jueves, 22 de febrero de 2018

Ganas de verte.


Cuando te nía ganas de verte, decía su carta, me sentaba en el banco de una plaza. No servía si me quedaba sentada en el departamento o intentaba distraerme de otra forma. Solo se me pasaba si me sentaba en el único banco de una plaza. Aunque tal vez decir que las ganas de verte se me pasaban, pienso ahora, no sea la forma más exacta de expresar lo que sucedía.

Era una plaza pequeña, continuaba. Estaba entre los dos edificios del condominio en que vivo. Tenía un pasto bien cuidado, un par de árboles de mediano tamaño y un pequeño sector repleto de flores y algunas plantas más pequeñas. Con el tiempo me fui dando cuenta que cuando me sentaba en ese banco fijaba mi vista un pequeño arbusto, que estaba junto a unas flores. A raíz de eso, no podía recordarte sin asociarte con él.

Hoy, por lo demás, se cumple un mes desde el momento en que robé ese pequeño arbusto e intenté mantenerlo vivo al interior de mi departamento.  Ni siquiera duró dos semanas. Tal vez lo trasplanté mal y no me fijé a tiempo.  Sea cual sea el motivo lo cierto es que sus hojas las encontrabas por todos lados. De hecho, hoy haciendo aseo boté la última de ellas y por eso me decidí a escribirte. Bajé a la plaza para que se me pasara, pero estuve intranquila mirando el lugar donde había estado el arbusto. De ahí que llegara a una conclusión que me parece, dentro de todo, de lo más sensata: necesitaba el arbusto para no escribirte.

De mí te contaré solamente si me preguntas. Y puede que ni siquiera lo haga, pues no estoy segura que sea bueno mantener contacto. De todas formas creo que es bueno que sepas que me acuerdo de ti, aunque no quiera, o no tenga un propósito claro. Estoy segura que tú pensabas que te había olvidado por completo.

Suerte en el futuro, concluía su carta. Encuentra, pero no trasplantes arbustos. Un abrazo.

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