Todavía no lo cumple, pero ella asegura que se quedará en silencio en poco tiempo más. Por eso habla incansablemente ahora y a veces hasta cansa un poco. No es que se vaya a morir ni nada de eso. Tampoco es que sufra alguna enfermedad que pueda quitarle la voz o algo similar. Simplemente es cuestión de voluntad, según dijo. Varios no le creyeron cuando lo contó, pero yo sí. De hecho, algunos se rieron y cambiaron el tema, pero yo observé sus ojos y supe que era cierto. Sé incluso cuál va a ser mi última palabra, me dijo, mirándome directamente. Luego seguiré viviendo en silencio y nada más, explicó. Yo asentí. Algo molesto y confuso, asentí. Y es que sentí sus palabras casi como un desafío. No sé muy bien por qué, pero así lo sentí. Tal vez por eso no hice preguntas, aunque debo confesar que, desde entonces, he comenzado a poner más atención a sus palabras. La mayoría siguen siendo vacías, como las de todos. Por otro lado, he notado que ya no hace preguntas ni conjeturas… Me refiero a que todo lo que dice son afirmaciones. Ni siquiera hechos, sino opiniones afirmativas. La última de ellas, por cierto, me dejó algo nervioso. Tú también vas a hacer esto -me dijo, sin explicar-, poco antes y después que lo haga yo. Volví a asentir. Luego, seguimos conversando entre todos, sin más. No recuerdo siquiera de qué temas. Solo sé que nadie más la tomó en serio, ese día. Absolutamente nadie, estoy seguro. Salvo yo.
martes, 30 de septiembre de 2025
lunes, 29 de septiembre de 2025
No deshaces las maletas.
I.
No deshaces las maletas.
Las abres sí, de vez en cuando, para buscar algo.
Luego las cierras, simplemente, otra vez.
No sé si eres consciente de todo aquello, pero yo te observo hacerlo.
Me refiero a que sacas lo imprescindible de las maletas, y nada más.
A veces pienso que, si yo viniese dentro de una, ni siquiera me sacarías.
O me sacarías solo un rato, y luego me volverías a guardar.
Y es que crees que estás de paso, prácticamente todo el tiempo.
Eso crees, al menos, aunque en realidad no sabes.
II.
Salimos del cuarto y volvemos a entrar.
Esa es más o menos la rutina.
Cuando lo hacemos, te gusta acercar las maletas a la puerta, como si ya fueses de salida.
Es una manía, me dices, cuando me atrevo a preguntar.
No hay nada más oculto.
Simplemente no deshago las maletas.
No es como para escribir un texto sobre ello, alegas.
Es algo que hago, nada más.
III.
No deshaces las maletas.
Sacas y guardas cosas en ellas, pero no las deshaces.
Y es extraño.
O sea, no sé tú, pero yo al menos lo encuentro extraño.
Incluso, en un momento llegué a pensar que escondías algo ahí.
O que alguien te había reemplazado y tú estabas en realidad allá adentro.
Maniatada hasta el punto que no puedes salir, ni gritar auxilio.
Pero claro, la imaginación también me ha engañado otras veces, así que la dejo ir.
Haz como quieras, te digo finalmente, trataré que no me afecte.
Y eso hago.
domingo, 28 de septiembre de 2025
Míralos bien.
I.
Míralos bien, no son círculos, me dijo.
Míralos bien, repitió.
Y claro, yo miré.
Varios círculos vi.
Y hasta los conté.
Nueve o poco más.
Igual puedo ser yo el que no entiendo.
II.
Eso le dije:
Igual puedo ser yo el que no entiendo.
Me miró con incredulidad y en sus ojos me pareció ver algo
que me pareció pena.
Tal vez soy yo el que solo sabe ver círculos, agregué.
O el que no entiende.
Dejé pasar unos segundos.
También me pasó otra vez cuando vi una obra sobre Píramo y Tisbe.
III.
Como no pareció escuchar se lo debí repetir:
También me pasó otra vez cuando vi una obra sobre Píramo y Tisbe.
Eso le dije.
Luego expliqué:
Creí que ambos personajes en realidad se habían enamorado de un muro.
O de las distintas caras de un muro, más bien.
Luego ambos, intentando ceder, lo abandonaban.
Ocurre así con todo, me dijo.
IV.
Como no entendí sus palabras, decidió repetirlas:
Ocurre así con todo, me dijo.
Con la comprensión, con los muros y hasta con las grietas de los muros, agregó.
Yo, por supuesto, escuché.
Luego, volví a observar lo que había visto como círculos, por si acaso.
Nueve círculos, conté.
Y se lo dije.
Igual puedo ser yo el que no entiendo.
sábado, 27 de septiembre de 2025
¿Cómo murió la familia del zar?
Si soy sincero,
lo cierto es que me importa un pico
cómo murió la familia del zar.
De hecho, ni siquiera estoy pensando en un zar determinado
sino que todas las familias de todos los zares, y sus muertes,
-aclaro-,
me importan un reverendo pico.
Reconozco que he leído cosas, es cierto,
y puede que hasta tenga guardada en algún rincón}
(de mi cabeza)
la información exacta sobre cada una de esas familias y sus muertes,
pero lo cierto es que la mayoría de lo que tengo guardado
(en mi cabeza)
también me importa un reverendo pico.
En el fondo son datos que se acumulan, nada más,
aunque uno no quiera
y que quedan rebotando por ahí, casi imperceptibles,
como el eco del grito de un hueón cualquiera
que grita una hueá ídem
en un lugar que tampoco importa.
¿La muerte de la familia del zar, entonces…?
¡Qué chucha puede uno decir sobre eso…!
Sobre el zar, quiero decir, o sobre su familia,
o incluso sobre la muerte misma…
¡Qué mierda importa el “cómo” o el “para qué” de todo aquello…!
Ocurre simplemente que el hombre se ve obligado a salir
y a veces sale.
Fuera de uno mismo, me refiero.
Y todo eso ocurre únicamente porque no sabe no ocurrir,
y ese es el fin de la historia.
Ya es cruel, quiero decir…
basta con eso,
no es necesario agregarle nada más.
viernes, 26 de septiembre de 2025
Equilibrar una silla coja.
I.
No es fácil equilibrar una silla coja.
Sobre todo si intentas equilibrarla mientras estás sentado sobre ella.
Y es que te desequilibras cuando intentas inclinarte y el error se vuelve esquivo.
Y piensas entonces que aquello de la silla coja no es tan grave a fin de cuentas.
Y desistes.
II.
Por otro lado, puedes cargar tu peso hacia un lado y descansar de esa forma sin mayor problema.
Me refiero a que te dejas sostener, en el fondo, por tres patas.
Lo único malo es que debes estar atento y no olvidarte de donde estás ni cuál es tu soporte.
Y eso, por cierto, no es tan fácil como parece.
III.
Leí un libro el otro día sentado en una silla coja.
Uno relativamente breve, y que no logro recordar ahora.
Mientras lo leía recuerdo haber dejado una serie de indicadores para acordarme que estaba leyendo, justamente, sobre una silla coja.
Todo con el fin, claro está, de no sufrir sobresaltos.
IV.
A pesar de lo incómodo que pueda resultar, me gustaría observar que nadie se cae de una silla coja.
O yo no conozco a nadie, al menos, que se haya caído.
Por lo mismo, tal vez sería bueno analizar si vale o no la pena desgastarnos hablando de su precario equilibrio.
O sobre la dificultad de lograrlo.
Me refiero a que no es tan larga como creen, la vida.
Ni tampoco tan pareja.
jueves, 25 de septiembre de 2025
Sé decirlo mejor.
Sé decirlo mejor.
O sea, creo que sé, al menos.
Y supongo que puedo.
De todas formas, decirlo bien de una vez, debo confesar que me asusta.
No el decirlo en sí, en todo caso.
Sino el posible fracaso de lo que ocurra luego de decirlo de buena forma.
Y es que decirlo bien, es también de cierta forma el argumento final.
La forma definitiva luego de la cual no tendré ya nada que agregar.
Y claro, entonces solo quedará esperar, y guardar silencio, mientras espero.
Así, si nada ocurre, el fracaso será tan grande y tan sólido que no podrá uno evitar chocarse contra él.
Y yo querré haberlo dicho menos bien, como ahora, para pensar que queda aún la chance de una respuesta satisfactoria, cuando lo diga mejor.
Lamentaré no haberlo hecho, quiero decir, y no será por el choque que mencionaba más arriba, sino por el silencio de los otros.
O más bien por la obligación que tiene uno de interpretar –o de fingir interpretar-, ese mismo silencio.
Disculpen que lo diga así, de forma tan desprovista y poco clara.
Pero es también la forma que elijo.
Sé decirlo mejor, me refiero, pero la imperfección de la honestidad se toma a veces mis palabras.
Y prefiero reservar, por el momento, mi última carta.
No es la mejor decisión, por supuesto, pensarán algunos.
Pero supongo que puedo.
miércoles, 24 de septiembre de 2025
Conducir a oscuras.
No importa que esté amaneciendo, oscureciendo o que sea plena noche, los cierto es que F. se niega igualmente a encender las luces del auto, mientras conduce. Una costumbre extraña, por decirlo menos. Yo la había escuchado, relatada por amigos en común, pero pensé que se trataba de una exageración o hasta de una broma. Ahora, sin embargo, tras hablar con F., debo aceptar que todo aquello que contaban, era cierto. Así y todo, F. no da explicaciones claras cuando lo cuenta y hablarlo desde la racionalidad no tiene efecto alguno en su discurso. No importa mencionar multas, posibles accidentes ni daños a él mismo o a terceros. Lo que pasa es que hay que aceptar las cosas como son, me dice, con tono serio. Si los ojos necesitaran luces seguramente las tendríamos incorporadas. Yo, mientras habla, no le discuto, pero sigo intentando interpretar sus acciones y buscando comprender un poco a qué se deben. Así, si bien no lo dijo directamente, tras escuchar sus palabras llego a la conclusión que F. acepta al automóvil solo como una máquina en su carácter más básico. Esto es, como un motor sobre el que viajas para ir de un lado a otro. Nada más. Igual no llevo a nadie a la fuerza conmigo, cuando manejo a oscuras, dice F. Me refiero a que, si alguien quiere ir en el auto de esa forma, sabe muy bien a qué atenerse, explica. Yo asiento, mientras intento empatizar. Puede que para todos sea más fácil verme como un culpable que como un inocente, dice entonces F. Y claro, no los culpo… Lo único que digo es que no juzguen si no comprenden. Y que dejen que ocurra, simplemente, lo que debe pasar.
martes, 23 de septiembre de 2025
Ya me dirás tú de qué me hablas.
Te escucho.
Sin interés, es cierto, pero te escucho.
Y es que, justo ahora, no tenía nada más que hacer.
Pero claro, tú no estás a flote y te cuesta salir sin anuncio previo.
Estás en el fondo…
En la casa del fondo, digamos, del terreno de ti mismo.
Mala imagen la anterior, es cierto, pero no merecemos más.
Yo no, al menos, que ya no sé qué escuchar de ti.
Apenas el eco de algo, tal vez.
O ni siquiera el eco.
El motor lejano de una máquina pequeña, tal vez, que no creo se llegue a acercar.
Así, aunque espere un buen tiempo, es probable que termine siendo un despropósito.
Escucharte así, tan lejos, me refiero.
Y que tenga que esperar a que termines de hablar, para que comiences a explicarme qué has querido decir.
¡Toda una pena…!
Tanta falta de sueño y descubrir que no era culpable, finalmente, la cama ni la almohada…
Eso te digo, mientras mantienes la distancia.
