lunes, 3 de septiembre de 2018

Daba la impresión que creía en cosas.


I.

A mí me gustaba escucharlo hablar.

Podía estar horas en silencio, atento a sus palabras.

No sé explicar por qué.

Tal vez porque daba la impresión de qué creía en cosas.


II.

Una vez se lo pregunté directamente.

Si creía en lo que él mismo decía.

Tal vez lo dije mal, porque se enojó.

Y logró aguantar toda una hora sin decir palabra alguna.


III.

Además de historias y sucesos concretos, él nos narraba sus propias creencias.

Por ejemplo, nos contaba cómo creía él que habían creado el mundo.

No eran narraciones religiosas, por supuesto, aunque dejaba espacio para un personaje extra.

Una vez, según recuerdo,  nos relató por qué creía él que había existido Dostoievski y Van Gogh.


IV.

Existían varias reglas para asistir a sus relatos.

Por ejemplo, no podías interrumpirlo ni cuestionar de forma alguna la veracidad de sus relatos.

Y claro, debía responder sin titubear si él te preguntaba algo.

En mi caso, recuerdo haberme percatado en el instante mismo que pronunció la pregunta.


V.

Lo que me preguntó era bastante sencillo.

Me preguntó si tenía relatos asignados para mis creencias.

Tras pensarlo le dije que no, que no tenía relatos.

Con el tiempo me di cuenta, sin embargo, que lo que me faltaba eran creencias.


VI.

Dejó de hablar tras una semana en que nadie fue a verlo.

Incluso lloré un poco cuando comprendí que no podríamos escucharlo más.

Daba la impresión que creía en cosas, dije yo, justificando mis lágrimas.

A mí me gustaba escucharlo hablar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales