viernes, 17 de octubre de 2025

No suelta los frutos ese árbol.



No suelta los frutos ese árbol. Ni siquiera los deja a una altura prudente. Le gusta hacerlos brotar alto. Levantarlos a la luz. Ofrecérselos a alguien más, probablemente. A veces, ni siquiera se ven los frutos, desde abajo. Pero claro, si te esfuerzas y miras con cuidado y mueves de paso alguna rama, de seguro puedes verlos allá arriba. No es que te desesperes por comerlos, en todo caso. Tampoco es que te moleste. Simplemente te preguntas por qué ocurre de esa forma. Por qué crecen hacia allá y no hacia acá, digamos. Y por qué no los deja caer, cuando maduran.

-¿Y se lo has consultado directamente? –me preguntan.

-¿A quién? –pregunto yo.

-Al árbol –me responden.

Y claro, yo creo que bromean, pero como me miran serio mientras lo dicen, al final termino preguntándoselo, días después.

Varias veces se lo pregunto, de hecho, pero no hay respuesta.

-Igual se te van a pudrir los frutos allá arriba –le digo, mientras me alejo.

El árbol, por supuesto, no se inmuta.

Así y todo, días después, mientras riego, encuentro un fruto a los pies del árbol.

Todavía está unido a la rama, pero esta se encuentra cortada, como si alguien la hubiese arrancado.

Se trata de un fruto ya maduro –o los restos de un fruto, más bien-, que aparentemente ha sido comido por algunos pájaros.

-Tampoco es que busque esto –le digo entonces.

Y me disculpo.

No lo sé comprender mejor.

jueves, 16 de octubre de 2025

No son como se cree.



I.

No son como se cree, las arenas movedizas.

O al menos, no son como creía yo.

Y no es que creyese que podían absorberme y llevarme bajo tierra.

Pero al menos pensé que lucharían conmigo con más fuerza.

¡Cuánta ingenuidad en mis expectativas…!

Y es que, ya en ellas, me hundí apenas hasta debajo de mis rodillas.

Además, poco después, pude salir yo mismo, sin hacer un esfuerzo mayor.

Esa misma noche, acampando a un costado, les hablé directamente, diciéndoles que me habían decepcionado.

Lo hice con palabras duras, casi a gritos.

Igual como lo hizo alguien hace años, diciendo que la había decepcionado yo.


II.

No son como se cree, las arenas movedizas.

Por lo mismo, recomiendo no creer en nada más, de lo que ya se experimentó.

Y es que todo lo otro, digamos, se instala en nosotros exclusivamente para crearnos malos ratos.

Y para que nos demos cuenta, tardíamente, que todo es más seguro de lo que alguna vez nos pareció.

Por esto, la muerte –tal vez-, sea lo único que va quedando como una creencia segura.

Previa a experimentarla, me refiero.

Así y todo, recomiendo mantener las expectativas bajas, para cuando descubramos lo último.

Alguien, antiguamente, nos lo advirtió.

miércoles, 15 de octubre de 2025

Lo que soy yo, nunca he estornudado...


Lo que soy yo, nunca he estornudado, me dijo. En todo lo demás soy normal, pero no he estornudado nunca. Me di cuenta ya grande, de pura casualidad. Conversando con alguien, quiero decir, que se percató de eso y comenzó a preguntarme. Y claro, recién entonces comencé a cuestionarme y hasta a preguntar a conocidos y al final todos coincidimos en que no. Que nunca nadie me había escuchado hacerlo, al menos. De hecho, tampoco recordé haber tosido, pero lo del estornudo fue más extraño porque apenas nos dimos cuenta comenzamos a tratar. Me refiero a qué hicimos una serie de pruebas para ver si podía. Polvo, pimienta, ya saben… todas esas cosas que debían ayudarme a hacerlo. Pero claro, al final ocurrió que no estornudé. Apenas sentí un picor, pero superficial. En la piel, digamos, pero nada más. O justo en la entrada de la nariz. Fue muy chistoso, porque hasta grabaron videos y hubo alguno que se hizo viral. No al punto de hacerme famoso, pero casi. Algunos que lo vieron comentaron que era trucado, pero no es cierto. Otro dijo que yo no tenía interior, o nada dentro que sacar fuera. En fin, lo cierto es que me entretuve leyendo comentarios. Les puse harta atención, de hecho. Ya saben, por si uno descubre otra cosa en uno mismo que no sabía. Como lo de estornudar, me refiero, que ya ves que lo supe así. Porque otro se preguntó y luego me dijo, quiero decir... ¿No has descubierto algo tú de esa forma?

martes, 14 de octubre de 2025

Todo siempre se reduce a uno.



I.

He aprendido que al final todo siempre se reduce a uno.

A una sola unidad, quiero decir, no a uno mismo.

Con todo, debo admitir que es algo difícil de explicar.

Y es que todo ocurre como una especie de simplificación, hasta cierto punto.

Una que opera sorpresivamente y de forma extraña, confundiendo así a los más escépticos.

Eso es, en principio, lo que he aprendido.


II.

Antes, por supuesto no era así.

Me refiero a que yo, incluso, era uno de esos escépticos.

Hacía clasificaciones, dividía… observaba por partes.

Hablaba de cosas especiales… y hasta únicas.

Nada para mí, quiero decir, resultaba indistinto.

Yo mismo, de hecho, solía dividirme en varios yo, que no pensaban lo mismo.

Y hasta las sensaciones percibidas, me parecían pasajeras.

Pero claro… entonces comprendí.


