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"Nunca aquí,
porque soy el lugar del extravío."
Pedro Lastra
Hoy por hoy los monstruos no me asustan. Los veo andar de un lugar a otro, a escondidas, y trato de ganarme sus confianzas.
A veces les invento nombres y les cuento historias, y cuando doy con la historia precisa los monstruos se asoman y se ubican a cierta distancia. Así, de esta forma, igualito que el principito con el zorro, comienza el proceso de domesticación.
Sucede así que de a poco van trayendo a sus amigos, o familiares, y a veces se reúnen largas filas en el lugar de reunión y poco falta para que aquello se transforme en una más de mis clases y uno alargue un poco más la jornada y asuma la jefatura que, al menos este año, no me atreví a aceptar incluso con aquellos seres de apariencias más tradicionales.
Y es que de cierta forma he comenzado a asumir responsabilidades con los monstruos, sobre todo con los más pequeños. A veces, cuando los olvido algún día, ellos comienzan a llamarme la atención: esconden mis calcetines, me echan sal en el café o hasta se toman mi cerveza.
Y claro, lo de los calcetines y lo del café, pase… pero las cervezas… Y no es que se trate de egoísmo, ni alcoholismo, es simplemente que tras beberse una botella, aunque sea pequeña, los monstruos cambian su conducta de una manera demasiado abrupta, y temo entonces que se desinhiban de tal forma que puedan verlos otras personas y pueda suceder, a partir de esto, alguna desgracia.
Además, hay monstruos pequeñitos, incapaces de entender que no debiesen salir sin más a la luz. De hecho, a veces, veo a los monstruos mayores reprenderlos cuando se olvidan que no soy uno de ellos, y me despiertan a mitad de la noche tirando los pelos de mis piernas o haciéndome cosquillas para que me quede un rato con ellos.
Por otra parte, escrito ahora como confesión, puede sonar extraño esto de los monstruos, pero todo ha sido en realidad un proceso tan gradual y hasta armonioso, que hoy no me causa asombro alguno verlos dar vueltas en la pieza, o encontrármelos por donde voy… en los rincones, colgados en las ropas estampadas para niños, o escondidos en las copas de los árboles.
De hecho, debo reconocer que me agradan, y que fueron, durante los últimos meses, una compañía que me permitió acercarme a algunas sensaciones que estuvieron bloqueadas largo tiempo.
Y es que no sé… como que los sintiera casi enviados por alguien. Aparecen cuando estoy más solo y se ubican a distancia. A veces me acercan un libro para les lea en voz alta y los ojitos les brillan y mueven los pies cortitos que tienen y hasta saltan y corren por la cama y se abrazan entre ellos cuando les gusta el final o una frase específica que me hacen repetir hasta 10 veces.
Les gusta sobre todo Haruki Murakami –a quien no pueden escuchar si no es tocándose y haciéndose cosquillas entre ellos-, o los libros ilustrados de Pinocho, o las obras dramáticas de Anouilh –aunque por un momento se pusieron tan tristes con Eurídice, que me pareció verles lagrimear al escucharlo-.
También me acercan los libros de Mark Twain, o de Verne, aunque estos los traen con páginas marcadas y se conforman con pequeños fragmentos que los escuchan como si fuera música, o como si siguieran sonando después de que yo haya terminado.
Otras veces, en cambio, vemos películas juntos, aunque sólo les gustan las mudas y en blanco y negro… e incluso me he fijado que cuando sale la Dietrich en pantalla, ellos se concentran de tal forma que se quedan tan quietos que parecen juguetes esparcidos por la pieza.
Lo triste es que a veces, al ordenar, encuentro el cadáver de alguno de ellos, pequeñito, como si la muerte los achicara aún más y quedaran así, como pompones, olvidados ahí donde los pilló la muerte…
Los demás en cambio, parecen ni inmutarse por la muerte de los otros. Juegan y saltan y siguen con su rutina de lecturas y películas y, apenas, abrazan al cadáver hasta que se le va el calor y luego siguen con lo suyo… sin volver la vista atrás. Nunca.
Indagando sobre esto –sobre su sentido religioso, me refiero-, he entendido a partir de dibujos y extraños rituales que realizan, que creen en algo, en un orden o en un ser, pero mi comprensión es vaga al respecto, e intentar exponer una doctrina estructurada sobre aquello sería darle a mis propias conjeturas un valor demasiado alto, y no quiero ser irrespetuoso con sus creencias, y caer en errores irreparables.
Con todo, he apreciado que les gusta escuchar fragmentos de la Biblia. El libro de Jonás, sobre todo… aunque con Sofonías y Nahum les viene pánico, y se agitan tanto que yo temo que el corazón les explote o les suceda alguna desgracia.
-¿Y me dice usted que esos monstruos habitan con usted en su pieza? –me pregunta entonces la chica al otro lado de la mesa que ha dejado de tutearme de un momento a otro.
-No sólo en mi pieza, -le digo-, están escondidos en todos lados aunque es más fácil pillarlos en lugares abiertos cuando llueve, o se riegan jardines, pues les encanta el olor a la tierra mojada…
-Ya, ya… -me dice ella, mientras observo que le hace un gesto al garzón para pedir la cuenta.
Entonces comprendo que esta es otra más de las que debo tachar en la lista. Otra más que no me cree, o que piensa que exagero o que me invento cosas para llevarlas al dormitorio… o que simplemente no le gusto… ¿quién sabe?
Lo único cierto es que al llegar a la pieza los monstruos me mirarán nuevamente y comprenderán que volví solo. Y saldrán de a poco a recibirme y me traerán un libro o una película, o intentarán hacerse los chistosos, caminando como Chaplin, o haciendo carreras y concursos o hasta malabarismos con unas gomitas ambrosito que me escondieron hace unos días.
Luego prenderán el computador por mí, y me harán las señas para que teclee alguna cosa, antes de dormirme… y bueno… a veces me gustaría saber qué ganan ellos con que yo escriba, o si alguien gana algo, con aquello.
Por último, otra cosa que me pregunto, es si me abrazarán igual que a los de su especie cuando llegue el día ese en que uno no despierte, o si esperarán a que se pase el calor antes de volver a ser quienes son y seguir saltando y corriendo de un lugar a otro…
Tan escondidos y desconocidos:
Tan monstruos.
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ResponderEliminarUno de tus pequeños pompones se ha quedado dormido en mi blog
ResponderEliminarTe lo traigo cariñosamente
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¡ Que siga soñando ¡
Te agradezco el detalle.