Está molesto.
Eso dice.
Yo no entiendo.
Habla de lana, de tejidos y no sé.
No es contra mí, pero me cuenta.
No habla bien, en realidad.
No ordena lo que dice, me refiero.
Como yo, un poco, solo que en su caso está nervioso.
Acelerado.
Sus palabras se atropellan.
Como cuando te tejen algo, dice.
Es como si te tejieran algo y no te queda.
Pensando en ti, lo hacen, pero no te queda.
Yo escucho.
Y eso es lo que transcribo, al menos, después de diez minutos.
Le consulto entonces si eso es lo que ocurre.
O lo que dijo.
Él asiente.
Luego vuelve a hablar.
Y claro, yo vuelvo a intervenir para ordenar sus palabras.
No piensan en ti sino en otro.
No en otro totalmente otro sino más bien en otro tú.
Eso es lo que entiendo, al menos.
Y entiendo que se ofende.
Dejan de verte, sigue.
Y no por otro, sino que te confunden.
Te sobrescriben.
No te leen.
De eso sé, le digo, luego de un rato.
Sé que no es lo mismo, exactamente, pero eso digo.
Intento mostrarme comprensivo.
No porque soy bueno, sino para irme, simplemente, del lugar.
Lo observo.
Funciona un poco, me parece.
Sigue molesto, esta vez, pero no tanto.
Pasan uno o dos minutos.
No te tejen, dice ahora, más calmado.
O sea, te tejen, pero no te ven y ya no sé si es lindo.
Yo le doy la razón.
Me preparo para irme.
Guardo mis cosas y me pongo de pie.
Él hace un gesto de despedida.
Yo me largo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario