía eso, antes de dormir.

No me refiero a lo de voltear la ropa, sino a intentar quedarse despierta.

Contaba que lo hacía desde niña, cuando vivía en un pueblo pequeño, en el sur.

En ese entonces, se ponía frente a la ventana e imaginaba que observaba algo, que en realidad no veía.

La lluvia, por ejemplo, en medio de la oscuridad, hasta que de pronto se detenía.

Y el silencio, entonces, llegaba con el amanecer.


III.

La noche de las ropas al revés también se quedó despierta.

No sé si toda la noche, pero al menos hasta que me dormí.

En ese instante, ella tenía clavada la mirada en un libro sobre insectos, que estaba sobre una mesa.

No es que lo estuviera revisando, en ese instante, pero en medio de la oscuridad su vista se dirigía a él.

Durante el día, las luciérnagas son simples bichos, había comentado esa tarde, mientras lo leía.

Y yo reí con su observación, que entonces no comprendí.

viernes, 8 de noviembre de 2024

No era del todo un buen lugar.


No era del todo un buen lugar. O sea, era bonito, es cierto, y puede que a primera vista hasta pareciese perfecto. Pero a pesar de lo que piensen, eso no lo vuelve, por sí solo, un buen lugar. Hoy me toca decirlo a mí, y lo asumo, pero no soy el único que lo piensa de esta forma. Digo esto responsablemente, pues crucé impresiones con varios de los que hoy han preferido guardar silencio, aunque en un primer momento reconocieron haber tenido esa misma sensación. Y es que no parecía natural, a fin de cuentas. Ustedes lo saben, incluso, pero prefieren callar. Escuché a muchos decir, por ejemplo, que hasta el agua del lugar parecía fabricada. Y no lo decían, ciertamente, como un halago. Algo era sospechoso e incómodo, sin duda, y asumiendo eso, lo que hice, no creo que fuese un acto que se pueda condenar. Sinceramente no los entiendo. Y en este sentido, por lo menos, me parece exagerada su reacción. No es un templo lo dañado, me refiero. Y aunque lo fuese, dañar un templo no es, como creen algunos, lo mismo que dañar un dios. No lo digo para pedir clemencia ni para motivar su compasión ni menos aún para atenuar su juicio, sino más bien para permitir la comprensión de aquellos que estén dispuestos a reconocer lo que en el fondo saben: No era del todo un buen lugar. Puedo asegurarles, incluso, que me lo agradecerán un día.

jueves, 7 de noviembre de 2024

Un muerto en el fondo de un pozo.


Siempre hay un muerto en el fondo de un pozo.

Uno al menos, por lo bajo.

De hecho, entre los que saben de pozos, esto es algo así como una máxima.

Todos lo saben, me refiero, pero igualmente si encuentran al muerto fingen sorpresa.

Luego vienen estudios, entrevistas, testimonios y gente que comienza a sacar cuentas.

Así, por lo general, cuando se descubre quién era el muerto ya poco importa a nadie.

Tal vez un bisnieto contacte un abogado, para averiguar si puede conseguir algo.

Pero poco es lo que se consigue, a fin de cuentas, cuando se encuentra un muerto en un pozo.

O sea, se consigue el muerto, por supuesto, pero poco más.

De hecho, a veces hasta hay que pagar a aquellos que vaciaron el pozo.

Y de paso, también a los que removieron el fondo y descubrieron (por lo general bajo piedras) los restos del cadáver.

Luego de esto, por si fuese poco, viene todo el asunto legal.

Las pericias, los costos de traslado, las muestras de adn…

Y hasta hay que mostrarse triste en el proceso, pues sino te califican de insensible y hablan mal de ti, a tus espaldas.

¡A quién se la habrá ocurrido comenzar a sacar los muertos de los pozos!

¿No se detuvieron a pensar que por algo están ahí?

Después de todo, eso de bajar, excavar y remover no es cuestión que haga un hombre sano.

Si me preguntan a mí, incluso, diría que es mejor cegar el pozo cuando aquellos que indaguen estén dentro.

Puede parecer excesivo, para algunos, pero sinceramente no encuentro una opción mejor.

Así, cada cual, termina teniendo lo que merece.

E incluso, algunos, probablemente un poco más.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Preguntarle a Murks.


“Por un momento pensó en preguntarle a Murks
en qué estado se encontraban,
pero luego decidió que no le importaba”.
P. A.

Decidir que no te importa. No sé si puede, pero al menos suena bien. En principio, me refiero, suena bien. Además, está el asunto ese de adelantarse a la información que te entregan. No preguntarla, digo yo, sino simplemente adelantarte. Algo así como ir probando las opciones a ver qué pasa. Las posibles informaciones, más bien. O “las variantes”, si prefieres. Elegir esto, a fin de cuentas, y hacerlo de a poco para ver qué sientes. Para ver qué cambia cuando recibes cada variable distinta. O para darte cuenta que nada, tal vez, que cambia demasiado. Y entonces, por supuesto, pero recién entonces: decidir que no te importa. Porque es cierto, si lo piensas… Si poco cambia, me refiero, poco importa. O poco debiese importar, al menos, si somos sensatos. Puede que ese tal Murks no lo sepa, pero tú, al menos, lo habrás aprendido de antemano. Porque habrás puesto una a una las rocas y habrás descubierto que poco importa la forma que estas adopten. Que no importa si construyes un muro o un castillo, a fin de cuentas. Y Murks, no sabrá esto, claro, y confiará. Porque su ingenuidad es su gracia y no su fuerza. Decidirás que no importa y eso será todo. Todo para comenzar, me refiero. Y para acelerar. Luego, lo que ocurra, ya no estará en tus manos.

martes, 5 de noviembre de 2024

Las troyanas.


Vivían en esa casa tres chicas a las que llamaban “las troyanas”.

Yo, por supuesto, pensé en los vínculos griegos o derechamente en la obra de Eurípides.

Aunque me equivoqué, claro está.

Y es que al final descubrí que las llamaban las troyanas porque decían que eran algo así como un virus.

Porque las conocías y pensabas que eran otra cosa y luego ya no podías deshacerte de ellas, nunca más.

Lo decían bromeando unos tipos que habían tenido romances con dos de aquellas chicas.

Lo hacían mientras contaban anécdotas, pasando siempre de un tema a otro.

También aportaban historias otros tipos, aunque bien podían no ser ciertas, pensaba yo, mientras los escuchaba.

Decían -por ejemplo-, que otro tipo había tenido que llegar a los golpes para sacarla de su casa, luego de acostarse con una de ellas.

También comentaron que simplemente ocupaban la casa en que vivían, ilegalmente, y que en poco tiempo las iban a desalojar.

Esto último, a pesar de mis dudas, debo reconocer que resultó ser cierto.

Y es que unos meses después de escuchar el rumor vimos como vinieron a desalojarlas.

Ocurrió una tarde, justo antes que anocheciera, y hubo gran alboroto por todo el lugar.

Las chicas fueron dejadas en la calle, con algunos bolsos, cajas y ropas desparramadas en la acera.

Yo las observé por mi ventana, igual que otros vecinos, sin que ninguno de nosotros se acercara a ayudar.

Ellas ordenaron sus cosas y metieron algunas en bolsas de basura.

Creo que poco después llegó un camión en el que se subieron, y no volvieron más.

lunes, 4 de noviembre de 2024

No crece el musgo antes de las rocas.


No crece el musgo antes de las rocas.

Aunque si lo pienso, en realidad no sé.

De todas formas, no logro pensar el mundo sin rocas, aunque sí sin musgo.

Y cambiar un “de” por un “que”, francamente no soluciona nada.

Lo que sí soluciona, pienso yo, es el musgo.

Una solución estética, tal vez (para algunos), pero solución al fin y al cabo.

Además está el asunto ese de su textura y su forma de existir como si con eso alcanzase.

Como si bastase aferrarse a algo y abrazar y crecer y ya hasta de pronto te sientes enseñando algo.

Apenas, tal vez, pero algo.

Por eso, de adorar un dios (alguna vez), yo adoraría al musgo.

No es que tenga nada en contra de la piedra desnuda, pero yo adoraría al musgo.

Lo haría aunque la piedra reclame que adoro al dios equivocado.

Y aunque ella, por cierto, tuviese razón.

Digo esto, sin embargo, mientras reconozco nuevamente que en realidad no sé.

Tengo buenas intenciones, es cierto, pero no sé.

No es que ese me otorgue mérito en esto, pero lo digo para que, al menos, aclare algo.

En específico, que no es mérito mío, aquello que digo cuando hablo de algo más.

En este caso, por ejemplo, del musgo.

Tampoco es mérito de la roca, por supuesto ni de nadie que haya mencionado acá.

Lo que ocurre es que no crece el mundo antes de la roca, simplemente.

Y existimos de esa forma.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Ninguno de nosotros.


¿Y quién creó el vacío?
me preguntó entonces.
Yo creo que por joder.
A.V.

Ninguno de nosotros preguntaba directamente, pero cada frase que decíamos era de cierta forma una respuesta. De hecho, lo realmente interesante era comprender qué estábamos respondiendo, realmente. Podíamos pasar largo tiempo así. Fingiendo que avanzábamos de esa forma. Haciendo como si resolviéramos grandes incógnitas y creásemos un sentido con nuestras palabras. Nada de esto era cierto, por supuesto, pero era evidente que los demás no lo sabían. De hecho, puede que nosotros mismos dudásemos de la dirección que tomaba todo aquello. No es que nos engañásemos del todo, pero de vez en cuando uno de nosotros parecía satisfecho tras terminar nuestra conversación. Efectivamente satisfecho, me refiero. Así y todo, recordando todo aquello, hoy resulta fácil reconocer que nos engañábamos. Que cada uno de nosotros respondía a incógnitas que al otro -siendo honestos-, no le interesaba desentrañar. Con esto, además, reconocíamos que las verdaderas preguntas no solo nunca fueron dichas, sino tampoco respondidas. Y que el tiempo que ocupábamos con el otro nos desgastaba, a fin de cuentas, como cualquier otra acción que nos parecía inútil realizar. Tal vez por esto -porque nos fuimos haciendo conscientes de lo que ocurría y resultaba inútil seguir fingiendo-, decidimos sin decirlo dejarnos de hablar. Apenas un saludo y luego un gesto, fue lo que quedó de todo aquello. Eso y un vacío lleno de respuestas a preguntas que nunca formulamos. Casi todo es desperdicio, ¿no creen?

sábado, 2 de noviembre de 2024

Ella compró un jarrón por si le regalaban flores.


Ella compró un jarrón por si le regalaban flores.

Lo encontró de casualidad en una pequeña tienda de antigüedades.

Tenía un precio elevado, pero calculó que podía permitírselo.

Le dijeron que era de porcelana y que estaba pintado a mano.

Ella lo observó con atención.

Es cierto: parece de porcelana, pensó.

También los dibujos en él, le parecieron hechos a mano.

Debe ser un precio justo, concluyó.

No se trataba, probablemente, de un jarrón para poner flores, pero ella lo imaginó así, mientras pagaba.

Siguió imaginando mientras lo envolvían en papel y comenzaban a embalarlo.

Mentalmente despejó la mesa donde pensaba ponerlo.

Y hasta descorrió mentalmente las cortinas para que le llegase un poco más de luz.

Se ve bien, pensó.

Luego corrigió: se verá bien, dijo.

Justo entonces la interrumpieron y le entregaron el jarrón que iba envuelto en papeles, metido en una caja de cartón y por último en una bolsa de tela.

Se sentía alegre.

Mientras caminaba a casa llevando el jarrón -no era consciente que llevaba la bolsa de tela ni la caja de cartón-, comprendió que siempre había pensado al jarrón como un recipiente de flores.

Incluso cuando creyó verlo sobre la mesa iluminado por la luz que entraba por la ventana, lo que realmente vio fueron las flores, frente a la luz.

El jarrón sin flores, descubrió entonces, no la emocionaba en lo absoluto.

Aunque sea de porcelana auténtica y esté pintado a mano, se dijo.

Lo que ocurrió fue que compré un jarrón por si me regalan flores, concluyó.

Así, mientras se las regalan, decidió que era mejor dejar guardado el jarrón -envuelto en papel, luego en la caja de cartón y después en una bolsa de tela-, al interior de un pequeño armario en el que iba dejando este tipo de cosas.

Ahí, por cierto, fue donde lo encontré yo.

viernes, 1 de noviembre de 2024

Lo que hay bajo las piedras, en el fondo del lago.


I.

No caen del árbol las hojas, cuando nadie las ve.

Tampoco brotan ni crecen ni renacen

Apenas el árbol, digamos, y es porque hago una excepción.

Porque busco en la memoria, sus raíces, y me empino hacia lo oscuro, para verlo.


II.

La nube que hay dentro de la nube, ¿no se sabe?

Es decir, ¿sabe qué es y dónde está?

Me refiero a si sabe que es distinta a aquello que no es.

Y todavía antes de eso, ¿querrá, tal vez, saberlo?


III.

Se amontonan los días como las piedras bajo el agua.

Y como el agua es profunda nadie toca aquellas piedras.

¡Quién fuese como ellas!, dijo alguien por ahí.

Una voz que desconozco, simplemente… Y luego nadie.


IV.

Flores sin color vemos ahora.

Flores sin color, pero en el fondo, nada es grave.

Que nadie se espante de esa ausencia, mientras otros gritos suenen por doquier.

Ocurre de esa forma, simplemente, igual que aquello que ocurría con las hojas.


V.

Se cuelgan del color, las flores, para no caer.

Y cuando no lo logran divagan a oscuras, prácticamente en sus raíces.

No se empinan, me refiero, pues prefieren no saber.

Lo que hay bajo las piedras, en el fondo del lago.

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