Conozco a un tipo que trabajó dos años cuidando cocodrilos.
Trabajaba en un zoológico, por supuesto, y no era su única labor, pero esa es al menos la que más recuerdo.
Lo conocí por un amigo en común, quien me dijo que el tipo que cuidaba cocodrilos escribía muy bien, y quería que yo leyese algunos de sus relatos.
Luego de leerlos nos juntaríamos en un bar.
Leí tres.
Dos de los relatos, trataban sobre cocodrilos y el tercero describía la relación entre dos personas, que por alguna extraña razón vivían juntas.
-Igual si lo lees pensando que esas personas son cocodrilos –comenté-, todo calza perfecto.
Recuerdo que lo dije sin ironía ni ganas de polemizar, solo como una observación.
Lamentablemente, el tipo que había cuidado cocodrilos se molestó y comenzó a atacarme de diversas formas.
Una de esas formas –la más absurda, según mi parecer-, fui insistir en que yo no sabía nada de cocodrilos.
-¿Acaso has visto alguna vez cómo se reproducen…? –me preguntaba-, ¿sabes a qué tipo de sonidos responden o cuántas horas duermen cada día?
Eran preguntas que no venían al caso, y de las que yo, por supuesto, no sabía nada… pero igualmente intenté defenderme.
Inventé una cifra para las horas de sueño, agregué algo sobre los estímulos que le producían ciertas frecuencias de sonidos y respecto a lo de la reproducción me excusé diciendo que no me interesaba el porno de cocodrilos.
El tipo me miró de una forma más seria.
Pensé que tal vez había acertado en las cifras, pero al final resultó que no.
-¡No sabes nada de cocodrilos! –gritó entonces-. ¡Y no pienso a aceptar comentario alguno de alguien con esos parámetros!
Yo lo miraba extrañado, pues no había emitido juicio alguno sobre su obra.
Poco después, mi amigo en común intercedió, para evitar mayores problemas.
Intenté calmar la situación hablando de un relato de Dostoievski en el que un personaje queda atrapado dentro de un cocodrilo.
No resultó.
El tipo se levantó para golpearme y mi amigo lo detuvo, mientras se volteaban unas jarras con cerveza y alguna cosa más.
Al final, decidí alejarme simplemente y dejarlos ahí.
Ya en casa, volví a leer el relato de Dostoievski, para asegurarme que no me lo había inventado.
Es una maravilla, me dije, cuando lo volví a terminar.
Luego, simplemente, me dormí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario