martes, 11 de julio de 2017

Un reloj a cuerda.


I.

Mi abuelo me regaló un reloj a cuerda.

Pro yo no le doy cuerda a ese reloj.

Es extraño, pero lo siento más vivo así.

Más permanente.

Darle cuerda en cambio sería como una cuenta regresiva.

Darle fecha de muerte.

Y es que así, estancado, vive de una forma distinta a la vida que sucumbe ante la muerte.

La supera, digamos.

Permanece.


II.

Ella sonríe cuando está triste.

Yo sé reconocer su tristeza.

A veces pienso que ni ella la recuerda.

Que olvidó la diferencia.

Que la mueca hoy es su sonrisa natural.

Hoy, por ejemplo, ella sonríe mientras lava unos platos, de plástico.

De vez en cuando se le cae uno.

Si pudieran romperse estoy seguro que los rompería todos.

No hoy, es cierto.

Pero cada día está más cerca.


III.

Recojo uno de los platos de plástico y pongo en él el reloj que me regaló mi abuelo.

Entonces le pregunto a ella si quiere darle cuerda.

De hacerlo, yo mismo le propongo prenderle fuego a todo esto, antes que se detenga el reloj.

Ella cree que bromeo, pero no sonríe.

Solo sonríe cuando está triste.

Incluso llora un poco, pero dice que es por la luz.

A un metro de ella, en un cajón blanco, esperan los cuchillos.

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