viernes, 17 de octubre de 2025

No suelta los frutos ese árbol.



No suelta los frutos ese árbol. Ni siquiera los deja a una altura prudente. Le gusta hacerlos brotar alto. Levantarlos a la luz. Ofrecérselos a alguien más, probablemente. A veces, ni siquiera se ven los frutos, desde abajo. Pero claro, si te esfuerzas y miras con cuidado y mueves de paso alguna rama, de seguro puedes verlos allá arriba. No es que te desesperes por comerlos, en todo caso. Tampoco es que te moleste. Simplemente te preguntas por qué ocurre de esa forma. Por qué crecen hacia allá y no hacia acá, digamos. Y por qué no los deja caer, cuando maduran.

-¿Y se lo has consultado directamente? –me preguntan.

-¿A quién? –pregunto yo.

-Al árbol –me responden.

Y claro, yo creo que bromean, pero como me miran serio mientras lo dicen, al final termino preguntándoselo, días después.

Varias veces se lo pregunto, de hecho, pero no hay respuesta.

-Igual se te van a pudrir los frutos allá arriba –le digo, mientras me alejo.

El árbol, por supuesto, no se inmuta.

Así y todo, días después, mientras riego, encuentro un fruto a los pies del árbol.

Todavía está unido a la rama, pero esta se encuentra cortada, como si alguien la hubiese arrancado.

Se trata de un fruto ya maduro –o los restos de un fruto, más bien-, que aparentemente ha sido comido por algunos pájaros.

-Tampoco es que busque esto –le digo entonces.

Y me disculpo.

No lo sé comprender mejor.

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