.
I.
Hubo algo que me pasó cuando pequeño, que hizo creer a muchos de los que me rodeaban que estaba mal de la cabeza.
Ocurrió esa vez que un perro se acercó bruscamente a mí, sin provocación alguna, mordiéndome una mano y quedándose ahí, sin querer soltarla, gruñendo y sacudiéndola, entre sus dientes.
Recuerdo entonces haber visto correr a unos adultos, gritando y recogiendo cosas para lanzarle al perro, mientras yo, extrañamente tranquilo, acariciaba la cabeza del animal, con mi otra mano.
Al final, tras cruzar la mirada con el perro, éste me soltó la mano y se quedó cabizbajo, como avergonzado, hasta que debió huir porque llegaron los otros intentando golpearlo.
Luego, me lavaron la mano, la desinfectaron y, según recuerdo, me llevaron a una atención de urgencia aunque no ocurrió, finalmente, nada grave.
Pues bien, este año, he recuperado ese recuerdo. Y creo, aunque no he podido comprobarlo de una forma similar, que he recuperado también aquella sensación, la necesidad de encontrar la mirada de eso que por alguna circunstancia ha llegado a hacerte daño.
Y claro, el costo no fue bajo, pero la ganancia… la comprensión… todo un tesoro escondido tras el miedo en los ojos de los otros.
II.
Hace exactamente un año estaba en Londres. Con alguien cuya pérdida fue el detonante concreto que motivó el nacimiento de este blog.
No obstante, nunca he hablado de eso acá. Es algo que ha permanecido siempre en mi interior, como raíces, bajo tierra.
Y es que había tanto nudo en aquello, en uno mismo… tantas cosas mal dichas o no dichas, tanto miedo, confusión… aspectos propios no trabajados… sensación de abandono… tristezas…
Tantas cosas que uno prefirió guardar porque decirlas podía ser también equivocarse, y bueno, uno debía seguir y no darle tanta importancia al dolor propio que tan injustos y ciegos nos vuelven con el de los otros, y con las felicidades que, igualmente, nos rodean.
¿Superé esa situación?
Realmente no lo sé. Aunque existe una sensación similar a la de aquella vez, cuando me mordió el perro.
Sin víctimas, por supuesto, pues acá el perro acá es otra cosa, y no necesariamente un otro, claro está.
Hoy, sin embargo, aún busco la mirada de ese perro, y trato de que sea con cariño. Todavía muerde fuerte, es cierto, pero si ese dolor es el costo para la comprensión que ha de venir, lo acepto sin reparos.
Incluso, con alegría.
III.
Muchas ideas para este año no se ejecutaron.
Y claro, eran ideas a priori, que decían relación con realizar una serie de actividades que, debido principalmente a mi situación anímica, decidí cambiar por otras, que me eran más necesarias.
Hoy, al final del año, sumando y restando, considero que fueron buenas decisiones.
Quizá por lo mismo, mis proyectos concretos para el próximo año… eh… como decirlo… no existen. Ni para más tarde, por cierto. Ni siquiera para el punto IV.
Además, ya firmé contratos para trabajar un total de 55 horas semanales en dos colegios el próximo año.
Podría entonces sumarles los tiempos de desplazo y el infaltable trabajo al hogar que te llevas cuando eres profe, pero quizá terminaría preocupándome demasiado.
Confío, además, que si el verdadero proyecto soy yo mismo, -en función de dar algo a los otros, por supuesto-, todo debiese funcionar bien, y, al menos en esto de los proyectos, he descubierto además que constituye el gran secreto.
Por último, en materia de ideas, o proyectos, supongo que la clave es justamente lanzarse uno, junto a lo que uno hace. Es decir, aprender a llevarse puesto, sentirse cómodo con el propio peso.
Sí, ese es mi proyecto.
IV.
He releído lo que he escrito y suena como algo triste. Por lo mismo, aclaro aquí que no lo es.
De hecho, hay una sensación agradable revoloteando dentro, como lo que ocurre cuando veo a mi hijo.
Al respecto, creo que este año fue un año enriquecedor. Pude verlo más tiempo debido a las pocas horas de trabajo que tuve, y creo que, en resumen, ambos resultamos ser beneficiosos y necesarios para el otro.
Leímos juntos, vimos películas, jugamos, y hasta estamos aprendiendo juntos a tocar el piano, que es uno de los desafíos que se vienen.
También un viaje especial, estas vacaciones, aunque aún no decidimos dónde. Y retomar nuestro entrenamiento de superhéroes, en el trapecio, donde creo que he sido yo, finalmente, el que más se ha dejado estar.
Otras situaciones que ocurren con él, digamos que son más secretas, cosas que me cuenta sobre la chica que le gusta y su tenaz labor por encontrarme novia cuando andamos juntos y elaboramos planes que, si bien nos divierten, derechamente no resultan.
Lo importante, sin embargo, es que se vienen cambios, oportunidades, libertades varias y experiencias que espero enriquezcan todo esto.
Y claro, si él me autoriza, les estaré contando.
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Hubo algo que me pasó cuando pequeño, que hizo creer a muchos de los que me rodeaban que estaba mal de la cabeza.
Ocurrió esa vez que un perro se acercó bruscamente a mí, sin provocación alguna, mordiéndome una mano y quedándose ahí, sin querer soltarla, gruñendo y sacudiéndola, entre sus dientes.
Recuerdo entonces haber visto correr a unos adultos, gritando y recogiendo cosas para lanzarle al perro, mientras yo, extrañamente tranquilo, acariciaba la cabeza del animal, con mi otra mano.
Al final, tras cruzar la mirada con el perro, éste me soltó la mano y se quedó cabizbajo, como avergonzado, hasta que debió huir porque llegaron los otros intentando golpearlo.
Luego, me lavaron la mano, la desinfectaron y, según recuerdo, me llevaron a una atención de urgencia aunque no ocurrió, finalmente, nada grave.
Pues bien, este año, he recuperado ese recuerdo. Y creo, aunque no he podido comprobarlo de una forma similar, que he recuperado también aquella sensación, la necesidad de encontrar la mirada de eso que por alguna circunstancia ha llegado a hacerte daño.
Y claro, el costo no fue bajo, pero la ganancia… la comprensión… todo un tesoro escondido tras el miedo en los ojos de los otros.
II.
Hace exactamente un año estaba en Londres. Con alguien cuya pérdida fue el detonante concreto que motivó el nacimiento de este blog.
No obstante, nunca he hablado de eso acá. Es algo que ha permanecido siempre en mi interior, como raíces, bajo tierra.
Y es que había tanto nudo en aquello, en uno mismo… tantas cosas mal dichas o no dichas, tanto miedo, confusión… aspectos propios no trabajados… sensación de abandono… tristezas…
Tantas cosas que uno prefirió guardar porque decirlas podía ser también equivocarse, y bueno, uno debía seguir y no darle tanta importancia al dolor propio que tan injustos y ciegos nos vuelven con el de los otros, y con las felicidades que, igualmente, nos rodean.
¿Superé esa situación?
Realmente no lo sé. Aunque existe una sensación similar a la de aquella vez, cuando me mordió el perro.
Sin víctimas, por supuesto, pues acá el perro acá es otra cosa, y no necesariamente un otro, claro está.
Hoy, sin embargo, aún busco la mirada de ese perro, y trato de que sea con cariño. Todavía muerde fuerte, es cierto, pero si ese dolor es el costo para la comprensión que ha de venir, lo acepto sin reparos.
Incluso, con alegría.
III.
Muchas ideas para este año no se ejecutaron.
Y claro, eran ideas a priori, que decían relación con realizar una serie de actividades que, debido principalmente a mi situación anímica, decidí cambiar por otras, que me eran más necesarias.
Hoy, al final del año, sumando y restando, considero que fueron buenas decisiones.
Quizá por lo mismo, mis proyectos concretos para el próximo año… eh… como decirlo… no existen. Ni para más tarde, por cierto. Ni siquiera para el punto IV.
Además, ya firmé contratos para trabajar un total de 55 horas semanales en dos colegios el próximo año.
Podría entonces sumarles los tiempos de desplazo y el infaltable trabajo al hogar que te llevas cuando eres profe, pero quizá terminaría preocupándome demasiado.
Confío, además, que si el verdadero proyecto soy yo mismo, -en función de dar algo a los otros, por supuesto-, todo debiese funcionar bien, y, al menos en esto de los proyectos, he descubierto además que constituye el gran secreto.
Por último, en materia de ideas, o proyectos, supongo que la clave es justamente lanzarse uno, junto a lo que uno hace. Es decir, aprender a llevarse puesto, sentirse cómodo con el propio peso.
Sí, ese es mi proyecto.
IV.
He releído lo que he escrito y suena como algo triste. Por lo mismo, aclaro aquí que no lo es.
De hecho, hay una sensación agradable revoloteando dentro, como lo que ocurre cuando veo a mi hijo.
Al respecto, creo que este año fue un año enriquecedor. Pude verlo más tiempo debido a las pocas horas de trabajo que tuve, y creo que, en resumen, ambos resultamos ser beneficiosos y necesarios para el otro.
Leímos juntos, vimos películas, jugamos, y hasta estamos aprendiendo juntos a tocar el piano, que es uno de los desafíos que se vienen.
También un viaje especial, estas vacaciones, aunque aún no decidimos dónde. Y retomar nuestro entrenamiento de superhéroes, en el trapecio, donde creo que he sido yo, finalmente, el que más se ha dejado estar.
Otras situaciones que ocurren con él, digamos que son más secretas, cosas que me cuenta sobre la chica que le gusta y su tenaz labor por encontrarme novia cuando andamos juntos y elaboramos planes que, si bien nos divierten, derechamente no resultan.
Lo importante, sin embargo, es que se vienen cambios, oportunidades, libertades varias y experiencias que espero enriquezcan todo esto.
Y claro, si él me autoriza, les estaré contando.
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V.
Debo reconocer que mi biblioteca está revuelta. La ordené en un principio, juntamente con el inicio del blog, pero se ha enredado nuevamente.
Y es que los libros insisten en cambiarse de posición y para mí que se visitan de noche, como los juguetes, en El soldadito de plomo.
Lo mismo ocurre con las películas, o con los discos de música, que se turnan para aparecer siempre aleatoriamente –aunque Regina Spektor, Tori Amos y otras mujeres han aparecido más de la cuenta, este último año-.
También han dado vuelta los libros de pintura, narrativa japonesa, filosofía anterior al siglo XIX y hasta unos de cocina Thai, japonesa e hindú, aunque de esos elijo sólo ver las imágenes y no seguir las instrucciones.
Otras cosas que se revuelven con los libros son las botellas de cerveza. Y es que sin abusar demasiado, me he acostumbrado a probar cervezas artesanales que han de servir, supongo, para cuando comience a elaborar las propias, aunque aún no es una situación prioritaria.
En definitiva, mi biblioteca necesita urgentemente un orden. Lo he aplazado porque se viene un cambio de casa y eso ha servido de excusa, pero ciertamente, y sin falta, el próximo año la ordeno.
VI.
Lo conté hace un tiempo, pero este fin de año, sobre todo, ha sido un periodo de visitas.
Y es que no menos de dos o tres veces por semana descubro en mi pieza una visita diferente: un pájaro, un gato, un conejo y hasta una gallina, ésta última que, por cierto, hasta el día de hoy no sabemos desde dónde apareció.
Y claro, al principio hubo miedo, o sobresalto, pero la situación se está haciendo tan común que ya he pensado en poner platos de leche o distintos alimentos en lugares estratégicos.
Aún así, los visitantes en cuestión parecen alimentarse de otras cosas, pues siempre se alejan de acá simpáticos y satisfechos y sin producir mayores problemas, o reclamos.
La situación me recuerda a esa costumbre que tenían las niñas de antaño cuando jugaban con tacitas, tras lo cual, quedaban extrañamente satisfechas, y hasta se negaban a comer lo que les servían en su casa.
Es decir, ellos vienen, me despierto, nos miramos, hablamos en silencio, y supongo que en el intertanto nos servimos algo que nos deja a ambos satisfechos y hasta más alegres.
Luego, por supuesto, se van, y yo me duermo un poco más tranquilo, y contento.
VII.
Este año he aprendido a ser Vian. Es decir, me he ido creando poco a poco. No he salido muy bien hecho, pero al menos no puedo culpar a nadie.
Nada de la creación persiguiendo al doctor Frankenstein, o algo parecido. Yo soy Vian. Yo me construí: yo soy esto.
Los que visitan me soplan y me dan espíritu y hasta me moldean, de cierta forma.
Incluso llegaron seguidores, quien iba a decirlo, a pesar de que eliminé al primero y quería permanecer un poco oculto, pero bueno… las cosas han ido cambiando.
Y claro, Vian se cansa y duerme poco, pero no ha fallado ni un día escribiendo al menos algo. No todavía, al menos.
Por lo mismo, como es algo obsesivo, y cree demostrar algo con aquello, hasta decidió terminar el blog el día en que no suba al menos una entrada. O cuando suba una entrada donde él no esté presente.
A veces mamón, o borracho, o absurdo, lo cierto es que ha estado ahí y se agradece la presencia de los otros, que son, en el fondo, quienes lo sostienen.
Y como en el fondo es debilucho e inseguro, necesita más de ustedes, aunque no lo reconozca.
VIII.
Aprovechando el fin de año, el sincerarse y todo eso, pido disculpas por mi tono ofensivo o malas palabras que de vez en cuando aparecen en algunos textos.
Asimismo, debo reconocer que la gran mayoría de las entradas que surgieron este año me avergüenzan un poco y hieren incluso mi orgullo al ser escritas a la rápida y sin corrección alguna, pero bueno, también ha habido algunas que han resultado bien a pesar de aquello.
Por el contrario, siento que escribir así, menos presionado por la forma y las correcciones, me ha servido para verme de mejor forma, y reconocer distintos elementos aparentemente contradictorios –al menos desde lo anímico-, pero que son parte verdadera, de quien soy.
Porque al final, escribir “para los otros” termina alimentándolo a uno más que a nadie, así, cuando se sigue el flujo correcto, toda experiencia termina por hacernos crecer, permitiéndonos descubrir especies nuevas en el terreno supuestamente más explorado que tenemos: nosotros mismos.
¿Y saben?
Hoy, al terminar este año, siento que me quiero un poco más. Y, al mismo tiempo, me siento más querido.
De la misma forma, espero que no duden que el querer del que hablo, también va dirigido, sinceramente, hacia ustedes.
IX.
Nunca he adoptado una de esas costumbres o tradiciones de fin de año. Nada de maletas, dinero en los bolsillos, ni mucho menos las doce uvas.
De hecho, soy tan despistado que, de intentarlo, terminaría con lentejas en los calzoncillos amarillos, o algo por el estilo.
Sin embargo, recuerdo que había algo que hacía cuando era chico.
Siempre un poco escondido, me gustaba, justo antes del “0” que anunciaba el año nuevo, cerrar un poco los ojos.
Es decir, cerrarlos en un año, y abrirlos en el otro, buscando ojalá algo importante para ver.
Pues bien, este año, desde el blog, esta última entrada pretendo que cumpla esa función, cerrar los ojos y abrirlos en otro año, esta vez, viéndome a mí mismo… a Vian… reconociéndome entonces, más que antes.
Sé que puede sonar egoísta, que quizá ver una foto de mi hijo –el pasará estas fechas con su madre-, o fijarlas simplemente en la naturaleza o en un otro… pueden parecer mejores opciones. Pero quiero este último día del año mirar un poco qué quedó acá, imágenes y palabras dando vuelta en torno a algo que siento más firme… y sí, sintiéndome un tanto orgulloso de todo aquello, debo reconocer.
X.
¿Y ustedes?
¿Qué tal llega este año?
¿De qué están orgullosos?
¿Tienen hijos, o seres queridos especiales?
¿Cuidan de un bonsái o de un jardín, o de ustedes mismos?
¿Les gusta la vida? ¿La entienden?
¿Leyeron a la Lispector, o a la Mc Cullers?
¿Han visto los puentes de Hiroshige?
¿Se les hace difícil a veces, todo esto…?
Me siento un poco ridículo preguntando tantas cosas, pero es que de verdad hay cosas que me gustaría conocer, en el año que comienza.
¿Saben? Hay un personaje en Al este del Edén, de Steinbeck, un personaje pequeñito que pertenece a un grupo donde investigan partes de la Biblia.
Y claro, quedan entrampados con una frase que se le dice a Adán, en el paraíso, respecto a dominar al pecado: “tú vencerás”, suele traducirse.
Pues bien, este pequeño personaje nos regala algo hacia el final, algo que le puede dar sentido a las acciones de cada uno, y que es la verdadera traducción de aquella frase:
“Tú podrás vencer”, dice en realidad.
Y es entonces cuando esas tres palabras, pueden bastar para sostener el sentido entero de las acciones de un hombre.
Eso quería contarles.
Feliz año nuevo.
Den y reciban, muchas bendiciones.
Debo reconocer que mi biblioteca está revuelta. La ordené en un principio, juntamente con el inicio del blog, pero se ha enredado nuevamente.
Y es que los libros insisten en cambiarse de posición y para mí que se visitan de noche, como los juguetes, en El soldadito de plomo.
Lo mismo ocurre con las películas, o con los discos de música, que se turnan para aparecer siempre aleatoriamente –aunque Regina Spektor, Tori Amos y otras mujeres han aparecido más de la cuenta, este último año-.
También han dado vuelta los libros de pintura, narrativa japonesa, filosofía anterior al siglo XIX y hasta unos de cocina Thai, japonesa e hindú, aunque de esos elijo sólo ver las imágenes y no seguir las instrucciones.
Otras cosas que se revuelven con los libros son las botellas de cerveza. Y es que sin abusar demasiado, me he acostumbrado a probar cervezas artesanales que han de servir, supongo, para cuando comience a elaborar las propias, aunque aún no es una situación prioritaria.
En definitiva, mi biblioteca necesita urgentemente un orden. Lo he aplazado porque se viene un cambio de casa y eso ha servido de excusa, pero ciertamente, y sin falta, el próximo año la ordeno.
VI.
Lo conté hace un tiempo, pero este fin de año, sobre todo, ha sido un periodo de visitas.
Y es que no menos de dos o tres veces por semana descubro en mi pieza una visita diferente: un pájaro, un gato, un conejo y hasta una gallina, ésta última que, por cierto, hasta el día de hoy no sabemos desde dónde apareció.
Y claro, al principio hubo miedo, o sobresalto, pero la situación se está haciendo tan común que ya he pensado en poner platos de leche o distintos alimentos en lugares estratégicos.
Aún así, los visitantes en cuestión parecen alimentarse de otras cosas, pues siempre se alejan de acá simpáticos y satisfechos y sin producir mayores problemas, o reclamos.
La situación me recuerda a esa costumbre que tenían las niñas de antaño cuando jugaban con tacitas, tras lo cual, quedaban extrañamente satisfechas, y hasta se negaban a comer lo que les servían en su casa.
Es decir, ellos vienen, me despierto, nos miramos, hablamos en silencio, y supongo que en el intertanto nos servimos algo que nos deja a ambos satisfechos y hasta más alegres.
Luego, por supuesto, se van, y yo me duermo un poco más tranquilo, y contento.
VII.
Este año he aprendido a ser Vian. Es decir, me he ido creando poco a poco. No he salido muy bien hecho, pero al menos no puedo culpar a nadie.
Nada de la creación persiguiendo al doctor Frankenstein, o algo parecido. Yo soy Vian. Yo me construí: yo soy esto.
Los que visitan me soplan y me dan espíritu y hasta me moldean, de cierta forma.
Incluso llegaron seguidores, quien iba a decirlo, a pesar de que eliminé al primero y quería permanecer un poco oculto, pero bueno… las cosas han ido cambiando.
Y claro, Vian se cansa y duerme poco, pero no ha fallado ni un día escribiendo al menos algo. No todavía, al menos.
Por lo mismo, como es algo obsesivo, y cree demostrar algo con aquello, hasta decidió terminar el blog el día en que no suba al menos una entrada. O cuando suba una entrada donde él no esté presente.
A veces mamón, o borracho, o absurdo, lo cierto es que ha estado ahí y se agradece la presencia de los otros, que son, en el fondo, quienes lo sostienen.
Y como en el fondo es debilucho e inseguro, necesita más de ustedes, aunque no lo reconozca.
VIII.
Aprovechando el fin de año, el sincerarse y todo eso, pido disculpas por mi tono ofensivo o malas palabras que de vez en cuando aparecen en algunos textos.
Asimismo, debo reconocer que la gran mayoría de las entradas que surgieron este año me avergüenzan un poco y hieren incluso mi orgullo al ser escritas a la rápida y sin corrección alguna, pero bueno, también ha habido algunas que han resultado bien a pesar de aquello.
Por el contrario, siento que escribir así, menos presionado por la forma y las correcciones, me ha servido para verme de mejor forma, y reconocer distintos elementos aparentemente contradictorios –al menos desde lo anímico-, pero que son parte verdadera, de quien soy.
Porque al final, escribir “para los otros” termina alimentándolo a uno más que a nadie, así, cuando se sigue el flujo correcto, toda experiencia termina por hacernos crecer, permitiéndonos descubrir especies nuevas en el terreno supuestamente más explorado que tenemos: nosotros mismos.
¿Y saben?
Hoy, al terminar este año, siento que me quiero un poco más. Y, al mismo tiempo, me siento más querido.
De la misma forma, espero que no duden que el querer del que hablo, también va dirigido, sinceramente, hacia ustedes.
IX.
Nunca he adoptado una de esas costumbres o tradiciones de fin de año. Nada de maletas, dinero en los bolsillos, ni mucho menos las doce uvas.
De hecho, soy tan despistado que, de intentarlo, terminaría con lentejas en los calzoncillos amarillos, o algo por el estilo.
Sin embargo, recuerdo que había algo que hacía cuando era chico.
Siempre un poco escondido, me gustaba, justo antes del “0” que anunciaba el año nuevo, cerrar un poco los ojos.
Es decir, cerrarlos en un año, y abrirlos en el otro, buscando ojalá algo importante para ver.
Pues bien, este año, desde el blog, esta última entrada pretendo que cumpla esa función, cerrar los ojos y abrirlos en otro año, esta vez, viéndome a mí mismo… a Vian… reconociéndome entonces, más que antes.
Sé que puede sonar egoísta, que quizá ver una foto de mi hijo –el pasará estas fechas con su madre-, o fijarlas simplemente en la naturaleza o en un otro… pueden parecer mejores opciones. Pero quiero este último día del año mirar un poco qué quedó acá, imágenes y palabras dando vuelta en torno a algo que siento más firme… y sí, sintiéndome un tanto orgulloso de todo aquello, debo reconocer.
X.
¿Y ustedes?
¿Qué tal llega este año?
¿De qué están orgullosos?
¿Tienen hijos, o seres queridos especiales?
¿Cuidan de un bonsái o de un jardín, o de ustedes mismos?
¿Les gusta la vida? ¿La entienden?
¿Leyeron a la Lispector, o a la Mc Cullers?
¿Han visto los puentes de Hiroshige?
¿Se les hace difícil a veces, todo esto…?
Me siento un poco ridículo preguntando tantas cosas, pero es que de verdad hay cosas que me gustaría conocer, en el año que comienza.
¿Saben? Hay un personaje en Al este del Edén, de Steinbeck, un personaje pequeñito que pertenece a un grupo donde investigan partes de la Biblia.
Y claro, quedan entrampados con una frase que se le dice a Adán, en el paraíso, respecto a dominar al pecado: “tú vencerás”, suele traducirse.
Pues bien, este pequeño personaje nos regala algo hacia el final, algo que le puede dar sentido a las acciones de cada uno, y que es la verdadera traducción de aquella frase:
“Tú podrás vencer”, dice en realidad.
Y es entonces cuando esas tres palabras, pueden bastar para sostener el sentido entero de las acciones de un hombre.
Eso quería contarles.
Feliz año nuevo.
Den y reciban, muchas bendiciones.
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Hola Vian! qué interesante las cosas que cuentas acerca de lo que fue tu 2010, de tu pérdida que dio inicio a este blog y de aquello que añoras que suceda en el futuro. Ya que preguntas, para mi personalmente el 2010 fue un año intenso, lleno de cambios y cambios aunque bien dieron miedo, fueron buenos cambios. En relación a lo que espero, todo está enfocado a quererme más, a trabajar más en mi autoestima, a tratarme mejor y porque no? encontrar a alguien a quien querer y que me quiera de vuelta :) Feliz año.
ResponderEliminarSaludos varios para estos días, fue agradable leer la entrada, no era tristona más bien mamona, pero esta bien... que se reconozca sobre todo.
ResponderEliminarasí que cerrar y abrir los ojos en otro año... que vió cuando abrió los ojos en el 2011?
saludos.
No sé... para seguir con el tono mamón creo que todavía los estoy abriendo, para ver todo.
ResponderEliminarUn abrazo
ojalá que esta vez no borres el comentario, pero descubrí otras cosas escondidas en esta entrada:
ResponderEliminarcada fragmento tiene 201 palabras, y por 10= 2010... ¡no vengas con que los haces a la rápida!
y el 3, 2, 1? también casualidad con las 321 entradas del año.
un abrazo, feliz año, Vian.
A veces es usted tan misterioso.
Me encanto este post!!! Me hiciste llorar...Lo sentí tan mio.. Me sentí demasiado identificada con varias de las cosas que escribiste... Un abrazo a la distancia :)
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