L. estaba orgulloso de tener un padre que había sido boxeador. Había juntado fotos que le gustaba mostrar, y sacaba el tema ante cualquier oportunidad. Había peleado por algunos campeonatos, al parecer, aunque nunca salió campeón. Poco después de retirarse, había muerto en un accidente de tránsito.
-Yo estaba saliendo del liceo cuando murió –cuenta L.-, pero igual lo alcancé a ver de pequeño en varias peleas. Recuerdo que perdió más que ganó, pero por poca diferencia. En la última que perdió, en todo caso, quedó mal.
L. nos cuenta entonces que su padre debió retirarse tras la última pelea. Tuvo convulsiones en el ring y hasta estuvo en coma por casi una semana, luego de aquello.
-Fue por ese entonces que conocí a Daredevil –nos contó-. O sea, que descubrí el personaje… Si mi papá moría y yo quedaba ciego iba a ser igual, pensaba. De todas formas, como no quería desgracias reales, comencé a entrenarme y hacer movimientos acrobáticos con los ojos vendados...
-¿Y resultó? –preguntamos.
-Para nada –nos dijo-. Un día entrenando le pegué a mi mamá y le quebré la nariz. Yo estaba vendado, por supuesto, y no vi nada. Al final, mi padre era el más molesto por la situación, y no porque no le gustase que yo entrenara, sino porque le molestaba que me vendara los ojos… son para ver, decía, los ojos… son para ver.
-¿Y se te olvidó entonces lo de entrenar y ser Daredevil?
-Sí… -comentó-. Al principio seguí entrenando y vendándome a escondidas, pero poco después fue lo del accidente de mi padre y decidí parar. Nada más de entrenamientos ni de ocultar los ojos, me dije. Son para ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario