Alguien debería darse cuenta.
Darse cuenta de algunas cosas.
Ni yo sé cómo decirlo.
Y no sé siquiera, si deba decirse.
Tiene que ver con la muerte, pero no es la muerte.
Es más bien otra cosa.
Y claro, también tiene que ver con la vida, pero no es la vida.
Li Po podría decirlo.
No se me ocurre quién más.
Pero Li Po murió, según parece.
Y tal vez fue el último hombre vivo, que llegó a ese estado.
Lo terrible de esto, sin embargo, no es la muerte.
Lo terrible es que nadie reemplazó a Li Po.
Los ríos, incluso, mantuvieron su curso.
Y el vino y la belleza siguieron desde entonces brotando para nadie.
Todo es juego desde entonces.
Incluso juegos que ni siquiera sabemos que jugamos.
Amor y desamor, sobre todo… ¡pero hay tantos!
Y hasta no jugar resulta ser jugar, aunque no queramos.
Y es que nadie reemplazó a Li Po.
Y el corazón del hombre no volvió a encarnarse en otro hombre.
Y el mundo echó raíces, sin saberlo, en una vergüenza amarga.
Tú mismo, desde la pantalla en que me lees, sabes que esto es cierto.
Y llamas luz, incluso, a la radiación que emite esta pantalla.
Y es que ni tú ni yo reemplazamos a Li Po, a fin de cuentas.
Y hasta puede que muramos sin contemplar nunca, las estrellas en el agua.
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