Al sacar la tapa, la botella se trizó.
Sin embargo, ella no se percató de aquello.
A raíz de esto, cuando ella tomó de la botella se
cortó los labios.
Lamentablemente, como ya estaba ebria, no sintió
los cortes y siguió así hasta que se terminó el contenido.
Mientras esto sucedía yo estaba frente a ella y la
observaba hacerse los cortes.
También la observé limpiarse la sangre, sin darse cuenta
de lo que ocurría.
No sabría decir por qué no le advertí de aquello.
Tal vez fue porque yo también había bebido
demasiado.
O tal vez exista otra razón, de la que no soy
plenamente consciente.
De todas formas, dándole vueltas a lo sucedido
saqué en limpio unas par de cosas.
1) No disfruté en modo alguno de la situación.
2) Mientras la miraba, consideré que el daño que se
hacía no sería permanente.
No recuerdo haber sacado nada más en limpio.
En cambio, recuerdo haber pensado que tal vez Dios
permitía el mal por una razón –o sinrazón- similar a la mía.
Dejé entonces pasar un par de días y la llamé para
ver cómo estaba.
Ella dijo que bien y no comentó nada sobre sus
cortes.
Quedamos de juntarnos de nuevo, otro día, pero yo
no fui y estoy seguro que ella tampoco lo hizo.
Desde entonces no hemos hablado.
De hecho, nos topamos en el metro el otro día, pero fingimos no vernos.
Esa es toda la historia.
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