.
De la misma forma como en los museos
hay reglas que impiden tocar lo que se expone,
supongo que alguien reglamentó a las palabras
para impedirles rozar aquello
que queremos expresar.
Y es que alguien nos estafó en todo esto,
como una vez que me pasaron un tenedor
para poder tomar una sopa…
y yo era tan chico en ese entonces
y tan tímido,
que no me di cuenta que se trataba de una burla
y dejé que se enfriara,
en vez de hablar.
Lo malo es que con la vida,
cuando se te enfría,
no hay nada que uno pueda intentar:
nada de recalentar
ni de hacerla pasar por gazpacho,
ni mucho menos intentar culpar a alguien
porque nos entregó los servicios cambiados.
Además, en ese momento,
poco importa si se es tímido
u osado,
o un simple hueón a secas,
lo único que importa es que la vida se enfría
y tú te quedas con palabras
y con gente
cuya fecha de vencimiento ha expirado
hacía rato.
Entonces empiezas a rondar a los otros,
a esos que lo intentan con números
y con fórmulas
y hasta a los que se ríen a carcajadas
en medio de la noche.
Pero la verdad es rotunda:
nadie sabe nada.
De hecho,
ni siquiera saben lo que tienen.
A veces olvidan bolsas, o las llaves
o los lentes…
¡Si hasta los hijos olvidan!
y luego hay que avisar por altavoz
para que se acerquen a buscarlos.
Y sí,
debiese haber un ministerio para ello,
uno que remate los objetos olvidados,
o que los ponga en exposición:
Un museo en el que sí sea dado
tocar aquellas cosas olvidadas:
sueños, alcancías, nombres propios…
mascotas y dueños extraviados...
recortes,
fotos viejas…
Todo aquello que dejó de estar presente
e incluso dejó de ser nombrado,
y de lo que yo les quiero hablar…
¿Pero saben?
Es tan traicionero el lenguaje,
tan sucio pa jugar,
tan patitas con sangre,
que uno termina siempre hablando de otra cosa…
sonando triste cuando se está alegre
o viceversa…
y es ahí cuando la vida se te enfría
y descubres que las palabras,
en su mayoría,
no tenían un corazón encendido
como te habían enseñado,
ni mucho menos.
Una vez,
por ejemplo,
encontré a un chico que habían olvidado en la playa:
Lo habían enterrado en la arena
y luego se habían olvidado…
los otros habían jugado paletas
y habían corrido las cosas,
y aunque parezca exagerado
o parte de un chiste malo,
el punto es que el niño se quedó ahí,
y yo lo encontré insolado y desolado
cuando ya quedaban pocos en la playa.
Entonces el niño me contó
exactamente lo que yo
acabo de contarles.
-¿Pero no los viste irse?
¿Por qué no les gritaste algo en ese momento? -Le pregunté.
Pero el niño me miraba en silencio
y no decía nada.
Por último,
luego de un rato,
el niño me explicó:
-Yo pensé en gritarles,
pero no se me ocurrió qué gritarles.
Y volvió a quedar en silencio.
Y claro,
pensé yo,
este niño ha dado justo en el centro
del problema.
Luego compré una bebida
en el negocio que ya cerraba
y se la di al chico,
como premio
y porque tenía sed.
Por último le acerqué una toalla al rededor de la cabeza
para que estuviese cómodo
y le dije que apenas supiera qué gritar
lo hiciese fuerte
para que fueran a sacarlo de aquel lugar.
Y bueno,
eso era lo que hacía en otra época,
daba vueltas por las playas luego que se fuera el gentío
y me acercaba a las cosas olvidadas
que estaban dispersas por la arena.
A veces,
desde ahí,
mientras se ponía el sol,
el mar también parecía otra cosa olvidada…
aunque esa cosa alegaba
y rugía
y no se dejaba olvidar.
Ese sí que es un lenguaje,
pensaba yo entonces,
mientras el mar rugía
y el sol desaparecía
y los ojos me lagrimeaban,
por el viento.
A veces, también,
se escuchaba un grito,
justo en el momento
en que desaparecía el sol.
domingo, 12 de diciembre de 2010
Sobre cosas que se enfrían y sobre cosas olvidadas.
"El mundo exterior existe
como un actor en un escenario:
está ahí, pero es otra cosa"
Fernando Pessoa
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