Tal vez sea por respeto al cine que he dejado de escribir sobre algunas películas. Pero de vez en cuando, quizá sea bueno volverse irrespetuoso nuevamente y lanzar algunas palabras referidas a unas pocas que he estado viendo este último tiempo, antes que se olviden, sin más.
Por esto -para darle cierto orden a esta iniciativa-, me decido a agrupar algunas películas cubanas que he visto por estos días –bueno, re-visto en algunos casos-, y tenderlas así como ropas húmedas ante el viento eléctrico de internet, para que se sequen y pueda guardarlas entonces sin temor a que agarren ese olor nauseabundo que les da la humedad, y que tan indigno descanso les otorga a esos seres que quedan ahí, tumbados y silenciosos, en los rincones de la memoria.
I. La vida es silbar, de Fernando Pérez (1998)
Buena película. Bastante emotiva y de una realización cuidada. Recibió varios premios cuando fue estrenada aunque también fue blanco de una importante cantidad de críticas negativas que se centraron principalmente en la poca consistencia narrativa que podía observarse entre las distintas historias que dan forma a este film.
En mí, sin embargo, predominó el elemento emotivo. Lo que generalmente me lleva a alejarme de una visión más objetiva de algunos elementos que, es cierto, pudieron ser mejores.
La película, bien filmada y con un par de actuaciones a destacar, aborda la dificultad de tres personajes que tienen, por decirlo de alguna forma, dificultad para alcanzar la felicidad, o -de forma más precisa-, que han inventado trabas –consciente o inconscientemente- para alcanzar dicho estado.
Repleta de simbolismos y con un lenguaje poético cuidado, la película desarrolla así estas tres historias unidas a partir de la presencia de un extraño narrador que, a pesar del intento, no logra dar una consistencia sólida a la narración, aunque, debo admitir, su cuidada fotografía la sostienen visualmente logrando que pasemos por alto este inconveniente y permitiendo que la obra se soporte en otras bases que resultan a fin de cuentas también vitales, como, por ejemplo, la pasión que mueve a sus personajes.
Con todo, el mensaje final del film, ese que está contenido en el título y que aparece reflejado en la vida de cada uno de los personajes, no logro entenderlo claramente… ni mucho menos desligarlo del contexto social y político en el que se inserta, pero hacia el que no me pareció observar una posición clara, y concreta.
Y claro, usted podrá decir que al final no dije nada con estas palabras… y tendrá razón… y es que antes dije que la obra, había actuado en mí, emotivamente… pero se me olvidó confesar que entre mis emociones y mi estado actual, existe un bloqueo lamentable, en estas últimas semanas.
http://www.worldscinema.com/2009/06/fernando-perez-la-vida-es-silbar-aka.html
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II. Los dioses rotos, de Ernesto Daranas (2008).
Un tanto más irregular y algo menos atractiva me resulta esta película de Ernesto Daranas, Los dioses rotos. No sólo si comparamos su calidad técnica, algo inferior a la película que presentábamos anteriormente, sino cuando vemos en conjunto lo que logra, el resultado de su propuesta.
En su argumento, una profesora universitaria quiere desarrollar una tesis respecto a la vigencia, como personaje social, de Alberto Yarini, un chulo de principios de siglo que fue asesinado y que es considerado casi como un santo por algunos y hasta ha logrado instalar, de cierta forma, un linaje bajo el que se protegen los nuevos personajes que ostentan el poder en el mundo de la prostitución.
Desarrollada a partir de diálogos que no terminan de convencerme, y con una estructura correcta, -aunque el orden en la presentación de los acontecimientos no siempre resulta justificado-, la película al menos presenta un mundo real, y termina por hacer partícipes de una misma naturaleza a la profesora que realiza la investigación y a la prostituta que se transforma en la verdadera protagonista de esta película.
Con buenas actuaciones, y una fotografía aceptable, -desarrollada al parecer sin mayores pretensiones-, la narración fluye entonces sin mayores problemas y hasta resulta agradable por momentos y se deja ver, digamos, propiciando incluso cierta reflexión respecto al mundo que se presenta y a la sustentación moral de sus personajes.
Sin embargo, como decía en un inicio, creo que la película intentaba ser más de lo que es, creo que su discurso buscaba convertirse en una propuesta intelectualmente más interesante y ese es el punto en el que falla, según mi punto de vista al menos, principalmente.
Y es que la propuesta de la profesora no me parece un marco lo suficientemente sólido e interesante como para contener esta película. Por el contrario, si hay un punto alto, que pueda servir realmente como soporte y cima de este film, éste está dado a partir de sus personajes más sencillos, esos que actúan no guiados por un discurso intelectual, sino que son conducidos por sus pasiones sin importar caer en contradicciones, o no seguir una dirección clara… y sin importar, por supuesto, donde ésta desemboque.
En resumen, una película correcta, con buenas actuaciones, fiel a la realidad que refleja aunque no destaca por sus diálogos ni estructura ni elementos técnicos.
Una película que, en definitiva, si hubiese puesto su interés desde un inicio en una propuesta humana y no en la validación de una idea concreta, podría haber llegado a ser mucho más de lo que al final alcanzó a lograr.
Un tanto más irregular y algo menos atractiva me resulta esta película de Ernesto Daranas, Los dioses rotos. No sólo si comparamos su calidad técnica, algo inferior a la película que presentábamos anteriormente, sino cuando vemos en conjunto lo que logra, el resultado de su propuesta.
En su argumento, una profesora universitaria quiere desarrollar una tesis respecto a la vigencia, como personaje social, de Alberto Yarini, un chulo de principios de siglo que fue asesinado y que es considerado casi como un santo por algunos y hasta ha logrado instalar, de cierta forma, un linaje bajo el que se protegen los nuevos personajes que ostentan el poder en el mundo de la prostitución.
Desarrollada a partir de diálogos que no terminan de convencerme, y con una estructura correcta, -aunque el orden en la presentación de los acontecimientos no siempre resulta justificado-, la película al menos presenta un mundo real, y termina por hacer partícipes de una misma naturaleza a la profesora que realiza la investigación y a la prostituta que se transforma en la verdadera protagonista de esta película.
Con buenas actuaciones, y una fotografía aceptable, -desarrollada al parecer sin mayores pretensiones-, la narración fluye entonces sin mayores problemas y hasta resulta agradable por momentos y se deja ver, digamos, propiciando incluso cierta reflexión respecto al mundo que se presenta y a la sustentación moral de sus personajes.
Sin embargo, como decía en un inicio, creo que la película intentaba ser más de lo que es, creo que su discurso buscaba convertirse en una propuesta intelectualmente más interesante y ese es el punto en el que falla, según mi punto de vista al menos, principalmente.
Y es que la propuesta de la profesora no me parece un marco lo suficientemente sólido e interesante como para contener esta película. Por el contrario, si hay un punto alto, que pueda servir realmente como soporte y cima de este film, éste está dado a partir de sus personajes más sencillos, esos que actúan no guiados por un discurso intelectual, sino que son conducidos por sus pasiones sin importar caer en contradicciones, o no seguir una dirección clara… y sin importar, por supuesto, donde ésta desemboque.
En resumen, una película correcta, con buenas actuaciones, fiel a la realidad que refleja aunque no destaca por sus diálogos ni estructura ni elementos técnicos.
Una película que, en definitiva, si hubiese puesto su interés desde un inicio en una propuesta humana y no en la validación de una idea concreta, podría haber llegado a ser mucho más de lo que al final alcanzó a lograr.
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III. La última cena, de Tomás Gutiérrez Alea (1976).
Impresionante película. Lejos la mejor que me ha tocado ver de las realizadas en Cuba, y una de las mejores del cine latinoamericano.
