viernes, 4 de septiembre de 2015

El perro piensa que eres Dios.


Igual el perro lame tus manos sucias.

Por eso te acercas.

Tal vez hasta llevas un poco de comida.

Tal vez hasta le acaricies el lomo.

No hay duda: el perro piensa que eres Dios.

Por eso te acercas.

Es agradable que te vean de esa forma.

Fácil que no te hable.

Fácil que no cuestione nada.

Si hasta pareces bondadoso cuando te agachas, junto a él.

Así, resulta que a veces hasta te sigue algunos pasos.

Entonces le dices unas frases.

Le inventas un nombre.

Una de cada cien veces te lo llevas a casa.

Entonces el perro te observa realmente.

Ese eres tú.

Te ve pasear silencioso.

Observa tu egoísmo con los otros.

Reconoce tu necesidad malsana de ser admirado.

Por suerte olvida rápido.

Por suerte se agita y vuelves a ser Dios en un instante.

El perro confía de inmediato.

Va por el palo.

Se sienta ante una orden.

Te escucha con aparente atención todo lo que tienes que decir.

Eso es lo que siempre has querido.

Si hasta respeta aquellas horas en que no quieres tener sentimientos.

Y es que es fácil, sin duda, un compañero así.

Ahora bien… es cierto que de noche afila sus colmillos.

Pero de día nuevamente él olvida para qué.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales