viernes, 15 de julio de 2016

Agua cayendo.


Ella gana un viaje para ir a las cataratas del Niágara.

La premian en su trabajo, junto a otra compañera, quien se enferma a última hora.

Por lo mismo, ella termina realizando sola aquel viaje.

El vuelo tiene apenas una escala y en general resulta agradable.

También le resulta agradable el último trayecto en bus, hasta un hotel, cerca del lugar.

La ventana de su habitación no da hacia las cataratas, pero desde el restaurant pueden verse, a la distancia.

Ella se saca una foto y la envía a sus compañeras, junto con breves comentarios.

Ese mismo día, en la noche, descubre el minibar.

Abre una pequeña botella de vodka y se la bebe de inmediato.

Luego ve televisión y lleva hasta la cama las otras pequeñas botellas.

Entonces ella mira su habitación y la tele y la cama y las botellas.

Y claro… siente que algo no encaja.

Un poco como Gulliver, tal vez, por los tamaños de las botellas.

La cama además, le pareció, tenía una forma irregular.

Descorchó una pequeña botella de vino con un sacacorchos que parecía un cortauñas de bebé.

Luego destapó cuidadosamente una de champán, aunque el corcho apenas saltó.

Por último, dormitó un poco sobre la cama.

Mientras estaba ahí, tendida, pensó por qué habían elegido, como premio, la visita a las cataratas del Niágara.

Después de todo, el lugar no tenía relación alguna con su trabajo y nadie había comentado nada especial, al respecto.

Incluso, semidormida, estimó la posibilidad que no estuviese realmente ahí, junto a aquellas cataratas, y que las botellitas y la cama y hasta el pequeño sacacorchos, fueran una especie de engaño, de su percepción.

Entonces, intentó recordar que le habían parecido, desde el restaurant, las famosas cataratas.

Solamente es agua cayendo, se dijo.

Esas no son las verdaderas cataratas.

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