Podríamos cuestionar mínimos elementos en su montaje o quedarnos en otros detalles nimios, pero lo cierto es que esta película de Gutiérrez Alea sobrepasa con creces cualquier cuestionamiento técnico y se sitúa en un nivel distinto, instalándose de lleno como obra de arte y, desde ahí, ofreciéndonos su contenido, sus actuaciones y hasta su mensaje, como piezas realmente cuidadas que sobrepasan incluso aquella realidad concreta que representan, y que se sitúan casi como un mito, desde el cual es posible comprender de mejor forma tanto el comportamiento humano, como la profundidad de su naturaleza.
En la historia, un terrateniente, dueño de esclavos, -nuestro Nelson Villagra, consagrándose quizá como el mejor actor chileno de todos los tiempos-, decide, con la ayuda de un sacerdote, instruir espiritualmente a sus esclavos. Para esto, invita a doce de ellos a compartir la mesa con él durante un jueves santo, haciendo él el papel de Cristo y revelándoles una estructura social y hasta divina, que respalda la privación de la libertad, pero que a la vez les entrega las ideas suficientes como para que ellos se revelen al día siguiente, durante el viernes santo, y comience entonces una serie de persecuciones y matanzas donde se pone en juego todo el orden establecido.
Pues bien, lejos de entrar en detalles o análisis, que deben acá ser llevados de forma seria pues la propuesta de la película así lo exige, la larga escena de la conversación durante la cena, me parece la cima de esta película.
Y es que, sostenido casi por 50 minutos de metraje, este momento presenta el nacimiento de toda una cosmovisión… es la forma que adopta el descontento existente entre los esclavos mientras se dan cuenta de lo que es realmente la vida, o lo que puede llegar a ser el “ejercicio” de ésta.
Estamos hablando por tanto de la transformación completa de lo que hasta entonces ciertas personas han entendido como mundo, la oposición de dos verdades divinas que rigen algo que comienza a unificarse, a transformarse… y a morir, para nacer de nuevo.
Al respecto –dije que no iba a analizar, pero me limito a extraer un breve fragmento expuesto durante aquella cena-, uno de los esclavos parece resumir lo que está ocurriendo haciendo referencia a un mito que narra la creación del mundo por uno de los dioses africanos:
“…La Mentira cortó la cabeza de la Verdad y la Verdad cortó la cabeza de la mentira y se la puso encima. Así es como la cabeza de la Mentira va sobre el mundo sobre el cuerpo de la Verdad…”
Se manifiesta entonces, de esta forma, una oposición entre la Verdad propuesta por el mundo cristiano, y esta visión anunciada por el más rebelde de los esclavos, el que ha de dirigir, por cierto, la revuelta que comenzará al día siguiente.
Recuerdo que vi esta película por primera vez hace poco menos de 15 años, aún en el colegio y recién tomando conciencia de una serie de cosas que, al menos por aquel entonces, eran de vital importancia.
Quizá afectó en esto el día en que la vi, u otras cosas, pero lo cierto es que las frases de esta película quedaron marcadas hasta ahora y, tras haberla visto nuevamente hace un par de días, todo lo que me impactó en un primer momento me resulta plenamente justificado.
Y es que algo habla a través de esta obra de Gutiérrez Alea, algo que lo sobrepasa a él, a los actores, y hasta al guión mismo. Un elemento que no está presente, tampoco, en ninguna de sus otras películas, que si bien pueden resultar notables y estar también en la cima del cine cubano, no logran esta trascendencia.
La última cena es por tanto, una película que no sólo se construye como cuerpo, sino como espíritu. Una obra que muestra al hombre desolado, abandonado, pero a la vez con la fuerza necesaria como para quemar un mundo y construir algo nuevo, sin importar los costes.
Una película llena de fuerza, de contenido… de verdades destronadas. Una película magnífica.
No es muy bueno el tráiler, pero ahí se los dejo.
Impresionante película. Lejos la mejor que me ha tocado ver de las realizadas en Cuba, y una de las mejores del cine latinoamericano.
Podríamos cuestionar mínimos elementos en su montaje o quedarnos en otros detalles nimios, pero lo cierto es que esta película de Gutiérrez Alea sobrepasa con creces cualquier cuestionamiento técnico y se sitúa en un nivel distinto, instalándose de lleno como obra de arte y, desde ahí, ofreciéndonos su contenido, sus actuaciones y hasta su mensaje, como piezas realmente cuidadas que sobrepasan incluso aquella realidad concreta que representan, y que se sitúan casi como un mito, desde el cual es posible comprender de mejor forma tanto el comportamiento humano, como la profundidad de su naturaleza.
En la historia, un terrateniente, dueño de esclavos, -nuestro Nelson Villagra, consagrándose quizá como el mejor actor chileno de todos los tiempos-, decide, con la ayuda de un sacerdote, instruir espiritualmente a sus esclavos. Para esto, invita a doce de ellos a compartir la mesa con él durante un jueves santo, haciendo él el papel de Cristo y revelándoles una estructura social y hasta divina, que respalda la privación de la libertad, pero que a la vez les entrega las ideas suficientes como para que ellos se revelen al día siguiente, durante el viernes santo, y comience entonces una serie de persecuciones y matanzas donde se pone en juego todo el orden establecido.
Pues bien, lejos de entrar en detalles o análisis, que deben acá ser llevados de forma seria pues la propuesta de la película así lo exige, la larga escena de la conversación durante la cena, me parece la cima de esta película.
Y es que, sostenido casi por 50 minutos de metraje, este momento presenta el nacimiento de toda una cosmovisión… es la forma que adopta el descontento existente entre los esclavos mientras se dan cuenta de lo que es realmente la vida, o lo que puede llegar a ser el “ejercicio” de ésta.
Estamos hablando por tanto de la transformación completa de lo que hasta entonces ciertas personas han entendido como mundo, la oposición de dos verdades divinas que rigen algo que comienza a unificarse, a transformarse… y a morir, para nacer de nuevo.
Al respecto –dije que no iba a analizar, pero me limito a extraer un breve fragmento expuesto durante aquella cena-, uno de los esclavos parece resumir lo que está ocurriendo haciendo referencia a un mito que narra la creación del mundo por uno de los dioses africanos:
“…La Mentira cortó la cabeza de la Verdad y la Verdad cortó la cabeza de la mentira y se la puso encima. Así es como la cabeza de la Mentira va sobre el mundo sobre el cuerpo de la Verdad…”
Se manifiesta entonces, de esta forma, una oposición entre la Verdad propuesta por el mundo cristiano, y esta visión anunciada por el más rebelde de los esclavos, el que ha de dirigir, por cierto, la revuelta que comenzará al día siguiente.
Recuerdo que vi esta película por primera vez hace poco menos de 15 años, aún en el colegio y recién tomando conciencia de una serie de cosas que, al menos por aquel entonces, eran de vital importancia.
Quizá afectó en esto el día en que la vi, u otras cosas, pero lo cierto es que las frases de esta película quedaron marcadas hasta ahora y, tras haberla visto nuevamente hace un par de días, todo lo que me impactó en un primer momento me resulta plenamente justificado.
Y es que algo habla a través de esta obra de Gutiérrez Alea, algo que lo sobrepasa a él, a los actores, y hasta al guión mismo. Un elemento que no está presente, tampoco, en ninguna de sus otras películas, que si bien pueden resultar notables y estar también en la cima del cine cubano, no logran esta trascendencia.
La última cena es por tanto, una película que no sólo se construye como cuerpo, sino como espíritu. Una obra que muestra al hombre desolado, abandonado, pero a la vez con la fuerza necesaria como para quemar un mundo y construir algo nuevo, sin importar los costes.
Una película llena de fuerza, de contenido… de verdades destronadas. Una película magnífica.
No es muy bueno el tráiler, pero ahí se los dejo.
También les dejo este link, donde pueden realizar la descarga.
http://www.worldscinema.com/2010/07/tomas-gutierrez-alea-la-ultima-cena-aka.html
Nunca he visto la última cena, soy una gran "fan" de Tomás Gutierréz Alea, la descargaré :)
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