Probablemente ni me escuches.
De hecho, si pudiese plegar este espacio que nos separa, harías probablemente el origami más extenso del mundo.
Silencio (más o menos).
Pasan los minutos.
A lo lejos, entonces, observo una pequeña mancha que vocea.
Que vocea con tu voz, quiero decir.
Ya es lo suficientemente cruel, me dices, desde la mancha.
Y yo te escucho.
No es necesario, ciertamente, agregarle nada más.
lunes, 22 de septiembre de 2025
Cuestión de cálculo.
"Lucho contra ideas de cuya existencia
ni siquiera estoy seguro".
A. W.
I.
Intentó hacer funcionar durante algunos años un negocio de compra y venta de vehículos usados.
Un par de compras por semana y un par de ventas, en promedio.
Al final, haciendo cálculos, descubrió que no había perdido ni ganado absolutamente nada.
Cuatro años y el cálculo final fue cero, comprobó.
No hay números rojos ni números azules, se dijo.
Simplemente no hay números.
No supo si eso era bueno o era malo.
El cero, por supuesto, no contaba.
II.
Es un poco como la ley de conservación de la energía, me dijo, cuando hablamos del tema.
Me refiero a que no suena tan mal, probablemente, pero si te pones a analizarlo es algo terrible.
Desesperanzador incluso, si eres de los que ansía algún tipo de cambio.
Es decir, todo se recalienta, se manosea y se lleva simplemente de un lugar a otro.
Yo lo observaba, mientras hablaba.
Me parecía sincero.
Me refiero a que percibí como verdadera su molestia, su desencanto…
La rabia incluso que no sabía hacia dónde dirigir.
El cero es el verdadero número del diablo, comenzó a decir luego de un rato.
Y lo repitió, de hecho, al menos sunas eis o siete veces.
III.
Una vez le vendí a un tipo el mismo auto que él me había vendido, me contó.
Me había negado al principio, diciéndole que mi negocio no era una casa de empeños, pero él insistió.
Días después, acabé vendiéndoselo nuevamente, por un veinte por ciento más del dinero por el que lo había comprado.
Él quedó conforme y yo no sé, en realidad.
Supongo que me sentí incómodo, tal vez
Pero no estoy seguro.
domingo, 21 de septiembre de 2025
De mala gana.
Tanto insistió M., que lo hicieron pasar de mala gana.
Lo llevaron hasta una sala en la que le dieron a entender que debía esperar.
Luego se fueron y M. se quedó solo.
Observando lo que había en el lugar.
En la sala había una silla, una alfombra y una mesa pequeña, anotó mentalmente.
A su vez, sobre la mesa pequeña, había dos libros viejos, algo dañados.
También había un vaso con agua, detenida dentro del vaso quien sabía desde cuándo.
M. observó que nada más, probablemente, hubiese podido inventariarse en aquel lugar.
Aunque ahora, se dijo, yo también he pasado a ser otra de las cosas que hay aquí.
Caminó un poco.
La puerta por la que había entrado había sido cerrada y la otra puerta que había en el lugar no parecía haber sido abierta en años.
Los libros que estaban sobre la mesa era una edición antigua de “Archipiélago Gulag”, de Soljenitsin, y una publicación breve –prácticamente una revista-, sobre el cometa Halley.
M., por cierto, no se atrevió a tocar aquellos libros y decidió sentarse, a esperar.
Mientras lo hacía, pensó que lo peor que podría ocurrir es que comenzara a desesperarse.
Para evitar aquello –o para retrasarlo al menos-, prefirió contar.
No números sueltos, simplemente, sino que hizo cálculos, por ejemplo, sobre las medidas del cuarto en el que se encontraba.
Anotó estas cifras, también, mentalmente.
Por último, calculó que. si no venía nadie en las próximas horas, podría al menos tomar el agua que estaba sobre la mesa y aguantar así unas cuantas horas más, sin sobresaltos.
En cuatro o cinco horas más recién comenzaré a incomodarme, dijo M.
Ahora, todavía, no vale la pena.
viernes, 19 de septiembre de 2025
El polvo llegó primero.
“El polvo llegó primero”
J. G. B.
Decimos polvo, pero es arena. O algo parecido a la arena, más bien. Una un poco más oscura, si me piden describirla. Más oscura, menos fina y un poco más cortante o agresiva que la arena habitual, ya que literalmente se te enterraba en la piel, impulsada por el viento. Y si te restregabas sin cuidado te hacía cortes, y se hundía más.
Aparte de ese polvo, sin embargo, todo estaba más o menos igual. La gente, el tránsito y hasta el tiempo, si es que dejabas de considerar al viento que prácticamente no cesaba de golpearnos desde hacía varios días.
-Igual no es tan grave –me alegaron cuando vieron que lo había descrito así-. Después van a creer que el polvo ese nos está matando y no es así. Te cubres un poco la piel si vas a andar fuera y eso es todo.
-¿Y acaso sabemos de dónde viene el polvo ese? –reclamé.
-¿Y qué importa de dónde viene? –me preguntan de regreso-, el viento lo traerá de algún sitio y luego se lo llevará también… Convengamos en que solo es una arena algo molesta que está corriendo desde hace algunos días y que debiese detenerse prontamente.
-¿Debiese detenerse? –pregunto ahora.
-Claro que debiese detenerse –me contestan-. Todo se detiene. Y cuando eso pase tú simplemente te revisas y te limpias para que no quede nada en tu piel. Y claro, todo vuelve entonces a ser como era antes y hablamos de otras cosas.
-No creo que vaya a ser tan fácil –digo entonces, mientras observo unos pequeños cortes, en mis brazos.
-Lo será –me dicen, con seguridad-. Lo que pasa es que el polvo, simplemente, llegó primero.
Medicamentos.
I.
Se gana la vida vendiendo medicamentos.
Desde lo informal, principalmente, aunque dice seguir ciertos códigos.
Un día me los explicó, pero lo cierto es que no entendí mucho.
De hecho, igual vendía medicamentos con receta retenida, sin exigir documento alguno.
Lo que sí entendí es que ganaba más dinero en un mes, de lo que yo ganaba en cinco años.
-Es que vendo medicamentos –me dijo-. Es obvio.
II.
-No me entiendes porque probablemente eres honesto -me explicó en otra oportunidad-. Eres honesto, pero no sensato. No aíslas la enfermedad; no te la quitas de encima. Aceptas que es parte tuya y hasta le preguntas su nombre… Y claro, eso es honesto, probablemente, pero detente y mira cómo estás… Proyéctalo incluso algunos años. Estar muerto no significa ser sensato.
III.
Supe que tuvo problemas hace unos meses con su abastecedor de medicamentos.
Por lo mismo, desde entonces, está inubicable.
Y es que dicen que a su abastecedor lo metieron preso y están investigando sus redes de contactos.
De cualquier manera, lo que me llama la atención es saber qué ha pasado con los enfermos.
Es decir, tengo claro que existen otras redes y farmacias oficiales, pero pienso en los que compraban sin recetas y en lo que ha ocurrido con sus enfermedades.
No lo digo pensando en ellos como víctimas ni nada parecido, pero supongo que algunos de ellos están comenzando –por fin-, a cargar con su enfermedad.
Menos sensatos, pero más honestos, dirán algunos.
Aunque yo no.
jueves, 18 de septiembre de 2025
La conciencia que nos queda.
I.
No te voy a dar lecciones.
O no las correctas, al menos.
No esta vez.
Las lecciones que necesitas, de hecho, no saldrán sino de ti.
Las escucharás afuera, tal vez, pero servirán de nada hasta que cambien de sitio.
No es que lo comprenda muy bien, pero ya sabes como dicen.
Esa es, la conciencia que nos queda.
II.
Menos mal que el esqueleto va por dentro, me dijeron una vez.
Y yo escuché esa vez, y lo pensé y le di mil vueltas, pero no entendí ni mierda.
Supuse que era algo trascendente, en ese entonces, pero hoy no pienso que fue así.
De hecho, hoy pienso que nada, en lo absoluto, es realmente trascendente.
Otra cosa que me dijeron, una vez:
Si Picasso hubiese sido más sutil, no hubiese sido Picasso.
III.
La conciencia que nos queda.
No digo que sea poca o mucha, pero lo justo es que sea suficiente.
Al menos suficiente, pienso yo.
De todas formas, no pienso yo que sea escasa.
Y es que, a fin de cuentas, todo lo que no pudimos comprender forma parte de ese residuo.
Todo lo que nos dijeron, me refiero, y no supimos entender.
Esa es, repito, la conciencia que nos queda.
Y es la forma que elijo, esta vez, para no dar una lección.
(Para no dar ni recibir, lección alguna)
miércoles, 17 de septiembre de 2025
Uno de los dos.
Uno de los dos es el fragmento de un sueño.
Eso pensé al menos, hasta antes de decidirme a escribirlo.
Ahora, sinceramente, ya no sé decir más.
*
-De este lado todo es plomo –me dijo-. No de metal, en todo caso, sino como de grafito. Más cercano a algo vivo, quiero decir. O menos artificial, tal vez… Ya sabes. Es como ese tipo de material que se queda en la piel, de cierta forma, cuando lo tomas. O sientes, al menos, que se queda. Todo gris, o plomo… Y observas entonces tus manos o tus dedos y también han quedado un poco grises…
-¿De este lado? –pregunté-, ¿qué quieres decir con eso?
Guardó silencio un rato, antes de volver a hablar.
-De este lado –dijo, sin intención de explicar-. Sé que sabes de qué hablo.
*
Fue por ese entonces que yo comencé a observar que mis dedos se volvían un poco más grises.
Intenté lavarlos, en principio, pensando que tenían una especie de polvo, pero no conseguí quitarles el color.
Decidí por eso ir al doctor, pero tras atenderme y darme unos exámenes, dijo que se trataba de algo pasajero y que no tenía peligro alguno.
-De este lado me ha tocado atender varios casos similares –me dijo-. Supongo que es un tipo de polvo que se desprende de algunas cosas, pero nunca he observado complicaciones.
-¿De qué lado, doctor? –le dije-. ¿Qué quiere decir con eso?
El doctor hizo una pausa, antes de volver a hablar.
Me pareció molesto.
-Sé que sabes de qué hablo -dijo.
Yo asentí.
martes, 16 de septiembre de 2025
Un pájaro.
Un pájaro con boca en vez de pico se posó un día junto a mi ventana.
Como nunca me fijo, estimo que pudo haber estado ahí varios días, incluso, observando el interior.
De hecho, lo vi de casualidad, mientras ordenaba algunas cosas, y no noté nada extraño en su comportamiento, hasta que el pájaro me habló.
No en tendí bien lo que dijo, en principio, pues estaba al otro lado de la ventana.
Además, el pájaro no pronunciaba muy bien.
Por lo mismo decidí abrir la ventana y lo invité a entrar, con un gesto.
No entró, en todo caso, pero me habló más claro.
-La vanidad de las tijeras –le oí decir-. La sed de las plantas.
Sé que dijo esto porque lo anoté poco después, cuando todo hubo pasado.
Lamentablemente, como en el momento lo seguí viendo como un pájaro, no intenté entablar con él conversación alguna.
En cambio, me quedé ahí esperando que volviera a hablar, pero no lo hizo.
Dio unos pasos, simplemente, sin decidirse a entrar.
Fue entonces que le puse mayor atención y noté lo de su boca.
Era, me pareció, una pequeña boca humana.
Retrocedí unos pasos, al notarlo.
Me asusté.
El pájaro también se asustó, me pareció, y se alejó volando.
Observé que se posó en un árbol, en casa de un vecino.
Y claro, fue entonces que escribí en un papel lo que dijo, para no olvidarlo.
Más tarde, noté que el pájaro se quedó ahí, simplemente, observando en esta dirección.
Debe haber estado ahí aproximadamente un par de días, calculo.
Luego, finalmente, dejamos de observarnos.
Y yo, por supuesto, cerré la ventana.
lunes, 15 de septiembre de 2025
¿Te aprietan los zapatos?
I.
En el comienzo de todo hubo un zapato.
Ni izquierdo ni derecho, pues no existía ubicación.
Tampoco se sabía, ciertamente, si era de hombre o de mujer,
por razones similares.
Luego vino un pie a llenar ese zapato.
O surgió del mismo; no lo sé.
Cinco dedos tenía el pie y llegaba hasta el tobillo.
Y una uña había, por cierto, en cada dedo.
Así comenzó todo, dicen algunos.
Un zapato y luego un pie.
Todo en proporciones perfectas.
Incluso áureas, te dirán.
Si es que preguntas.
II.
Es extraño
No se achica el zapato no crece el pie, pero de pronto se descubre que el zapato aprieta.
¡Qué sorpresa!
Tal vez hubo algo mal, dijo alguien, y luego se frotó los ojos para ver mejor.
Extrañamente, tras frotarlos observó y descubrió dos pies.
O sea, dos pies y dos zapatos.
Cada uno de uno en cada uno del otro
Para diferenciarse entonces los pies se torcieron.
Y desde dentro torcieron los zapatos.
Fue entonces que se acabó el principio, según entiendo, y comenzó el mundo.
O más bien, comenzó el mundo a la vez que se dio el primer paso.
Justo entonces, se escuchó a alguien decir algo:
Las estrellas más violentas se acercan a nosotros, fue lo que se escuchó.
Y los zapatos se apretaron, quien sabe con qué fin
o qué causa.
domingo, 14 de septiembre de 2025
Aquí está el día.
“¡Oh, noche,
aquí está el día”
J. C.
I.
Mientras él leía novelas policiales
Los niños jugaban a emborrachar un pavo real
Le servían whisky, vodka y hasta pequeños gusanos remojados en alcohol.
El ave se negó en principio, pero al parecer le acabó gustando.
Una botella y media de whisky y media botella de vodka se tomó finalmente.
Nunca tuvo nombre el pavo real.
A nadie, en el lugar, le había parecido necesario.
II.
Mientras el pavo real atacaba a uno de los niños
Él leía dos novelas policiales sentado en su sillón.
Era una costumbre que tenía, leer dos al mismo tiempo.
En esa oportunidad, leía una de Simenon y otra de un autor nórdico.
Un capítulo intercalado, de cada una.
A veces robaba ideas y las anotaba en un papel.
Nunca –o casi nunca-, confundía las historias.
III.
Fue en defensa propia, alegaron los niños.
Él los escuchaba, mientras curaba las heridas de uno, que no dejaba de llorar.
Tenía una herida profunda cerca de uno de sus ojos así que llamó a un médico.
El otro tenía heridas en los brazos, pero carecían de profundidad.
Los libros que él leía quedaron sobre el sofá, tendidos boca abajo.
Cuídate de todo lo que te dicen que es la humanidad, pudo llamarse aquella historia.
Protégete de todo aquello que te recuerde esa palabra.
sábado, 13 de septiembre de 2025
Todos contra Pompeyo.
Yo también.
Yo también voy contra Pompeyo.
No sé muy bien por qué, pero sé al menos que voy contra él.
Incluso antes que lo atacaran todos, ya lo había escogido como enemigo.
Cuando todos lo apoyaban, me refiero, tras sus triunfos tempranos, yo ya iba contra él.
¡Pompeyo y la conchetumadre…!, le gritaba entonces, desde lejos.
Y debía esconderme para hacerlo, ciertamente, pues debo haber sido el único detractor, en ese entonces, que se atrevía a hacerlo.
De hecho, apenas gritaba, me llenaban de insultos y me arrojaban cualquier cosa que tuviesen a mano, mientras huía del lugar.
¡Qué tiempos aquellos…!
Pero claro, ocurre entonces que Pompeyo poco a poco comienza a mostrar la hilacha en medio de su ejército.
De esta forma, aunque por razones diversas, los detractores de Pompeyo fueron aumentando, y hasta algunos de ellos se organizaron, para comenzarlo a atacar.
Yo, que viví este periodo, debo confesar que no me agradó en lo absoluto.
Y es que prefería odiarlo solo, que ser parte de una multitud, que ahora iba contra él.
¡Todos contra Pompeyo!, gritaban entonces, al unísono.
Pero yo, marcando diferencias, corregía de inmediato: ¡Todos y yo, contra Pompeyo…!
Además, en lo posible, buscaba aclarar que no estaba a favor de César y que no me movía, en lo absoluto, la quema de cartas, ni lo del templo de Jerusalén.
¡Pompeyo y la conchetumadre…!, me limitaba a gritar, como único argumento.
Así, fiel a mis principios, seguí contra él hasta que ocurrió lo que ocurrió (o lo que dicen que ocurrió, más bien), allá en Egipto.
Poco después, incluso, cuando llevaban su cabeza a César, logré que me dejasen sostenerla por un momento y la puse frente a mí.
Esto no es todo, le dije.
viernes, 12 de septiembre de 2025
Te lavas las manos por costumbre.
Te lavas las manos por costumbre, antes de empezar.
No importa a qué has de empezar, lo importante es que te las lavas.
Con una, lavas a la otra y luego se invierte el turno.
Eso observas, al menos, esta vez.
Te detienes incluso sorprendido notando los detalles.
Observas, por ejemplo, que no se lavan entre las dos.
No al mismo tiempo, al menos.
Y claro, piensas incluso que es incorrecto decir que “te lavas las manos”.
Es decir, son ellas las que se lavan (una a otra), a fin de cuentas.
Tú las observas, simplemente, pues no tienes otra forma (que no sean ellas mismas) para lavarlas.
De cierta forma soy un inútil, te dices, aunque sin sufrir.
Y te resulta extraña la forma en que descubres estas cosas.
Sonríes, ahora, pensando que tal vez, si observas otras de tus acciones, descubras algo similar.
Un funcionamiento que revele que el engranaje no es, exactamente, como creías.
Es como desmontar el reloj, te dices, con cierto reparo.
Con incluso un poco de miedo de no poder dejar todo como estaba, si sigues hurgando donde no debes.
Además, recuerdas, tu ibas a empezar algo…
Para eso te habías lavado las manos.
Observas el agua correr mientras te secas las manos.
Que extraño orden de cosas, te dices.
Algo no está bien, acá.
jueves, 11 de septiembre de 2025
(No) cosechas lo que siembras.
Cosechas lo que siembras, te dicen, como si fuese una buena noticia. A mí, sinceramente, me parece una maldición. Saber de antemano lo que producirá la semilla, me refiero. Y no lo digo pensando en acciones o aspectos de nuestro comportamiento y las consecuencias que estos traigan –cuestión que vendría a anular, además, la pureza que otorga valor a estas mismas acciones-; yo más bien hablo de semillas y cosechas concretas, cuyo lazo de unión es tan lógico que llega a resultar triste. O así al menos lo percibo yo. En otras palabras, el problema que identifico es conocer previamente lo que siembras. Saber de antemano las características de la semilla, y hasta el modo de hacerla crecer.
-¿Y entonces? –me preguntan.
-¿Entonces qué? –digo yo.
-Entonces, según dices, ¿uno debiese sembrar al azar las semillas? ¿Tenerlas todas juntas en una especie de saco, por ejemplo, e ir sembrándolas al azar?
-Algo así –acepto-. Aunque siguiendo el ejemplo del saco yo metería en él todo tipo de cosas… No solo semillas, quiero decir, y trataría en lo posible de olvidar que estoy sembrando, cuando estas cosas caen a tierra…
-¿Y olvidarse también de cosechar? –me preguntan ahora con un tono de reproche.
-Sí –afirmo-. Sobre todo olvidarse de cosechar. Esa es, probablemente, la clave.
miércoles, 10 de septiembre de 2025
La luz no explica.
I.
La luz no explica.
Llega, se instala, pero no explica.
Igual yo la recibo y hasta pienso que está bien.
La veo entrar, simplemente, y posarse sobre las cosas.
Revelarlas incluso, de cierta forma, aunque yo siga sin comprender.
No le exijo nada, en definitiva, mientras se instala en casa.
Y es que sé que solo está de paso, e intento no molestarla con preguntas absurdas.
Solo es luz, me digo, y serlo es su única obligación, a fin de cuentas.
La luz no explica, repito. Y está bien.
II.
Observando mi casa junto a las otras, me he dado cuenta de algo.
La luz suele quedarse un poco más, al interior de mi hogar.
Puede sonar soberbio, dicho así, pero puedo asegurar que es cierto.
La luz se queda siempre unos segundos más, antes de volver a viajar.
No sé si me agradece por no interrogarla, o si se queda a esperar que le pregunte algo.
De cualquier modo, por ahora, no lo voy a averiguar.
III.
La luz no explica.
En su voz no se sujetan las palabras necesarias, para explicar.
Eso está bien, me digo, y debo reconocer que hasta la envidio un poco.
Si intentara explicar sería menos luz, prefiero pensar.
La luz no explica, repito entonces, antes que se vaya.
La luz no explica.
martes, 9 de septiembre de 2025
Velas eléctricas en Notre Dame.
Enciendes velas eléctricas en Notre Dame.
Cada vez que pasas por ahí te acercas a hacerlo.
No es que lo planifiques, pero te preocupas igualmente de llevar monedas antes de entrar.
Y según la cantidad que lleves enciendes algunas.
No es al azar, por cierto, que las enciendes.
Primero las observas con atención y buscas descubrir algo así como un patrón.
Una secuencia de luces o un signo inconcluso, que entonces buscas completar.
No es algo eterno, claramente, y lo sabes.
El nuevo signo no es eterno, quiero decir.
Y es que en cualquier minuto alguna de las luces se apaga e incluso las que tú mismo enciendes durarán solo un rato más.
Y claro…
Te conformas con poco, pienso yo, mientras te observo.
No es que te juzgue, ni quiera atacarte, ni se trata tampoco de venir aquí a decir aquí que tu comportamiento es patético…
Créeme: no hay mala intención en mis palabras.
De hecho, tampoco hay ironía en aquello de las velas eléctricas ni en ninguna otra de mis frases.
Solo digo que te conformas con poco, al hacer eso.
O sea… cuando te veo hacerlo, pienso eso.
Involuntariamente, quiero decir, lo pienso.
Incluso ahora mismo, mientras nuevamente enciendes velas eléctricas en Notre Dame, lo estoy pensando.
Así y todo, será Dios, probablemente, quien juzgue finalmente la naturaleza de los signos.
A mí, de todas formas, es algo que no me compete.
lunes, 8 de septiembre de 2025
Tábanos.
Estábamos en la montaña, hablando, mientras comenzaba a oscurecer y llegar el frío.
-No te quejes –me dijo-. Igual puede ser peor… A Ío, por ejemplo, la pasa hueveando un tábano.
-No me quejo –le dije.
-Tanto la huevea el tábano –siguió diciendo, sin escucharme-, que la tiene yendo de un lado a otro, sin descanso, y dice que ya no da más…
-¿Quién no da más? –interrumpo.
-Ío, por supuesto –aclara-. El tábano ese la sigue y la pica en cuanto ella se descuida un rato… No puede dormir siquiera…
-Pobres… -digo yo.
Nos quedamos en silencio.
Dejo pasar unos segundos, mientras pienso.
-De todas formas no es tábano sino tábana –digo entonces-, o la hembra del tábano, tal vez… No sé en realidad cómo se dice…
Como me miran con extrañeza, debo explicar:
-Ya sabes… -sigo-, son las hembras de los tábanos las que pican, me parece que buscan sangre para poder alimentar sus huevos… los tábanos machos no pican.
-Pero a Ío la pican por joder, únicamente…
-Nunca es solo por joder –le digo-. Piensa en la canción esa en que las abejas pican las rodillas…
-No la conozco –me dice.
-Pues aunque la conocieras –agrego, molesto-. Igual aunque la oyeras no te darías cuenta…
-Pero…
-Es cierto –lanzo-. Yo sé de lo que hablo.
domingo, 7 de septiembre de 2025
Bien.
Estaba muerta, es cierto, pero se veía bien.
Probablemente mejor que en vida, incluso.
-Lo que pasa es que viva no te atrevías a mirar ni a juzgar ni a nada –me dice, mientras se contonea frente a mí.
Yo la observo.
Como más o menos es cierto, no discuto.
Entonces caminamos un rato, hasta una banca de madera, frente a la cual nos quedamos de pie, sin sentarnos.
Hablamos un poco.
Mayormente del pasado, aunque de vez en cuando tocábamos algún tema actual, o ella me preguntaba por alguien que habíamos conocido.
-Ese también murió… –le decía-. Ellos se separaron y volvieron a casarse.
Seguimos así durante un rato.
-Solo me das información –dijo ella, de pronto.
Noté que su voz era distinta.
-No es que me queje –agregó-, pues hay cosas que no sé y yo misma te pregunto… Pero pensé que ahora podía ser distinto.
-¿Distinto a qué? –pregunté.
Ella me miró a los ojos, pero no respondió.
-Que te haya dañado no es excusa -dijo poco después-. Todo nos daña, además, todo nos gasta… por dentro y por fuera nos gastamos…
No asentí, pero probablemente ella pensó que sí.
Así, al menos, solía interpretarme.
-¿Te espero donde mismo, mañana? –preguntó entonces, cuando notó que iba a amanecer.
Yo no contesté.
La miré fijo, despidiéndome, sabiendo que en el fondo yo era el único al que ella podía recurrir ahora.
Finalmente, su rostro comenzó a desdibujarse, como si le arrojasen tierra.
sábado, 6 de septiembre de 2025
En un bosque negro, un venado azul.
I.
En un bosque negro, un venado azul.
Ella durmiendo lo soñó dos veces.
Ves poco, dice, pero sabes que está ahí.
Un bosque negro, señala, y un venado azul.
Hace una pausa.
Respira, como saliendo del agua.
Probablemente tú también los hayas visto, dice.
II.
Lo de salir desde el agua fue idea de ella.
O descripción de ella, más bien.
Y es que dice que para hablar de sueños se sumerge a buscar palabras.
También existen fuera, explica, pero para hablar de sueños tienes que bajar a buscarlas.
Recogerlas como piedras, en el fondo, me explica.
O como pequeños seres vivos, parecidos a piedras.
III.
Yo no creo haberlos visto.
Pero acepto que sea cierto.
Que exista un bosque negro y un venado azul, me refiero.
Y lo de bajar al fondo a buscar palabras.
En mi caso, eso sí, las saco sin mirar, y las ordeno torpemente, en la superficie.
Todo eso le digo.
A veces dejo que caigan simplemente, cerca de la orilla, para que el agua luego las recoja.
IV.
Ella dice que el venado azul no debe salir del bosque.
Y que el bosque, ciertamente, debe permanecer negro.
En el sueño, me dice, para quien lo quiera soñar.
De nuevo.
viernes, 5 de septiembre de 2025
Expulsar a Larsen.
Encuentro unas notas en un viejo libro de Onetti.
Descifro la letra, no el sentido.
Transcribo:
*
Expulsar a Larsen no es lo mismo que decidir expulsar a Larsen.
Y no digo expulsarlo de un pueblo, que eso me parece relativamente fácil.
Yo hablo más bien de otras zonas, desde donde expulsar no es una decisión sencilla.
Como cuando te piden no pensar en X y uno justamente piensa en X.
Aunque en este caso “pensar en Larsen”, no es una opción.
No es una opción, en lo absoluto.
*
La intensidad de la indignación de Larsen.
O más bien, la de uno mismo.
Me refiero a que Larsen –supuestamente-, domina la intensidad de la indignación que considera apropiado sentir.
Afortunado (y embustero) Larsen.
Una vez, pienso ahora, yo me enterré tres espinas en una mano mientras desmalezaba un lugar.
Con unas pinzas, más tardes, me quité dos.
Y maldije al cielo.
*
“Nosotros los pobres”, piensa Larsen.
¿Pobres de qué?, digo yo.
Bajo él, una baldosa hueca hace un ruido extraño.
Imperceptible, sin embargo, para el que arrastra los pies.
Y es que uno debiese cargar sus pequeños triunfos.
Llevarlos colgados a todos lados, no importa para qué.
No para que los vean, en todo caso, sino para caer, de pronto, ante su propio peso.
Gastado, sucio y pequeñísimo peso.
¿Pobres de qué?, repito.
jueves, 4 de septiembre de 2025
No se disipó, la niebla.
No se disipó, la niebla.
O sea, a la mayoría nos pareció que sí, en un principio, pero realmente no se disipó.
Lo supe porque escuché a varios expertos hablar de ello y exponer una serie de pruebas que así lo confirmaban.
Dudé en un inicio, pues me parecía ver de lo más bien, y hasta recordaba el periodo de la niebla como un tiempo confuso, distinto… pero luego los expertos me convencieron.
