sábado, 23 de abril de 2016

Cosas que pasan todo el tiempo.


Ella despertaba y me contaba sus sueños.

Siempre era lo primero que hacía.

Me despertaba incluso, para esto, pues luego se le podían olvidar.

A veces eran sueños pequeños y otras veces podían durar como media hora.

Y claro, yo también me acostumbré a escucharlos.

Generalmente no tenían nada de eróticos ni profundos.

Me refiero a que ella tenía sueños más bien sencillos.

Una jirafa que se asomaba por la ventana, por ejemplo.

O un sueño donde el agua nunca llegaba a hervir.

De todas formas, ella acostumbraba contarlos con detalles.

Deteniéndose en cada una de las sensaciones, para que yo pudiese entenderla.

Y sí… hasta creo que yo la entendía.

Nos llevábamos bien, me refiero.

Nos queríamos.

Pero claro, ocurrió entonces que ella empezó a reclamar.

A reclamar y a exigir, más bien, que yo le contase mis sueños.

Lamentablemente, yo no suelo recordar mis sueños.

Y claro: eso fue, en definitiva, lo que nos llevó al desastre.

Primero porque no me acordaba.

Luego porque ella me acuso de no querer compartir, de ser insensible y hasta de ser falso.

Entonces, para salvar la relación, opté incluso por inventar mis sueños.

Debo haberlo hecho como por tres meses, hasta que comencé a repetirlos.

Y sí… pude de todas formas haber seguido, pero se me ocurrió confesar, un día.

Entonces ella simplemente decidió terminar.

No podemos estar juntos, me dijo.

Yo acepté.

En su último sueño, estando juntos, me dijo que ella aparecía picando repollo.

Tú no estabas, me dijo.

Luego nos separamos.

No sufrí demasiado, si soy sincero.

Y es que cosas así, en definitiva, pasan todo el tiempo.

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