lunes, 24 de noviembre de 2025

Dos veces.


La vi dos veces, me dijo, pero no sé por qué. Tal vez para comprobar simplemente si se me había pasado algo. Pero claro, al final no se me pasó nada, o eso creo yo, al menos. De cualquier modo, puedo confirmarte que la película es igual todo el rato. Varias tomas y secuencias y hasta música de fondo, pero a fin de cuentas se trata de una misma imagen central. U objeto central, más bien. Imagínalo así: una mesa pequeña al extremo de la sala donde ocurre todo, y en ella, un teléfono de esos antiguos que suena y suena sin que nadie se acerque a responderlo. O sea, hay personajes en la misma sala. Están en distintos lugares, bebiendo o conversando entre ellos, simplemente. Saben que suena, pero fingen que no. Puedes darte cuenta porque elevan un poco la voz cuando suena y se percibe en ellos cierta tensión. Hablan de otras cosas, es cierto, miran hacia otro lado, pero si quedan solos por algún momento se atreven a mirarlo. De reojo, tal vez, pero el punto es que lo hacen. No se nota mucho, en la película, porque la historia sigue. Y hasta uno mismo, como espectador, va dejando de oír el teléfono ese. Cada cierto rato se corta, como toda llamada cuando alguien no contesta, pero luego vuelve a sonar. Una hora y media así, más o menos, mientras los demás hablan de distintas cosas y unjo termina por centrase en aquello que hablan. Una historia común, por lo demás, referida a problemas de trabajo y otros más íntimos, que no llegan a explicarse del todo. Es cierto. Dos veces la vi y no pude terminar de entenderlos. Igual eran cosas comunes. Como los problemas que hay en la vida de todos. Claro, el teléfono siguió sonando hasta el final. Hasta en los créditos. Nadie contestó.

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