domingo, 31 de octubre de 2010

La bicicleta.

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Cuando cierro los ojos
veo una bicicleta.
.
Es algo sin razón y sin embargo ocurre,
como el crecimiento de los niños
o la expansión del universo.
.
Estando despierto, incluso,
me encuentro con aquella imagen
que quisiera borrar,
porque extrañamente me hace daño
y no lo sabe.
.
Y es que pocas cosas saben las bicicletas.
Saben avanzar y frenar
y a veces tocan un timbre
que es además
la única voz que tienen
si es que tienen.
.
Incluso estando en grupos,
las bicicletas no hablan entre ellas,
quedan encadenadas como esclavos cansados,
apoyados unos en otros,
pero nada dicen.
.
Quizá es porque en verdad,
-pienso-,
nada tienen que decirse,
estando quietas.
.
Lo triste de las bicicletas,
sin embargo,
es que están condenadas al movimiento
si quieren evitar caídas,
pues apenas quietas
se vienen abajo de golpe,
y deben quedar como los borrachos
apoyadas en algún árbol, o en un poste,
o como las mujeres infieles,
encadenadas a los barrotes de sus camas.
.
Y es que son infieles las bicicletas,
pero infieles a sí mismas,
pues no saben detenerse en sí,
sin que la tristeza las haga venirse abajo.
.
Deben andar entonces de un lugar a otro,
sin saber quiénes son,
o aprendiéndolo precariamente
en medio de ese extraño equilibrio,
que no les deja tiempo
para ser una sola cosa,
ni amar,
ni ver el movimiento natural de las cosas,
ni saber quiénes son
o qué es lo que quieren, realmente.
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Y es que ustedes,
¿han intentado
acostarse con una bicicleta?
.
¿Vivir con una de ellas, incluso,
o sentirse amados por ellas?
.
¡Ja!, ojalá no lo hayan hecho,
ojalá tengan la sabiduría que no tuve,
y sepan que sólo están de paso:
que su timbre risueño
y hasta su canasto frágil,
no son bellezas destinadas a quedarse
en un sólo sitio.
.
Y sí,
quizá me enamoré de una bicicleta,
quizá fui tan egoísta
que no comprendí,
que ella quería en verdad no ser ella misma,
para ser fiel a lo que era.
.
Hoy veo pasar a la gente por mi lado,
a los niños, a las mujeres
y hasta a alguien que de pronto te busca
y no te encuentra.
.
Y siento entonces que parte de uno
se va con las bicicletas
si es que cometiste el error de amarlas,
y entonces te quedas fijo,
más detenido que nunca
e igual de caído que ellas,
porque quizá también, aunque de una forma distinta,
te olvidaste de quién eras,
qué sentías,
y qué significaba ser amado.
.
No estés triste,
me dicen entonces,
deja de pensar en ella,
y mira a tu alrededor:
¿no ves que hermosa está la luna hoy?
.
Entonces yo la miro con atención,
pero en verdad,
la veo igual que siempre.
.
Y mientras miro su luz blanca,
-esa luz que ni siquiera es suya,
según dicen-,
intento guardar aquella imagen
como si fuese yo un pozo,
y espero que suceda
el milagro que me permita
poder recuperar de alguna forma
aquello que sentía,
y que era.
.
Sí, ese es el milagro que espero.
.
No otro.
.

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