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Para no hablar de lo mismo hablamos de casi lo mismo. Mismo tema, digamos, pero con variaciones. Pequeñas, es cierto, pero variaciones, al fin y al cabo. Todo, como decía, para no hablar de lo mismo. No exactamente, al menos.
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No es que planifiquemos con tiempo las variaciones o las diseñemos con excesivo arte. Solo nos preocupamos de alejarnos un poco de las áreas demasiado recorridas. Lo contrario que hacen esos autos de carrera que toman y toman las curvas en el mismo sector que el auto anterior. Evitamos esas zonas, desgastadas, entonces. O lo intentamos con maniobras no siempre pulcras. Por lo mismo, a veces ocurren accidentes y nos salimos de pista y nos volcamos sin más.
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¿Por qué no podemos hablar de lo mismo?, me preguntó un día uno de los volcados. ¿Por qué es malo?, se quejaba. Entonces yo observé a los demás pensando que iba a encontrar apoyo o que incluso alguno podría responder por mí. Lamentablemente, lo que encontré fueron miradas de duda, molestia y en el mejor de los casos, cansancio. Solo reproches, en resumen, fue lo que encontré. Hagan lo que quieran, les dije. Yo nunca obligué a nadie. Luego, me marché.
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No me reúno con ellos desde entonces, pero los observo desde lejos. Debo reconocer que los noto más alegres y relajados, aunque de igual forma siento que algo en ellos no está bien. Por su parte ellos, si me ven, fingen que no lo hacen. O que no me conocen, si me ven. No lo considero justo, pero lo prefiero así. Después de todo, la vida se gasta, aunque no la usemos. Allá ellos.
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