I.
Una escena, me dice. Tú y alguien más bien arropados, en un paisaje lleno de nieve y hielo. Caminando y poniendo un banquito sobre una laguna o río congelado, sobre la que luego intentan cavar. Ya sabes, no cavar, exactamente, sino hacer unos cortes para retirar un trozo de hielo y luego sacar la caña e intentar atrapar algún pez que esté dando vueltas allá abajo, en ese sector más profundo que no se encuentra congelado. Tú y alguien más, en definitiva, pescando en un río o lago congelado, dice ahora Eso, en resumen. Esa es la escena, quiero decir. Ahí está.
II.
Puede ser, digo. Hace mucho. Una vez, probablemente, esa escena. Casi igual solo que intentamos picar el hielo y no se rompe. Avanzamos sobre el lago (o el río) buscando algún sitio, pero no damos con ninguno que pudiésemos traspasar. Encendemos fuego, incluso, para facilitar la tarea. Nada resulta. Imaginamos incluso que no hay peses bajo ese hielo. Que todo es hielo, quiero decir, desde la superficie hasta abajo. Incluso desde nosotros mismos, digo. Pero no sé bien a quién. Y no se entiende.
III.
Otra escena, me dice. No la misma corregida, sino otra. Una más quieta, tal vez y en la que apenas se distinguen las figuras. Tú sabrás, de hecho, si eres una. Sobre el hielo, inclinados, pero ya sin intentar. Conformándose probablemente con ver algo vivo ahí abajo. Algo que no ves, por supuesto, todavía. Ahora bien, si están rendidos o no deberás al final decirlo tú, me dice. Imaginarlo o recordarlo tú, aclara. Ahí verás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario