Ella me llama de madrugada para decirme que se le
apagó la estufa.
-¿Qué estufa? –pregunto.
-La negra –dice ella-. La de gas.
Son cerca de las tres de la mañana, pero sé que no
vale la pena insistir sobre este asunto.
No con ella, al menos
-¿Me escuchas…? –insiste-. Te digo que se me apagó
la estufa.
-Sí te oigo –le aclaro-. Pero no sé… ¿Te fijaste en
el balón?
-¿En el balón de gas?
-Sí… -digo yo.
Ella no responde.
-¿Te fijaste si tiene gas? –insisto.
-Yo creo que sí –me dice.
-¿No estás segura?
Ella se demora un poco.
-No sé… -dice entonces-. ¿Cómo se sabe si tiene
gas?
-Intenta levantar el balón –le digo-. Tómale el
peso…
-De acuerdo… -me dice-. Espera…
Dejo pasar unos segundos.
-¿Y…? –le pregunto.
-Está pesado –dice ella.
-¿Pero pesado
lleno?
-Creo que sí… -me dice.
Yo intento pensar un poco.
-¿Y has intentado volver a prenderla? -le pregunto.
-Claro… -dice ella-. Pero no enciende…
-¿Y el balón…? ¿Desde cuándo lo tienes?
-¿Cómo “desde cuándo”?
-¿Cuándo lo compraste…? –le aclaro.
-Pero si es el mismo que teníamos antes… El
amarillo…
-Pero hay que llamar y cambiarlo… -le digo. ¿De
verdad no sabes?
Ella hace una pausa.
-¿Por qué hay que cambiarlo? –pregunta entonces.
-Porque se vacía y debes cambiarlo por uno lleno.
-¿Y qué hacen con el balón vacío?
-Se lo llevan… como con los envases de bebida…
Ella vuelve a quedarse en silencio, como si dudase
de mis palabras.
-Es verdad –le digo-. ¿De verdad nunca estuviste
cuando llamaba y lo cambiaban?
-No –dice ella, como desilusionada-. Yo pensaba que
era siempre el mismo.
-Mejor acuéstate –le digo entonces-. Acuéstate y
llámalos temprano… El número se lo pides al conserje…
-Ya –dice ella.
Su voz suena triste.
-Buenas noches –le digo.
-Buenas noches –contesta.
Luego espero, hasta que ella cuelga.
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