sábado, 16 de abril de 2016

No tocar: corazón recién pintado.


Wingarden cuenta sobre un alumno estadounidense al que conoció mientras trabajaba para la UNAM.

Dicho alumno –que habría estado dos años como estudiante de intercambio en la universidad mexicana-, habría sido, según palabras del propio Wingarden: “el mejor ejemplo para explicar los problemas que la bondad y el abandono del yo, pueden ocasionar a un individuo”.

Así, más allá de los procedimientos académicos e investigativos que sigue Wingarden, me gustaría quedarme con cierta información objetiva de aquel estudiante,  resumida en cuatro puntos:

1. Años antes de llegar a la universidad mexicana, había seguido un largo tratamiento por depresión y comportamiento sicótico, llegando a estar internado durante un breve periodo de tiempo en una clínica siquiátrica, en Utah.

2. Poco antes de su llegada a México, había comenzado a desarrollar una pequeña carrera como tenista, participando de pequeños torneos semi profesionales del circuito universitario estadounidense.

3. Si bien no había vuelto a experimentar en los últimos años, alguna crisis depresiva, su forma de relacionarse con quienes lo rodeaban seguía ocasionándole algunos inconvenientes.

4. La relación con los demás –a la que se hacía rápida mención en el punto anterior-, podía describirse como excesivamente bondadosa, cayendo constantemente en el uso reiterado de frases de agradecimiento y/o manifestando excesiva consideración hacia los otros.

De esta forma, para ejemplificar este último punto, Wingarden nos cuenta  sobre una anecdótica situación que observó, mientras el alumno disputaba un partido de tenis, en un torneo organizado en la misma UNAM.

“… (el estudiante) era incapaz de recibir las pelotas de tenis sin agradecer a los pasapelotas, o de recibir aplausos tras una jugada sin agradecer al público… Por otro lado, ciertos gestos hacia su contrincante, parecían mostrar que le era incómodo ganar algún punto y provocar descontento al otro jugador… En resumen, hacía tan lento y errático el partido que el árbitro terminó por descalificarlo, ante lo que se mostró aún más arrepentido, pidiendo disculpas a todos los presentes y abandonando muy preocupado, la cancha…”

Ahora bien, más allá del análisis que Wingarden hace de este caso, me queda dando vueltas la distancia con la que este individuo afronta su comunicación con los otros.

Es decir, tanto en el ejemplo anterior, como en el relato de otras situaciones, se hace evidente que la actitud del estudiante (el pedir constantemente disculpas, por ejemplo, o agradecer cada acto de los otros) supone una distancia hacia quienes lo rodean, provocando una serie de breves interrupciones temporales que se traducen al mismo tiempo en una distancia que interfiere en la comunicación con los demás…

En este sentido, toda su aparente “mejoría”, revela cierta fragilidad para desarrollar sus relaciones interpersonales, como si se tratase de alguien que ha curado heridas que le impiden estar en contacto con los otros, o como si –tal como escribía figurativamente en el título-, tuviese su corazón recién pintado.

Quizá por esto –porque su ejemplo había pasado de ser un referente investigativo a tomar forma como ser humano-, me interesaba al leer el texto, saber qué había ocurrido finalmente con aquel estudiante.

Lamentablemente, tras leerlo con minuciosa atención, puedo asegurar que no existe mención alguna en el artículo sobre lo que ocurre a posterior, con este individuo.

Ojalá Wingarden no me decepcione y no haya recurrido a la mala costumbre de crear seres ficticios para utilizarlos como meros argumentos…

Y ojalá que aquel estudiante –de haber existido, y de existir-, haya logrado finalmente, acercarse a los demás… y acercarse también, a sí mismo.

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