-Lo que pasa es que uno se acostumbra –me dijeron-, y el ojo se adapta a la niebla del mismo modo como se adapta el oído cuando hay un ruido molesto o como se adapta el olfato ante algún olor demasiado notorio o desagradable… lo dejamos de ver, de escuchar, de oler…
Esto me lo dijeron, por cierto, de manera personal, luego de varias conferencias en que los expertos notaron mi presencia y adivinaron –supongo-, mi desconfianza.
Yo me limitaba a hacer preguntas breves, ligeramente técnicas luego de un tiempo, y tomaba apuntes en un cuaderno, de forma arcaica, es cierto, lo que debe haber llamado su atención.
Así, ocurrió que fueron ellos los que comenzaron a preguntarme quién era yo, y cuáles eran mis estudios y motivaciones para asistir a esas charlas de manera tan asidua.
Yo, sin embargo, me negué a contestarles –no con la verdad, al menos-, y evadí sus preguntas buscando analogías con la niebla y otros fenómenos, que nos llevaban a comportarnos de forma similar.
-Dejarán de verme en poco tiempo –les dije-, ya falta poco…
Y ellos, ciertamente, aceptaron que tenía razón.
miércoles, 3 de septiembre de 2025
Como ejercicio mental.
I.
Como ejercicio mental le dijeron que pensara en la nieve. En momentos específicos del día le dijeron que pensara en la nieve. Que intentara bloquear cualquier otro pensamiento o, si le costaba ignorarlo, cubrirlo de nieve. Hacer que todo quede abajo y pensarlo de esa forma. Fijándose ahora en la superficie blanca y homogénea que debía cubrirlo todo. Que no observes más que nieve cuando gires sobre ti mismo, le dijeron. Y así lo hizo.
II.
Seis meses pensando en la nieve, hueón. Seis meses intentando que todo se viera como me decían. Ayudado por pastillas, claro, porque si no, no podía. Terapia culiá. Te juro que intentaba que quedara parejito. Costaba más que la mierda… Y es que no era solo imaginar nieve, sino hacer que nevara sobre las cosas y luego que todo quedara limpio. Que no se asomara ni una hueá. Daba lo mismo la altura de las cosas, había que taparlas. Cubrirse con una sábana que además tiene que quedar perfecta. Una mierda la hueá. Nieve y la conchetumadre.
III.
Cuando dejó la terapia explicó sus razones. Ordenadamente esa vez. Dijo que tarde o temprano la nieve se derretirían y las cosas volverían a aparecer. No más limpias ni mejores, sino como eran, simplemente, antes de la nieve. Y esta última, por si fuera poco, se convertiría en agua sucia. Y claro, escucharon sus razones. Observó cómo las anotaban. Incluso recibió felicitaciones. Le dijeron que había dado un paso adelante y que el ejercicio mental había sido un éxito. Ahora pasaremos al siguiente paso, le dijeron. Escuche:
martes, 2 de septiembre de 2025
Como banderas sin viento.
No exageres. Al final las cosas suelen ser así. Más simples, me refiero. Más naturales. Como banderas sin viento, quiero decir. Es simple, si lo piensas. O común, al menos, si lo observas con calma. Sí, como banderas sin viento… Lo digo como algo que está bien. Después de todo, la mayoría de las veces es así. No habría que quejarse por ello. Y tampoco molestarse o lamentarse en lo absoluto. Puedes hacerlo, no lo niego, pero es algo que no conduce a nada. Un intento absurdo de reclamar por un problema que no existe. O que identificaste mal, si lo prefieres. Ya es tiempo de cortar con este asunto. La vida casi nunca se escribe con mayúsculas. Debes abrirte a oírlo y aceptarlo: tus sueños y expectativas suelen construirse sobre el exceso. La felicidad misma es una exageración. Y hasta la idea de la voluntad propia es un invento. El mundo no suele ser así. El universo, si lo observas, no se comporta de esa forma. Pero claro, es más fácil engañarse y decir que lo hacemos por las razones correctas. Vivir en medio de gritos. De luces breves. De edulcorantes. Jurarles lealtad a banderas que, salvo excepciones, no flamean. Y que es evidente, además, que nada significan. No exageres, te digo. Es así.
lunes, 1 de septiembre de 2025
Hablando del ruido.
Estaba en medio de la multitud, haciendo algo.
Por lo mismo, intentaba no prestar atención a nada en lo absoluto cuando un tipo extraño se acercó a hablarme.
-¿Usted me está hablando del ruido social? –me preguntó.
-¿Yo qué?
-Le pregunto si usted me está hablando del ruido social –repitió, alzando la voz.
-No –le dije-. De hecho, ni siquiera le estaba hablando.
Nos quedamos en silencio.
En silencio, aunque en medio del ruido.
-Tal vez usted debería hablarme de eso –dijo ahora.
-¿Hablarle de qué? –pregunté.
-Del ruido social, claro –contestó, como si fuese lo más obvio.
Dejé pasar un rato, intentando que se aburriera y se fuera del lugar.
No lo hizo.
-Si le molesta hablar aquí podemos movernos a algún otro sitio –dijo-. Menos ruidoso…
-No es necesario –repliqué-. No tengo nada que hablar con usted.
Él se mostró extrañado, y me miró de arriba abajo, como si quisiera burlarme de él.
-Pero si fue usted mismo quien comenzó a hablarme y sacó el tema –señaló, molesto.
-Probablemente usted me confundió con alguien… -le dije-. En medio de este bullicio y toda esta gente es fácil que ocurra.
Tras terminar de escucharme volvió a mirarme, visiblemente molesto.
-¡Cobarde! –gritó.
Fingí no escucharlo.
No era difícil porque las otras voces del lugar apenas dejaban oírlo.
-¡Cobarde! –volvió a gritar.
Yo asentí, sonriendo y alejándome de donde él se encontraba.
A medida que lo hacía, observé que él seguía gritándome, pero esta vez, realmente, ya no lo escuchaba.
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