I.
-El mundo espera –me dijo.
-¿El mundo es pera? –pregunté.
-No, el mundo espera, de esperar –me contestó.
Lo procesé un par de segundos.
-Entiendo –dije entonces.
-Ahueonao –comentó.
II.
Pasados unos minutos, intenté retomar el tema.
-¿Qué espera? –pregunté.
-¿Qué cosa?
-El mundo, como decías… ¿qué es lo que espera?
-¿Qué es lo que espera el mundo?
-Sí.
-Pues el mundo espera que las cosas sean devueltas a su sitio-, me dijo.
Tras sus palabras, me quedé en silencio otros segundos.
Varios más, en realidad.
Como quinientos, calculo (aunque no los conté).
Todo por no volver a quedar de ahueonao.
III.
-Entiendo el punto –dije entonces-. No creas que no… Pero si quieres que todos te entiendan tal vez debieses explicar un poco más tus afirmaciones.
-No quiero que todos me entiendan –dijo.
-Ya –dije yo- Entiendo.
IV.
Fui al baño.
Saqué el celular y en un buscador cualquiera pregunté directamente qué quería decir que el mundo espera que las cosas vuelvan a su sitio.
Me dirigió a una noticia en que se piden que devuelvan los moáis, a un ensayo sobre la lógica del sentido de Deleuze y hasta a uno de los diálogos de Platón (creo que Fedón, sobre la inmortalidad del alma).
Como no me sirvió, le consulté luego a la IA.
Me contestó varias cosas que parecían hablar de equilibrio, de restauración o hasta de corrección de algo que no entendí.
Justo cuando le volvía a pedir que lo explicara de forma más sencilla escuché que me llamaban desde fuera y me preguntaban si todo estaba bien.
-Todo –dije-. Salgo de inmediato.
Por último, cuando salí, como debía retomar mi estatus, señalé:
-Estaba ayudando a poner las cosas en su sitio… ya sabes… para que el mundo no espere tanto.
-No te lavaste las manos -, me dijo, en vez de celebrar mi frase.
Yo volví a lavármelas.
Me las sequé.
Y entonces volví a salir.
V.
Seguimos hablando.
Yo volvía al tema ese del mundo una y otra vez, para entender del todo.
Solo como en mi sexta pregunta, me respondió tajante:
-Cuando cada cosa del mundo sea puesta en su sitio correcto, todo estará hecho. Y el mundo dejará de esperar.
-¿Y qué es lo que hará cuando deje de esperar? –pregunté ahora.
-Pues eso, dejar de esperar –respondió, como si fuese lo más obvio.
-De acuerdo, pero uno espera para algo…
-Claro… -me dijo-. ¿Y para qué crees que espera el mundo?
-Para ser él mismo con sus cosas bien ubicadas –dije entonces, sin pensarlo.
-Exacto –me contestó, alegre-. O para comenzar a ser el mundo por primera vez, y dejar de ser lo que era.
-Claro, entiendo –dije a mi vez, riendo-. No soy ahueonao.
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