jueves, 9 de octubre de 2025

Compré una momia.



Compré una momia.

Durante un viaje, de forma clandestina, compré una momia.

Luego que lo hice, sin embargo, no supe bien cómo llevarla hasta mi hogar.

El envío tendrás que verlo aparte, me dijeron.

Por lo mismo, para llevarla conmigo, tuve que pagar una encomienda.

Una especial, por cierto, pues se trataba de una compra clandestina.

Así, luego de buscar varias opciones, terminé pagando una furgoneta para poder llevarla.

Contratarla exclusivamente para eso, me refiero.

Casi dos mil kilómetros debíamos recorrer y tuve que endeudarme, ciertamente, para hacerlo.

De hecho, para ahorrar algo de dinero, yo mismo pedí viajar junto a la momia, al interior de la furgoneta.

Así que hicimos el viaje juntos, en la parte trasera.

La momia iba en una especie de ataúd.

Mucho más sencillo, por supuesto.

No debe haber medido más de un metro cuarenta o un metro cincuenta.

Dentro de él, la momia iba bien asegurada, para que no sufriese golpes ni daño alguno.

Debido a eso, cuando nos volcamos esa noche, en plena carretera, el que resultó más dañado terminé siendo yo.

No supe bien qué ocurrió, pero lo cierto es que dos semanas estuve hospitalizado, hasta que me dieron de alta.

Extrañamente, nadie me pidió declaración alguna.

Luego del alta, por supuesto, regresé a Santiago.

Ya en casa, justo en la entrada, encontré a la momia, al interior de esa especie de ataúd en que había viajado.

Se veía algo gopeado, pero myormente en buenas condiciones.

Entonces lo entré y tras abrirlo, descubrí que la momia estaba intacta.

Con cuidado -casi con ternura-, saqué la momia de ahí y la extendí en el sofá.

Cabía justo.

Por su postura, incluso, parecía que estaba despierta, atenta a lo que pudiera contarle.

Finalmente, como no tenía nada especial que decirle, decidí leerle un libro que estaba sobre la mesa.

Creo que era “Bajo el techo que se desmorona”, de Goran Petrovic.

Mientras lo hacía, hice una pausa para abrir una cerveza y servirme un pedazo de torta que encontré en el refrigerador.

No tenía buen olor, la torta, pero preferí culpar a la momia.

Tras comerla, volví a tomar el libro.

Pero eso no servía... leí.

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