sábado, 15 de julio de 2017

Fernanda no quiere globos.


I.

Fernanda no quiere globos para su cumpleaños. Dice que le dan pena. Su mamá se ríe, pero ella lo dice en serio. Los globos le dan pena. No tiene que ver con los colores, ni con que revienten. Tampoco con que cuelguen de algún lado o que se desinflen con el tiempo. Se trata simplemente que le dan pena. Y uno debiese tener derecho a eso. A que la cara del tío Pedro dé risa. A que la iglesia dé sueño. A que el perro del vecino dé miedo. O a que los globos den pena.


II.

Durante el cumpleaños algunos adultos le preguntan a Fernanda. Si es verdad que los globos le dan pena. Ella no contesta y se enoja con su madre. Y es que su madre siempre cuenta cosas como si  pudiese comprenderlas. Por eso a veces es mejor no decir nada. Así debiera hacerlo, piensa Fernanda. Dejar que pongan los globos y aguantarse la pena o no sentirla. O tratar de no sentirla y no tener que dar explicaciones. Es mejor eso a que hablen de tu pena, piensa Fernanda. Sin duda es mejor eso.


III.

Antes de dormirse Fernanda vuelve a pensar en todo aquello. En que no hubo globos, pero igual sintió la pena. Después de unos minutos, sin embargo, Fernanda piensa en otras cosas. Y en su cabeza las ordena como si fuesen listas. La torta era de una fruta que se llama maracuyá. Una prima le regaló unos calcetines que le van a quedar chicos. El tío Mauro tiene pelo en las orejas. Por otro lado, siente ahora, la pena no le afectó demasiado. No es tan mala, digamos, pero debiese ser secreta. 

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