III.

Lo anterior, aclaro, no lo digo con soberbia.

Y es que comprender, a veces, es tan triste como involuntario.

Es ajeno a nuestro mérito, digamos.

Ocurre simplemente que todo empieza a comprimirse.

O que, más bien, nuestra percepción corrige el concepto de distancia.

Así, hasta los números, como dientes, descubren que muerden todos juntos.

Y que, como decía en inicio, todo siempre se reduce a uno.

A una sola unidad, quiero decir, no a uno mismo.

Ese es otro invento.

lunes, 13 de octubre de 2025

¿Cuchara o tenedor?



Estábamos sentados, conversando de cualquier cosa mientras esperábamos que llegasen con la comida que habíamos pedido.

Hasta ese instante habíamos compartido y conversado naturalmente, pero desde hacía un par de minutos ella había comenzado a mostrarse distraída, jugando con los cubiertos y probablemente pensando en algo más.

-¿Qué crees que es más probable…? –me peguntó de pronto-. ¿Qué alguien se quede absorto mirando un tenedor o una cuchara?

Yo la miré unos instantes, esperando a ver si hablaba en serio, o de algo más.

-Yo creo que es más probable con un cuchillo –dije yo.

Ella sonrió.

-Lo sé –dijo ella-, por eso lo saqué de la ecuación. Solo quedan tenedor y cuchillo.

Observé los cubiertos que había sobre la mesa.

-En la cuchara puedes reflejarte a ti mismo -señalé-, aunque al revés… pero al mismo tiempo el tenedor tiene algo… no sé… extraño, o hasta más interesante.

-Es cierto… –dijo ella.

Luego, tomo en una de sus manos el tenedor que tenía frente a ella, y lo observó.

Después, hizo lo mismo con una de las cucharas.

-Como que estás más lejos cuando te ves en la cuchara –dijo ahora-. Como que estás en otro sitio…

Yo la observé.

También observé el lugar.

Todo me pareció, por un instante, un poco borroso.

-No estamos aquí –dijo en voz baja, sin mirarme, como si fuese un secreto.

Yo, entonces, supe que era cierto.

domingo, 12 de octubre de 2025

Hay fruta, pero el frutero está vacío.



I.

Hay fruta, pero el frutero está vacío.

Puedes verlo sobre el mesón, en una esquina, probablemente lleno de otras cosas.

Las frutas, en tanto, pueden estar en cualquier lugar, más o menos olvidadas.

De hecho, cuando las recordamos –en ocasiones a fuerza de encontrarlas-, suelen producirnos desconfianza y no nos animamos a comerlas.

Poco después –por lo general unos cuantos días-, las botamos para que no terminen de pudrirse en el lugar.

Días después, por supuesto, volvemos a comprar.

No estamos orgullosos, pero lo aceptamos –supongo-, como un ciclo.

Como un ciclo dentro de otro, por cierto.

Y ese dentro de otro más.


II.

Así y todo, a veces cambia.

Uno de los ciclos, me refiero.

Por ejemplo, una vez me desperté pensando en el frutero.

Poco después, avergonzado, lo vacié y lavé cuidadosamente, antes de volverlo a su lugar.

Además, esa vez, despejé el entorno y hasta elegí las mejores frutas para dejarlas dentro.

Esa misma tarde, según recuerdo, comimos dos.

Lamentablemente, nuestras demás obligaciones nos hicieron descuidar aquel avance.

Y días después, luego de botar la fruta desperdiciada, el frutero comenzó a llenarse de otras cosas, como siempre.

Yo me percaté, por cierto, pero no supe bien qué hacer, ni menos qué sentir.

Me refiero a que podría haber hecho algunas cosas, pero solo habría sido el comienzo de otro ciclo.

No sabemos, sinceramente, por quién –o por qué-, tener lástima.

sábado, 11 de octubre de 2025

El lugar se llenó de caracoles.


El lugar se llenó de caracoles. Debe haber sido un proceso lento, por supuesto, pero yo solo lo noté al final, cuando el lugar ya estaba infestado. No podías dar siquiera unos pasos sin aplastar alguno. Podías verlos en el jardín, pero también subidos a las paredes y buscando, por distintos medios, entrar en la casa. Las marcas plateadas de las babas estaban por todos lados. Incluso podías sentir un olor extraño en el lugar. Olor de caracoles, supongo, aunque ciertamente no lo sé nombrar, ni describir de buena forma. Un olor cercano al de la tierra, de cierta forma, pero también algo similar al amoniaco, sobre todo en la parte del jardín en que apilaban a sus muertos, antes de comerlos. Sí… El lugar estaba lleno de caracoles. Está siendo devorado por ellos, me dije, y pronto entrarán a la casa. Así, asustado y al mismo tiempo convencido de que algo debía hacerse, me abrí paso entre ellos para poder entrar en la casa. Calculo que pisé decenas, sin intención, y luego descubrí que al menos quince o veinte habían logrado subirse por mi ropa, antes de atravesar la puerta. Ya dentro, por cierto, fue cuando lo descubrí. Fui quitándomelos de encima, con cuidado, mientras los metía en una bolsa. Luego, metí la bolsa con los caracoles al refrigerador, no sé por qué. Tal vez, pienso ahora, ya me había rendido. De hecho, fue esa misma noche que los caracoles quebraron unos vidrios y no recuerdo siquiera que haya intentado repararlo. Pasará lo que tenga que pasar, me dije, simplemente. Y claro, no quiero parecer soberbio con todo esto, pero al final resultpo ser cierto. Eso fue lo que pasó.

viernes, 10 de octubre de 2025

Una escena, me dice.



