lunes, 20 de diciembre de 2010

Teatro Ópera de Beijing, Centro Cultural Gabriela Mistral.

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I. El contexto.

El hall de ingreso a la sala número dos del Centro Cultural Gabriela Mistral, donde se presentó hoy el Teatro de la Ópera de Beijing, está lleno de grandes fotos donde el presidente sonríe y saluda a distintos hombres de ojos rasgados que le tienden, amistosos y confiados, galardones, o diplomas, o simplemente la mano, en gestos aparentemente afectuosos y fraternales que han sido retratados fielmente por fotógrafos que no han dudado en retocar las imágenes de una forma tan burda que hasta el mismo presidente podría reporcharles su trabajo.

Además, poco importa si los hombres pertenecen o no a la nación popular China, cuya embajada fue la principal organizadora de este evento, ya que el requisito para acompañar al presidente o a su familia en esas fotos parece ser simplemente tener los ojos rasgados, y mantener, invariablemente, una mueca simpática similar a una sonrisa, que parece haber sido bordada por la misma mano en cada uno de los rostros.

Por esto, es posible distinguir en las fotos a diplomáticos japoneses o koreanos, y hasta al chino Ríos y al chino Navarrete que se colaron en una de las imágenes que aún no entiendo qué hacían en ese sitio.

Otra de las imágenes anómalas, es la de una extraña Geisha acompañada de un semicalvo samurai que, tras un detenido análisis, descubro se trata de el hermano bohemio del presidente... y bueno, no daré aquí más especificaciones.

Además, pocos se fijaron en las fotos. Hubo tanta demora y tan mala organización que la mayoría pasó de largo por aquellas imágenes, salvo Walt Disney, que debe haber andado de incógnito, y que le dejó un autógrafo justo frente a la boca del presidente, que seguía sonriente, como siempre, sin percatarse de la dedicatoria que le habían dibujado.

Otras cosas dignas de mencionar, pertenecientes al contexto, dicen relación con la excesiva cantidad de gente que hizo cola para entrar al lugar, aunque nadie fue capaz de señalarles, a tiempo al menos, que sólo podrían ingresar 100 personas a presenciar la función, pues las otras entradas correspondían a invitaciones privadas, que ya se habían emitido.

II. La espera.

Fue así que la espera por entrar comenzó varias horas antes. En mi caso 5, aunque ya habían varios que estaban desde antes así que desconozco el tiempo total que estuvieron ellos.

Mi hijo, estoico, aguantó conmigo a pesar de quejarse cada cierto tiempo de distintas cosas que logramos solucionar, junto a otras que, supongo, no tenían solución.

De hecho, tanto fue el tiempo que estuvimos ahí, que casi convenzo a una chica de pelo rojo para que le hiciésemos en ese rato un hermanito a mi hijo. Aunque el casi, debo reconocer, fue casi tan amplio, como la espera.

Luego de unas horas, sin embargo, y tras ver que el asunto no iba a funcionar, un clon de Lavín a la edad del pavo -¡imagínense!-, comenzó a entregar unos papelitos que indicaban con números del 1 al 100 quienes podríamos ingresar.

Recibí el 81 y el 82 -y eso que estaba como 15 en la fila original-, y entonces comenzaron los sobornos, los inconvenientes, y hasta el ánimo, de las más de 500 personas que estaban fuera del lugar, comenzó a alterarse.

III. Ofrecimientos varios.

Primero comenzaron a pasearse las chicas lindas. Te miraban desde lejos y se aseguraban que hubieses recibido uno de los números premiados. Luego se ponían en un ángulo en que el sol, y sus 34 grados, dieran cuenta de la sutileza y brevedad de sus vestidos, que, de peso, no deben haber superado los 50 gramos.

Y entonces se acercaban.

-Hola -te decían, y la lengua se asomaba para saludar tambien, desde su humedad lejana.

-Hola -decía uno. Consciente de que esa era la única forma que tenía para conseguir la atención de aquellos especímenes.

-Pucha -decían entonces-, no te imaginas lo que daría por entrar a ver la ópera.

Y yo, por supuesto, me lo imaginaba.

-Además después tengo un carrete rebueno y hasta podríamos ir juntos -me decían, mientras yo con el pie corría hacia el lado a mi hijo, con el que, por cierto, compartimos gustos parecidos.

Al final, tras unas frases más y percatarse que estaba con mi hijo y que no había conseguido una entrada extra y etc., las chicas terminaban por irse, mientras mi hijo me leseaba porque según él, me había puesto nervioso, y otras cosas casi sin fundamento, y que no vienen al caso.

Luego venía el turno de las viejitas. Sea cercaban y te contaban la historia de un nieto enfermo, o de que ésta es quizá la última oportunidad que tienen para ver este tipo de presentaciones.

-Para mí sería un milagro si alguien me diera su entrada -me decían-, yo creo que se irían derechito al cielo y hasta serían un gran ejemplo para sus hijos...

Y claro, yo me hacía el hueón. Y las veía mover su placa, y practicar su tono lastimero que no me conmovía en lo más mínimo. O no después de cuatro horas en la fila, al menos.

IV. La gran ocurrencia del clon de Lavín.

Entonces, tras numerosos reclamos y hasta un escupo que le quedó colgando de la patilla derecha, el clon de Lavín fue iluminado, y planteó una solución.

Habilitar la sala 1 para que 250 personas más puedan ver, esta vez como proyección, la presentación de los chinitos.

El problema se acrecentó sin embargo, cuando al clon se le ocurre dar exactamente el mismo papel a los otros asistentes, es decir, partió del 1 nuevamente por lo que, del 1 al 100 habíamos 200 personas, todas reclamando que nos había tocado en la sala en que podíamos ver la presentación en vivo.

Hubo reclamos, golpes y hasta mordiscos, mientras el clon nos pedía que apeláramos al ejemplo cristiano y a las buenas costumbres que, al parecer, muy pocos compartían.

Luego tuvieron que venir los guardias y claro, la hora pasaba, y no podían dejar ingresar a nadie pues no había llegado el señor ministro, quien estaba atrasado al igual que otras autoridades que debían asistir.

V. La llegada del ministro y otras autoridades.

Una lluvia de silbidos y hasta una bombita de agua que no dio en el blanco fue lo que recibió el ministro y su comitiva tras ingresar tardíamente al recinto por una puerta lateral que no logró ocultarlo por completo.

Una viejita se le colgó de las piernas y una jovencita intentó hacerlo de algo que, al parecer, había entre ellas, pero no tuvieron éxito.

Sólo entonces, -bueno, en realidad una hora después-, comenzamos a pasar nosotros.

Desperté entonces a mi hijo, -quien incluso creció unos centímetros desde que comenzamos a hacer la fila-, y lo abracé porque lo sentí un hombre grande. Me pareció incluso que sus bigotes habían crecido también y traté de convencerlo para que se afeitase, pero se negó rotundamente.

-¿Estay borracho, papá? -me decía.

Y yo me emocionaba pues me parecía que hasta su voz había comenzado a cambiar.

VI. Inside.

Como entramos casi de los últimos resultó que en la sala sólo quedaba una hilera de asientos vacíos y dos más, aparentemente ignorados, en primera fila, desde donde era casi imposible ver nada.

Lamentablemente, una muchacha del gobierno de la eficiencia me reveló con su dedo la existencia de unos papeles que indicaban que esos asientos estaban destinados a autoridades, por lo que, nuestra única opción, fue ubicarnos en los dos asientos despreciados de primera fila.

Por suerte, había comprado en una bodega ocho tomos gordos de una enciclopedia de arte que con suerte llegaba hasta el impresionismo y que nos sirvió para quedar a una altura que nos permitiera presenciar el espectáculo, de una forma digna.

Veinte minutos después, tras la ausencia de las autoridades y hasta del ministro que no se atrevió a ser abucheado nuevamente, comenzó la maravilla.

VII. La maravilla.

La presentación fue lo que esperábamos, y hasta un poco más. Constó de tres obras breves y tradicionales del teatro de ópera chino, cuyo argumento y diálogos iban pasando a destiempo, proyectados quizá por otro clon de Lavín, quien aprovechaba hasta de censurar la palabra culo que apareció en un momento y que casi lo lleva a detener la función.

El trabajo de los actores, sin embargo, y de los músicos, fue realmente notable, y hasta logró que nos olvidáramos de las horas de espera y de las fotos de Piñera que habían precedido todo aquello.

La belleza de los trajes, la perfección de los movimientos, el maquillaje... todo fue sumando para que uno se fuese sintiendo más torpe, más imperfecto...

-Papá, ¿Tú podriay hacer eso? -me pregunta entonces mi hijo.

-Si fuera chino sí -le contesto-. Y sabría tejer canastas y hasta sabría kung fu.

Y es que fue tan perfecta la tercera representación, -y en particular la pelea de la serpiente que quería la hierba de la inmortalidad para el hombre con quien se había casado-, que uno parecía tener una naturaleza distinta a la de todos ellos... una naturaleza clase b, dicho sea de paso.

Por suerte está Piñera, un presidente que permite que hasta la clase b sea nuevamente admirada por su progenie, dispuesto siempre a ser más estúpido que uno y a mandar un mensaje que resuena, tras terminar la presentación, en todo el lugar:
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"Espero les haya gustado la función tanto como a mí me habría gustado de haberla visto. Por lo mismo les agradezco su visita: espontánea, desinteresada, manifiesta. Y a ustedes, amigos orientales, sólo me queda por decirles una cosa: gracias, y shaolín... ja, ja... shaolín..."
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Sólo entonces siento que mi hijo vuelve a abrazarme con orgullo. Feliz de que su padre no sea Piñera, más allá del dinero y de todas esas cosas como... bueno, como el dinero no más, que él tiene.
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-Pucha que es hueón Piñera -comenta mi hijo, mientras salimos del lugar.
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-No digay eso hijo... -intento corregirlo. Pero no se me ocurre, realmente, otro adjetivo más adecuado.
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Por último, cuatro horas después, y a 30 kilómetros de aquel lugar, se acaba mi día.
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Sin mucho más que contar.

1 comentario:

  1. se sentaron en el impresionismo!
    la presentación debió valerlo

    dejo saludos y a syd bardett
    http://www.youtube.com/watch?v=qPRO-XFh8g8&feature=related

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