viernes, 7 de abril de 2017

Suena el teléfono, pero no alcanzo a llegar.


I.

Suena el teléfono, pero no alcanzo a llegar.

Siempre me pasa lo mismo.

Dudo que suena, tal vez, hasta que deja de sonar.

O dudo tal vez de mí mismo,
existiendo,
a un costado del teléfono.


II.

A veces leo, mientras suena el teléfono.

No entraré, eso sí, en detalles de lecturas.

Entonces busco un punto aparte y no lo encuentro.

Y busco después una voz, el teléfono,
que nunca alcanza a responder.


III.

No es que me preocupe demasiado, pero…

¿Qué pasa si se trata de un premio?

¿Qué tal si me avisan los resultados de un examen médico de urgencia?

¿Qué pasa si era Dios y uno piensa que no existe?


IV.

Otra vez suena el teléfono.

No voy de inmediato pues debo asegurarme que sea cierto.

Nunca lo decido, pero voy igual después de un rato.

Tomo el auricular, sin mucha fe.

El teléfono ya ha dejado de sonar.


V.

Si bien no he mejorado en el asunto de contestar el teléfono.

Al menos he aprendido a identificar qué es aquello que contesto cuando no contesto.

Sensaciones que tomo al vuelo como si atrapara moscas.

Hasta que de pronto tienes el corazón – el tuyo mismo, tal vez-, cogido en una de tus manos.


VI.

Suena el teléfono, pero no alcanzo a llegar.

Siempre me pasa lo mismo.

Un día, tal vez, las cosas cambien.

Pero hoy no es, en lo absoluto, aquel día.

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