I.

Una escena, me dice. Tú y alguien más bien arropados, en un paisaje lleno de nieve y hielo. Caminando y poniendo un banquito sobre una laguna o río congelado, sobre la que luego intentan cavar. Ya sabes, no cavar, exactamente, sino hacer unos cortes para retirar un trozo de hielo y luego sacar la caña e intentar atrapar algún pez que esté dando vueltas allá abajo, en ese sector más profundo que no se encuentra congelado. Tú y alguien más, en definitiva, pescando en un río o lago congelado, dice ahora Eso, en resumen. Esa es la escena, quiero decir. Ahí está.


II.
Puede ser, digo. Hace mucho. Una vez, probablemente, esa escena. Casi igual solo que intentamos picar el hielo y no se rompe. Avanzamos sobre el lago (o el río) buscando algún sitio, pero no damos con ninguno que pudiésemos traspasar. Encendemos fuego, incluso, para facilitar la tarea. Nada resulta. Imaginamos incluso que no hay peses bajo ese hielo. Que todo es hielo, quiero decir, desde la superficie hasta abajo. Incluso desde nosotros mismos, digo. Pero no sé bien a quién. Y no se entiende.


III.
Otra escena, me dice. No la misma corregida, sino otra. Una más quieta, tal vez y en la que apenas se distinguen las figuras. Tú sabrás, de hecho, si eres una. Sobre el hielo, inclinados, pero ya sin intentar. Conformándose probablemente con ver algo vivo ahí abajo. Algo que no ves, por supuesto, todavía. Ahora bien, si están rendidos o no deberás al final decirlo tú, me dice. Imaginarlo o recordarlo tú, aclara. Ahí verás.

jueves, 9 de octubre de 2025

Compré una momia.



Compré una momia.

Durante un viaje, de forma clandestina, compré una momia.

Luego que lo hice, sin embargo, no supe bien cómo llevarla hasta mi hogar.

El envío tendrás que verlo aparte, me dijeron.

Por lo mismo, para llevarla conmigo, tuve que pagar una encomienda.

Una especial, por cierto, pues se trataba de una compra clandestina.

Así, luego de buscar varias opciones, terminé pagando una furgoneta para poder llevarla.

Contratarla exclusivamente para eso, me refiero.

Casi dos mil kilómetros debíamos recorrer y tuve que endeudarme, ciertamente, para hacerlo.

De hecho, para ahorrar algo de dinero, yo mismo pedí viajar junto a la momia, al interior de la furgoneta.

Así que hicimos el viaje juntos, en la parte trasera.

La momia iba en una especie de ataúd.

Mucho más sencillo, por supuesto.

No debe haber medido más de un metro cuarenta o un metro cincuenta.

Dentro de él, la momia iba bien asegurada, para que no sufriese golpes ni daño alguno.

Debido a eso, cuando nos volcamos esa noche, en plena carretera, el que resultó más dañado terminé siendo yo.

No supe bien qué ocurrió, pero lo cierto es que dos semanas estuve hospitalizado, hasta que me dieron de alta.

Extrañamente, nadie me pidió declaración alguna.

Luego del alta, por supuesto, regresé a Santiago.

Ya en casa, justo en la entrada, encontré a la momia, al interior de esa especie de ataúd en que había viajado.

Se veía algo gopeado, pero myormente en buenas condiciones.

Entonces lo entré y tras abrirlo, descubrí que la momia estaba intacta.

Con cuidado -casi con ternura-, saqué la momia de ahí y la extendí en el sofá.

Cabía justo.

Por su postura, incluso, parecía que estaba despierta, atenta a lo que pudiera contarle.

Finalmente, como no tenía nada especial que decirle, decidí leerle un libro que estaba sobre la mesa.

Creo que era “Bajo el techo que se desmorona”, de Goran Petrovic.

Mientras lo hacía, hice una pausa para abrir una cerveza y servirme un pedazo de torta que encontré en el refrigerador.

No tenía buen olor, la torta, pero preferí culpar a la momia.

Tras comerla, volví a tomar el libro.

Pero eso no servía... leí.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Cocodrilos.



Conozco a un tipo que trabajó dos años cuidando cocodrilos.

Trabajaba en un zoológico, por supuesto, y no era su única labor, pero esa es al menos la que más recuerdo.

Lo conocí por un amigo en común, quien me dijo que el tipo que cuidaba cocodrilos escribía muy bien, y quería que yo leyese algunos de sus relatos.

Luego de leerlos nos juntaríamos en un bar.

Leí tres.

Dos de los relatos, trataban sobre cocodrilos y el tercero describía la relación entre dos personas, que por alguna extraña razón vivían juntas.

-Igual si lo lees pensando que esas personas son cocodrilos –comenté-, todo calza perfecto.

Recuerdo que lo dije sin ironía ni ganas de polemizar, solo como una observación.

Lamentablemente, el tipo que había cuidado cocodrilos se molestó y comenzó a atacarme de diversas formas.

Una de esas formas –la más absurda, según mi parecer-, fui insistir en que yo no sabía nada de cocodrilos.

-¿Acaso has visto alguna vez cómo se reproducen…? –me preguntaba-, ¿sabes a qué tipo de sonidos responden o cuántas horas duermen cada día?

Eran preguntas que no venían al caso, y de las que yo, por supuesto, no sabía nada… pero igualmente intenté defenderme.

