martes, 10 de noviembre de 2015

Me muerde un perro llamado Piticuti.


Siempre me muerde un perro llamado Piticuti,
cuando salgo a caminar sin saber
hacia dónde me dirijo.

Lo peor, sin embargo,
es que siempre que me muerde,
me prometo no salir nunca más sin saber
hacia dónde me dirijo.

Pero claro,
lo cierto es que soy olvidadizo
y hasta cuando me curo las mordidas,
suelo descubrir más cicatrices
de las que recuerdo haber tenido.

Por otro lado,
no recuerdo cómo sé
que el perro que me ataca
se llama Piticuti.

De hecho,
si me hacen dibujarlo,
puede que no acierte siquiera
a una descripción fidedigna.

Pero claro,
sé que se llama Piticuti.

Y lo recuerdo siempre tarde.

A cada ataque.

A cada mordida, lo recuerdo.

Pero tarde.

Por si fuera poco,
tras la mordida,
me viene siempre un sentimiento de culpa,
principalmente por no saber
hacia dónde me dirijo.

Ahora bien,
para abordar ese sentimiento,
y para remediar aquella culpa,
me decidí hace unas semanas
ir donde un especialista.

Le conté el caso.

Es decir, le repetí todo lo que arriba dice,
sobre los ataques del perro Piticuti.

Entonces,
tras escucharme atentamente,
el especialista me pregunta
dónde es que siento
esa sensación de culpa.

Y yo, por supuesto,
le indico que es justo en los tobillos,
debajo de donde muerde Piticuti.

Finalmente,
el especialista me recomienda
un antibiótico ligero y un desinfectante.

Me compré tres de cada uno,
por si acaso.

1 comentario:

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales