lunes, 20 de julio de 2015

La sangre de san Genaro.


Ella antes de irse me dijo que lo nuestro era como la sangre de san Genaro. Y claro, como no quise quedar de hueón, no pregunté. Me lo dijo triste y hasta con un poco de rabia, con una actitud que traduje como una despedida definitiva, y hasta con estilo. Entonces llegué a casa y comencé a buscar sobre esa sangre. Encontré varios textos y un par de documentales mulas. Uno de ellos, incluso, estaba en ruso y sin subtítulos, pero lo vi igual. En todos ellos se decía que la sangre de san Genaro estaba guardada en unas ampollas, en una iglesia de Nápoles. También se decía que, cada cierto tiempo, la sangre esa, ya seca, volvía a licuarse, sin que nadie pudiese explicarlo. Se trataba, por supuesto, de una especie de milagro. En uno de los documentales, incluso, se mostraba un video de una de esas ampollas con sangre, licuándose. Debo haber visto unas diez veces ese video. Amé entonces a san Genaro. O a su sangre, más bien. Creí incluso en el milagro. Ella iba a volver, me dije. Cada cierto tiempo, tal vez, pero volveríamos a vernos unas cuántas veces. Y bueno... eso me bastaba, en ese entonces. No quise presionarla, así que no la busqué. Traté de mejorar otras cosas, digamos, en ese tiempo. Y es que como lo había dado todo por perdido, de alguna forma la promesa de la sangre de san Genaro me bastaba. Fue una buena sensación, después de todo, pienso ahora. Así y todo, lo cierto es que ella no volvió. Ni a la semana, ni al mes, ni al año, ni hasta ahora. A pesar de eso, he averiguado sobre la sangre de san Genaro y esta continúa licuándose. Por lo mismo, he llegado a pensar que tal vez ella quiso decir otra cosa con aquello de la sangre. O tal vez, ocurre simplemente que los milagros no existen. O tal vez -y esta opción ciertamente no me desagrada-, el milagro fue otro.

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