domingo, 6 de septiembre de 2015

Como un templo. Como un bonsái. Como una luna.


A veces vivo en un cuarto que está un poco más abajo que el nivel de la calle. Lo arrendé para escribir una novela, pero finalmente es el único lugar en el que no escribo absolutamente nada. Simplemente me siento ahí y escucho. Entre el cuarto y la calle hay una especie de pasillo. A ratos salgo ahí y respiro hondo. Nadie salvo yo, por cierto, va a ese lugar.  Y es que me gusta imaginar que es algo así como un templo. Un templo oscuro, por supuesto. De hecho, cuando arrendé ese lugar me advirtieron que era lóbrego. Esa fue la palabra que dijeron, según recuerdo. Pero claro, todo es cuestión de perspectiva. Por ejemplo, en un costado del cuarto hay una ventana. Viéndola de frente solo se distingue un muro y el borde de la calle. Sin embargo, si uno se inclina un poco, puede observarse un árbol. Ahora bien, ante esa situación –y ante el temor de que ese sitio se convirtiese en algo demasiado oscuro-, puse un colchón en el piso, muy cerca de la ventana. Así, desde cierta posición uno puede imaginar que tiene un bonsái justo en el marco de la ventana. Y claro, no es tan dañino dormirse con esa imagen. Además, como un poste de luz está justo sobre el árbol, este se ve iluminado, como si fuese luna. Una luna distinta, es cierto, pero está bien.

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