Saludó con alegría y lo primero que dijo fue que
estaba bien.
Luego comentó algo de mi apariencia y ordenó un
pisco sour.
También pedimos algo de comer, claro.
Entonces ella comenzó a contar distintas situaciones sobre todos estos
años.
En general eran cosas agradables.
Viajes, sobre todo.
Al narrarlas, se ayudaba con fotos que mostró desde
el celular.
Eran buenas, las fotos.
Mientras las veíamos trajeron la comida e hicimos
una pausa.
Fue entonces que llegó el turno de actualizar mi
situación.
Me sentía extraño, pero lo terrible es que no tenía
mucho que contar.
Así se lo dije.
Y claro, tampoco saco fotos ni uso celular.
Ella retomó entonces algunas historias y hasta
comentamos otras, que habíamos vivido juntos.
No fue, en todo caso, un mal encuentro.
Después de todo, ella se veía bien y a mí me había
servido para darme cuenta que nuevamente me encontraba bloqueado.
En espera, digamos.
La conversación, en tanto, se distendió más hacia el
final, tras comentar algunas situaciones y hasta reírnos un poco.
Fue un encuentro normal, en resumen.
Me refiero a que no la vi nerviosa, ni molesta, ni
complicada para nada.
Mientras comía, eso sí, noté que se le metía el pelo en la
comida.
Y no se daba cuenta.
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