domingo, 7 de junio de 2015

Algo que decirme.


Alguien me envió un gato.

Lo escuché rasguñar la puerta y fui a abrir.

Y claro… ahí estaba él, esperando, como si viniese a dejar un mensaje.

Lo invité a pasar y entró.

Le convidé un pocillo de leche con durazno.

Se lo tomó educadamente.

Saltó entonces hasta un sillón que está cerca de mi cama.

Desde ahí me observaba revisar unas pruebas.

Tras unos minutos, decidí dejar lo que hacía y mirarlo de frente.

El gato también hizo lo mismo.

La situación era extraña.

Además tenía puesto un disco de Sibelius.

Debe haber sido entonces que pensé que el gato no había venido a dejar un mensaje.

En cambio, comprendí que había vendido a buscar uno, y que esperaba que yo se lo diese.

Entonces, comencé a pensar a quién le debía un mensaje.

Así, fui haciendo listas y recordando nombre a nombre, mientras le preguntaba al gato.

Él, sin embargo, no reaccionó ante ninguno.

Simplemente me miraba, desde el sillón, esperando que yo comprendiera.

Debe haber sido entonces que me fijé que tenía un collar.

Era un collar delgado, que tenía grabado un nombre.

Gato, decía el collar.

También tenía escrito un número telefónico.

Ocurrió así que, tras anotar el número, el gato volvió a moverse y se acercó por un poco de cariño.

Era como un permiso que se daba, luego de su trabajo, pensé.

Minutos después se acercó a la puerta y nos despedimos.

Gato se fue.

Finalmente, encendí mi celular –que prácticamente n uso-, y marqué el número.

Un aviso en la pantalla me avisó que ese número era el mío.

Luego de un momento, colgué.

Entonces, me quedé pensando si tenía o no algo que decirme.

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