lunes, 24 de julio de 2017

Si es que vale la pena, dice ella.


Él y ella están en la cama pero él no puede dormir. En cambio, ella duerme. Entonces él, pasando de una idea a otra y con su cabeza algo confusa, por el cansancio, recuerda un suceso –una historia, digamos-, que siente necesario contarle a ella. Y claro, si bien él duda de la importancia real de aquella historia, tantea y comprueba que ella esté durmiendo e intenta, con movimientos algo torpes, despertarla. Ella sin embargo, si bien hace recibo de los movimientos y se queja y se acomoda nuevamente en la cama, no parece estar pronta a despertar cosa que a él, lo inquieta. Y es que si bien la historia no es trascendente ni va a cambiar sus vidas –aunque hay quien piensa que hasta la más mínima situación puede alterar cada vida-, él tiene la certeza que va a olvidar aquella historia, igual como esos sueños que a media mañana comienzan a desvanecerse aunque nosotros confiemos que estarán ahí para cuando queramos recordarlos. Por lo mismo, convencido de la necesidad de contar la historia antes de que esta comience a desaparecer, él vuelve a insistir e intenta despertarla para luego volver a dormirse, le promete. Solo cinco minutos, una historia breve, sim importancia salvo que será olvidada. Salvo que esa historia es una parte mía que a veces olvidamos, dice él, apresurado, y nos vamos achicando y despertamos cada vez más chicos. ¿Cómo más chicos?, dice ella. Con menos historias, dice él, mientras intenta desordenadamente seguir explicando. Ella entonces se voltea y le dice que se duerma, que no se ponga hueón, que lo hablen por la mañana, si es que vale la pena. Si es que vale la pena, dice ella. 

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