Inventé una cifra para las horas de sueño, agregué algo sobre los estímulos que le producían ciertas frecuencias de sonidos y respecto a lo de la reproducción me excusé diciendo que no me interesaba el porno de cocodrilos.

El tipo me miró de una forma más seria.

Pensé que tal vez había acertado en las cifras, pero al final resultó que no.

-¡No sabes nada de cocodrilos! –gritó entonces-. ¡Y no pienso a aceptar comentario alguno de alguien con esos parámetros!

Yo lo miraba extrañado, pues no había emitido juicio alguno sobre su obra.

Poco después, mi amigo en común intercedió, para evitar mayores problemas.

Intenté calmar la situación hablando de un relato de Dostoievski en el que un personaje queda atrapado dentro de un cocodrilo.

No resultó.

El tipo se levantó para golpearme y mi amigo lo detuvo, mientras se volteaban unas jarras con cerveza y alguna cosa más.

Al final, decidí alejarme simplemente y dejarlos ahí.

Ya en casa, volví a leer el relato de Dostoievski, para asegurarme que no me lo había inventado.

Es una maravilla, me dije, cuando lo volví a terminar.

Luego, simplemente, me dormí.

martes, 7 de octubre de 2025

No hay necesidad de escarbar la nieve.



I.

No hay necesidad de escarbar la nieve.

No hay apuro, digamos.

Y es que todo se derretirá, lo queramos o no, tarde o temprano.

Entonces, veremos aparecer poco a poco, eso que había sido cubierto.

Con fingida sorpresa, lo haremos.

Y ocultaremos la decepción de no encontrar bajo la nieve más que cosas ya sabidas.

Palabras en desuso, por ejemplo.

Huesos roídos.

O el nombre de un dios.


II.

Ante el nuevo panorama descubres ante todo, cosas obvias.

Por ejemplo, descubres que no se marcan tus huellas en la nieve, si no hay nieve.

Por lo mismo, tal vez quieras pensar, que el paso mismo resulta innecesario.

Así, probablemente el tiempo se transforme ahora en otra espera, mientras esperas.

Y si alguien te pregunta, elegirás decir que es nieve lo que aguardas.

Allá tú.


III.

No solo de escarbar no hay necesidad.

Lo cierto es que no hay necesidad, prácticamente de nada.

Todo es un invento, de esta forma… o una justificación que nadie ha solicitado.

Y es que hubo nieve, es cierto, pero esta se termina derritiendo pues no hay verdadera necesidad de esa nieve.

Eso es algo que sabemos y sin embargo lo ocultamos.

Y buscamos otras razones, incluso, para explicar porque se cae lo que no sabe sostenerse.

Nuestras palabras, por ejemplo.

Nuestras creencias.

Y hasta el nombre, olvidado, de nosotros mismos.

lunes, 6 de octubre de 2025

Golpes en mi puerta.


Cada vez son menos, los golpes que escucho en mi puerta.

Tanto en cantidad, me refiero, como en intensidad.

De igual modo, confieso, ya ni siquiera estos golpes llaman mi atención.

Y aunque quieran cambiar ahora, advierto, mi atención ya está extraviada.

Y yo, por ende, permanezco casi siempre en calma.

Antes, es cierto, esas cosas me alteraban.

Esos golpes, quiero decir.

Y es que de alguna forma me obligaban a acercarme hasta la puerta, y a veces… a abrirla.

Una vez, mientras dudaba junto a ella, desde fuera dieron un fuerte golpe y la puerta se abrió.

Fue una patada, supongo, la que logró abrir la puerta y romper el cerrojo.

Recuerdo que la puerta se soltó de un costado y se me vino encima, de improviso.

De cualquier forma, tuve suerte, pues la puerta no me golpeó.

Y claro, yo esperé entonces a que apareciese aquél que había roto todo aquello, pero no apareció nadie.

Apenas se cruzó un tipo, rato después, cuando me vio reparando la puerta.

¿A usted también?, me preguntó, mientras me observaba.

, le dije, a mí también.

Se quedó ahí, luego de esto, mientras yo seguía arreglando aquello, hasta que terminé.

El tipo entonces, luego de observar, hizo un gesto de fastidio y se retiró sin más.

Ni siquiera se despidió, recuerdo, cuando se fue.

Y yo, por supuesto, volví a cerrar la puerta.

domingo, 5 de octubre de 2025

Dormí una vez en el piso.



I.

Dormí una vez en el piso, tapado con una alfombra.

Luego, extrañamente, se me olvidó que estaba ahí.

Así, medio dormido, recuerdo haber pensado que estaba soñando.

Ya en el sueño, supuestamente, encontré un par de monedas, un carnet antiguo y una pieza de rompecabezas.

Y creí haber comprendido, en ese instante, una serie de cosas, que mayormente olvidé.


II.

Ya despierto, en la mañana, observé la pieza de rompecabezas.

Era muy pequeña y tenía colores claros.

Probablemente un fragmento de jardín, en el que había mucha luz.

Recuerdo haber pensado, confundido, que la había sacado del sueño.

Luego, sin embargo, comprendí que era más probable que la pieza hubiese estado ahí, simplemente, junto al carnet antiguo y el par de monedas, que también guardé.


III.

Todo me resultaba extraño, según recuerdo.

O así me pareció al menos, esa vez.

El carnet que encontré, por ejemplo, tenía mi foto, pero descubrí que el nombre estaba borrado.

No sé si de gusto pues se trataba de un carnet bastante viejo y estaba gastado en otros lugares, también.

Las monedas, por otra parte, recuerdo que eran exactamente iguales.

Mismo valor quiero decir, mismo año de acuñación y misma apariencia.

Una para cada ojo, pensé, y luego las guardé.

Nunca nadie, por cierto, preguntó por ellas.

sábado, 4 de octubre de 2025

De pura bondad.



*
Más que observarlo, lo recuerdo.

Pequeño, mirando fijo, sin saber qué vendrá.

Le sonreía entonces, recuerdo, porque yo tampoco podía adelantarle nada.

Estaré aquí, le habría dicho.

Nada más.


*
Quién lo diría.

Al final, resultó ser cierto.

Aquí.

Todavía aquí, quiero decir.

No siempre en las mejores condiciones, pero aquí.

Soltando todo aquello que quiso llevarme a otro sitio.

Llevarme a otro sitio y convencerme que era otro.

No sé si hice bien, pero fue lo que hice.

Eso escogí, quiero decir.

Y eso soy.


*
A pesar de todo no he sabido.

Floto para no hundir, quiero decir, pero no llevo dirección.

Por lo mismo, pienso que ha debido aprender por otros medios.

O está en eso, en este instante.

Sinceramente me disculpo:

No sé enseñar lo que no sé.


*

Ríe.

A veces pienso que cuando ríe me está dejando ir.

Que me invita a hacerlo y me dice que él se queda a cargo.

No puedo asegurarlo, por supuesto, pero es la impresión que me da.

Como si también me dijera que estará aquí y que ya no me preocupe.

Y claro, es entonces cuando lo observo, y más que observarlo lo recuerdo.

Y ambos, nuevamente, nos mentimos un poquito, de pura bondad.

viernes, 3 de octubre de 2025

Todo fruto está enfermo.



I.

Todo fruto está enfermo.

No importa si tiene o no gusanos.

La enfermedad está en su carne desde antes.

Desde un inicio, está la enfermedad.

Oculta en la semilla, incluso.

En la idea misma de aquel que piensa el fruto, está la enfermedad.

Luego la fruta, en su afán de existir, la niega.


II.

Se incomodan los frutos.

Se incomodan, pero no saben.

Y es que, colgados ahí, en las ramas, no saben bien qué hacer.

Sienten la enfermedad, ciertamente, y por eso les ocurre.

Se incomodan igual que cuando uno siente picor en la garganta, quiero decir.

Toserían para expulsarla, si pudieran.

Pero no pueden.

Son como nosotros, en este aspecto.


III.

Lo que digo es cierto.

Lo que digo de los frutos, es cierto.

Me acusan de mentir, pero en el fondo no se atreven a hablar de enfermedad.

No quieren saberse enfermos, como los frutos.

Prefieren creer que su carne, al menos está sana.

No hay gusanos, te dicen. Estamos bien.

Y claro, uno está por explicarles que el gusano llega al fruto por otras razones.

Pienso en hacerlo, me refiero, pero al final desisto.

No sé muy bien por qué.

Tal vez porque tendría que buscar pruebas y organizar argumentos.

¡Qué cansancio…!, me digo.

Además, si es verdad, tampoco me importa.

jueves, 2 de octubre de 2025

Prefieres ver cuando no te ven.



Prefieres ver cuando no te ven. A oscuras, incluso, idealmente. Y no es que veas algo prohibido, sino más bien que das un paso atrás. Y es que es tu apariencia, en el fondo, lo que escondes. Ni siquiera te escondes a ti mismo, me refiero, sino que ocultas tu apariencia. La ausencia de emoción. El tiempo. El conocimiento de aquello que va a llegar pronto, sin duda, y de lo que eliges no hablar. Un paso atrás, entonces. O incluso dos. El cuerpo débil. La comprensión debilitada de aquello que alguna vez pareció claro. La duda ante aquello que ves. Y dónde pisas. Y es que nada ya, parece sólido. Sí… eso al menos está claro. Y es por eso, precisamente, que prefieres ver cuando no te ven. Si cae te acercarás, es cierto, pero será tarde. Lo triste es que sabes que ahora, igualmente, también lo es. Hace años, ya es tarde, me refiero. Dicho esto, te avergüenza pensar que cuando no esté va a ser más fácil. Te avergüenza y hasta es posible que duela algo ahí, en esa zona que ya no sientes. Y es que el hogar era el fuego, allá dentro, y nunca te acercaste. Hubo razones, tal vez, pero no importan. Ahora, simplemente, prefieres ver cuando no te ven. E incluso así, no es fácil.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Otra vez.



I.

Naces otra vez.

No cada día, como suelen decir algunos.

Me refiero a que naces otra vez, pero una sola vez.

Y esa vez naces a la nada.

Por eso –deduzco-, algunos escépticos prefieren no llamarlo nacer.

Y prefieren mentir, incluso, proponiendo extrañas teorías.

Ustedes, por cierto, son libres de elegirlas, si así quieren.

Y creer, de esta forma, en lo que menos desagrada.


II.

Me piden que explique.

Algunos, mínimamente ofendidos, me piden que explique.

Que aclare qué quiero decir con eso de nacer otra vez, pero a la nada.

Yo sonrío un poco y los observo.

Sin negarme, ciertamente, pero sin entender para qué

Para qué piden que explique, me refiero.

Y claro, ante mi ausencia de explicaciones ellos parecen más seguros.

Y de a poco levantan la voz y hablan de frases vacías y contradicciones.

En el fondo hablan de ellos mismos, me digo, mientras los escucho.

Ya nacieron otra vez, les digo.


III.

¡Pobres gentes…!

Uno les tiende la mano y son incapaces de mirar dentro.

Les falta voluntad, sin duda.

Y hasta un poco de valentía.

Y es que, si les sirviera de algo entender, probablemente lo harían solos.

¡Pobres gentes… sin duda!

Se ofenden, ahora, por cualquier cosa.

martes, 30 de septiembre de 2025

Todavía no lo cumple.


Todavía no lo cumple, pero ella asegura que se quedará en silencio en poco tiempo más. Por eso habla incansablemente ahora y a veces hasta cansa un poco. No es que se vaya a morir ni nada de eso. Tampoco es que sufra alguna enfermedad que pueda quitarle la voz o algo similar. Simplemente es cuestión de voluntad, según dijo. Varios no le creyeron cuando lo contó, pero yo sí. De hecho, algunos se rieron y cambiaron el tema, pero yo observé sus ojos y supe que era cierto. Sé incluso cuál va a ser mi última palabra, me dijo, mirándome directamente. Luego seguiré viviendo en silencio y nada más, explicó. Yo asentí. Algo molesto y confuso, asentí. Y es que sentí sus palabras casi como un desafío. No sé muy bien por qué, pero así lo sentí. Tal vez por eso no hice preguntas, aunque debo confesar que, desde entonces, he comenzado a poner más atención a sus palabras. La mayoría siguen siendo vacías, como las de todos. Por otro lado, he notado que ya no hace preguntas ni conjeturas… Me refiero a que todo lo que dice son afirmaciones. Ni siquiera hechos, sino opiniones afirmativas. La última de ellas, por cierto, me dejó algo nervioso. Tú también vas a hacer esto -me dijo, sin explicar-, poco antes y después que lo haga yo. Volví a asentir. Luego, seguimos conversando entre todos, sin más. No recuerdo siquiera de qué temas. Solo sé que nadie más la tomó en serio, ese día. Absolutamente nadie, estoy seguro. Salvo yo.

lunes, 29 de septiembre de 2025

No deshaces las maletas.



I.

No deshaces las maletas.

Las abres sí, de vez en cuando, para buscar algo.

Luego las cierras, simplemente, otra vez.

No sé si eres consciente de todo aquello, pero yo te observo hacerlo.

Me refiero a que sacas lo imprescindible de las maletas, y nada más.

A veces pienso que, si yo viniese dentro de una, ni siquiera me sacarías.

O me sacarías solo un rato, y luego me volverías a guardar.

Y es que crees que estás de paso, prácticamente todo el tiempo.

Eso crees, al menos, aunque en realidad no sabes.


II.

Salimos del cuarto y volvemos a entrar.

Esa es más o menos la rutina.

Cuando lo hacemos, te gusta acercar las maletas a la puerta, como si ya fueses de salida.

Es una manía, me dices, cuando me atrevo a preguntar.

No hay nada más oculto.

Simplemente no deshago las maletas.

No es como para escribir un texto sobre ello, alegas.

Es algo que hago, nada más.



III.

No deshaces las maletas.

Sacas y guardas cosas en ellas, pero no las deshaces.
Y es extraño.

O sea, no sé tú, pero yo al menos lo encuentro extraño.

Incluso, en un momento llegué a pensar que escondías algo ahí.

O que alguien te había reemplazado y tú estabas en realidad allá adentro.

Maniatada hasta el punto que no puedes salir, ni gritar auxilio.

Pero claro, la imaginación también me ha engañado otras veces, así que la dejo ir.

Haz como quieras, te digo finalmente, trataré que no me afecte.

Y eso hago.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Míralos bien.



I.

Míralos bien, no son círculos, me dijo.

Míralos bien, repitió.

Y claro, yo miré.

Varios círculos vi.

Y hasta los conté.

Nueve o poco más.

Igual puedo ser yo el que no entiendo.


II.

Eso le dije:

Igual puedo ser yo el que no entiendo.

Me miró con incredulidad y en sus ojos me pareció ver algo
que me pareció pena.

Tal vez soy yo el que solo sabe ver círculos, agregué.

O el que no entiende.

Dejé pasar unos segundos.

También me pasó otra vez cuando vi una obra sobre Píramo y Tisbe.


III.

Como no pareció escuchar se lo debí repetir:

También me pasó otra vez cuando vi una obra sobre Píramo y Tisbe.

Eso le dije.

Luego expliqué:

Creí que ambos personajes en realidad se habían enamorado de un muro.

O de las distintas caras de un muro, más bien.

Luego ambos, intentando ceder, lo abandonaban.

Ocurre así con todo, me dijo.


IV.

Como no entendí sus palabras, decidió repetirlas:

Ocurre así con todo, me dijo.

Con la comprensión, con los muros y hasta con las grietas de los muros, agregó.

Yo, por supuesto, escuché.

Luego, volví a observar lo que había visto como círculos, por si acaso.

Nueve círculos, conté.

Y se lo dije.

Igual puedo ser yo el que no entiendo.

sábado, 27 de septiembre de 2025

¿Cómo murió la familia del zar?



Si soy sincero,
lo cierto es que me importa un pico
cómo murió la familia del zar.

De hecho, ni siquiera estoy pensando en un zar determinado
sino que todas las familias de todos los zares, y sus muertes,
-aclaro-,
me importan un reverendo pico.

Reconozco que he leído cosas, es cierto,
y puede que hasta tenga guardada en algún rincón}
(de mi cabeza)
la información exacta sobre cada una de esas familias y sus muertes,
pero lo cierto es que la mayoría de lo que tengo guardado
(en mi cabeza)
también me importa un reverendo pico.

En el fondo son datos que se acumulan, nada más,
aunque uno no quiera
y que quedan rebotando por ahí, casi imperceptibles,
como el eco del grito de un hueón cualquiera
que grita una hueá ídem
en un lugar que tampoco importa.

¿La muerte de la familia del zar, entonces…?

¡Qué chucha puede uno decir sobre eso…!

Sobre el zar, quiero decir, o sobre su familia,
o incluso sobre la muerte misma…

¡Qué mierda importa el “cómo” o el “para qué” de todo aquello…!

Ocurre simplemente que el hombre se ve obligado a salir
y a veces sale.

Fuera de uno mismo, me refiero.

Y todo eso ocurre únicamente porque no sabe no ocurrir,
y ese es el fin de la historia.

Ya es cruel, quiero decir…
basta con eso,
no es necesario agregarle nada más.

viernes, 26 de septiembre de 2025

Equilibrar una silla coja.



I.

No es fácil equilibrar una silla coja.

Sobre todo si intentas equilibrarla mientras estás sentado sobre ella.

Y es que te desequilibras cuando intentas inclinarte y el error se vuelve esquivo.

Y piensas entonces que aquello de la silla coja no es tan grave a fin de cuentas.

Y desistes.


II.

Por otro lado, puedes cargar tu peso hacia un lado y descansar de esa forma sin mayor problema.

Me refiero a que te dejas sostener, en el fondo, por tres patas.

Lo único malo es que debes estar atento y no olvidarte de donde estás ni cuál es tu soporte.

Y eso, por cierto, no es tan fácil como parece.


III.

Leí un libro el otro día sentado en una silla coja.

Uno relativamente breve, y que no logro recordar ahora.

Mientras lo leía recuerdo haber dejado una serie de indicadores para acordarme que estaba leyendo, justamente, sobre una silla coja.

Todo con el fin, claro está, de no sufrir sobresaltos.


IV.

A pesar de lo incómodo que pueda resultar, me gustaría observar que nadie se cae de una silla coja.

O yo no conozco a nadie, al menos, que se haya caído.

Por lo mismo, tal vez sería bueno analizar si vale o no la pena desgastarnos hablando de su precario equilibrio.

O sobre la dificultad de lograrlo.

Me refiero a que no es tan larga como creen, la vida.

Ni tampoco tan pareja.

jueves, 25 de septiembre de 2025

Sé decirlo mejor.



Sé decirlo mejor.

O sea, creo que sé, al menos.

Y supongo que puedo.

De todas formas, decirlo bien de una vez, debo confesar que me asusta.

No el decirlo en sí, en todo caso.

Sino el posible fracaso de lo que ocurra luego de decirlo de buena forma.

Y es que decirlo bien, es también de cierta forma el argumento final.

La forma definitiva luego de la cual no tendré ya nada que agregar.

Y claro, entonces solo quedará esperar, y guardar silencio, mientras espero.

Así, si nada ocurre, el fracaso será tan grande y tan sólido que no podrá uno evitar chocarse contra él.

Y yo querré haberlo dicho menos bien, como ahora, para pensar que queda aún la chance de una respuesta satisfactoria, cuando lo diga mejor.

Lamentaré no haberlo hecho, quiero decir, y no será por el choque que mencionaba más arriba, sino por el silencio de los otros.

O más bien por la obligación que tiene uno de interpretar –o de fingir interpretar-, ese mismo silencio.

Disculpen que lo diga así, de forma tan desprovista y poco clara.

Pero es también la forma que elijo.

Sé decirlo mejor, me refiero, pero la imperfección de la honestidad se toma a veces mis palabras.

Y prefiero reservar, por el momento, mi última carta.

No es la mejor decisión, por supuesto, pensarán algunos.

Pero supongo que puedo.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Conducir a oscuras.



No importa que esté amaneciendo, oscureciendo o que sea plena noche, los cierto es que F. se niega igualmente a encender las luces del auto, mientras conduce. Una costumbre extraña, por decirlo menos. Yo la había escuchado, relatada por amigos en común, pero pensé que se trataba de una exageración o hasta de una broma. Ahora, sin embargo, tras hablar con F., debo aceptar que todo aquello que contaban, era cierto. Así y todo, F. no da explicaciones claras cuando lo cuenta y hablarlo desde la racionalidad no tiene efecto alguno en su discurso. No importa mencionar multas, posibles accidentes ni daños a él mismo o a terceros. Lo que pasa es que hay que aceptar las cosas como son, me dice, con tono serio. Si los ojos necesitaran luces seguramente las tendríamos incorporadas. Yo, mientras habla, no le discuto, pero sigo intentando interpretar sus acciones y buscando comprender un poco a qué se deben. Así, si bien no lo dijo directamente, tras escuchar sus palabras llego a la conclusión que F. acepta al automóvil solo como una máquina en su carácter más básico. Esto es, como un motor sobre el que viajas para ir de un lado a otro. Nada más. Igual no llevo a nadie a la fuerza conmigo, cuando manejo a oscuras, dice F. Me refiero a que, si alguien quiere ir en el auto de esa forma, sabe muy bien a qué atenerse, explica. Yo asiento, mientras intento empatizar. Puede que para todos sea más fácil verme como un culpable que como un inocente, dice entonces F. Y claro, no los culpo… Lo único que digo es que no juzguen si no comprenden. Y que dejen que ocurra, simplemente, lo que debe pasar.

martes, 23 de septiembre de 2025

Ya me dirás tú de qué me hablas.



Te escucho.

Sin interés, es cierto, pero te escucho.

Y es que, justo ahora, no tenía nada más que hacer.

Pero claro, tú no estás a flote y te cuesta salir sin anuncio previo.

Estás en el fondo…

En la casa del fondo, digamos, del terreno de ti mismo.

Mala imagen la anterior, es cierto, pero no merecemos más.

Yo no, al menos, que ya no sé qué escuchar de ti.

Apenas el eco de algo, tal vez.

O ni siquiera el eco.

El motor lejano de una máquina pequeña, tal vez, que no creo se llegue a acercar.

Así, aunque espere un buen tiempo, es probable que termine siendo un despropósito.

Escucharte así, tan lejos, me refiero.

Y que tenga que esperar a que termines de hablar, para que comiences a explicarme qué has querido decir.

¡Toda una pena…!

Tanta falta de sueño y descubrir que no era culpable, finalmente, la cama ni la almohada…

Eso te digo, mientras mantienes la distancia.

Probablemente ni me escuches.

De hecho, si pudiese plegar este espacio que nos separa, harías probablemente el origami más extenso del mundo.

Silencio (más o menos).

Pasan los minutos.

A lo lejos, entonces, observo una pequeña mancha que vocea.

Que vocea con tu voz, quiero decir.

Ya es lo suficientemente cruel, me dices, desde la mancha.

Y yo te escucho.

No es necesario, ciertamente, agregarle nada más.

lunes, 22 de septiembre de 2025

Cuestión de cálculo.


"Lucho contra ideas de cuya existencia
ni siquiera estoy seguro".
A. W.


I.

Intentó hacer funcionar durante algunos años un negocio de compra y venta de vehículos usados.

Un par de compras por semana y un par de ventas, en promedio.

Al final, haciendo cálculos, descubrió que no había perdido ni ganado absolutamente nada.

Cuatro años y el cálculo final fue cero, comprobó.

No hay números rojos ni números azules, se dijo.

Simplemente no hay números.

No supo si eso era bueno o era malo.

El cero, por supuesto, no contaba.


II.

Es un poco como la ley de conservación de la energía, me dijo, cuando hablamos del tema.

Me refiero a que no suena tan mal, probablemente, pero si te pones a analizarlo es algo terrible.

Desesperanzador incluso, si eres de los que ansía algún tipo de cambio.

Es decir, todo se recalienta, se manosea y se lleva simplemente de un lugar a otro.

Yo lo observaba, mientras hablaba.

Me parecía sincero.

Me refiero a que percibí como verdadera su molestia, su desencanto…

La rabia incluso que no sabía hacia dónde dirigir.

El cero es el verdadero número del diablo, comenzó a decir luego de un rato.

Y lo repitió, de hecho, al menos sunas eis o siete veces.


III.

Una vez le vendí a un tipo el mismo auto que él me había vendido, me contó.

Me había negado al principio, diciéndole que mi negocio no era una casa de empeños, pero él insistió.

Días después, acabé vendiéndoselo nuevamente, por un veinte por ciento más del dinero por el que lo había comprado.

Él quedó conforme y yo no sé, en realidad.

Supongo que me sentí incómodo, tal vez

Pero no estoy seguro.

domingo, 21 de septiembre de 2025

De mala gana.



Tanto insistió M., que lo hicieron pasar de mala gana.

Lo llevaron hasta una sala en la que le dieron a entender que debía esperar.

Luego se fueron y M. se quedó solo.

Observando lo que había en el lugar.

En la sala había una silla, una alfombra y una mesa pequeña, anotó mentalmente.

A su vez, sobre la mesa pequeña, había dos libros viejos, algo dañados.

También había un vaso con agua, detenida dentro del vaso quien sabía desde cuándo.

M. observó que nada más, probablemente, hubiese podido inventariarse en aquel lugar.

Aunque ahora, se dijo, yo también he pasado a ser otra de las cosas que hay aquí.

Caminó un poco.

La puerta por la que había entrado había sido cerrada y la otra puerta que había en el lugar no parecía haber sido abierta en años.

Los libros que estaban sobre la mesa era una edición antigua de “Archipiélago Gulag”, de Soljenitsin, y una publicación breve –prácticamente una revista-, sobre el cometa Halley.

M., por cierto, no se atrevió a tocar aquellos libros y decidió sentarse, a esperar.

Mientras lo hacía, pensó que lo peor que podría ocurrir es que comenzara a desesperarse.

Para evitar aquello –o para retrasarlo al menos-, prefirió contar.

No números sueltos, simplemente, sino que hizo cálculos, por ejemplo, sobre las medidas del cuarto en el que se encontraba.

Anotó estas cifras, también, mentalmente.

Por último, calculó que. si no venía nadie en las próximas horas, podría al menos tomar el agua que estaba sobre la mesa y aguantar así unas cuantas horas más, sin sobresaltos.

En cuatro o cinco horas más recién comenzaré a incomodarme, dijo M.

Ahora, todavía, no vale la pena.

viernes, 19 de septiembre de 2025

El polvo llegó primero.



“El polvo llegó primero”
J. G. B.


Decimos polvo, pero es arena. O algo parecido a la arena, más bien. Una un poco más oscura, si me piden describirla. Más oscura, menos fina y un poco más cortante o agresiva que la arena habitual, ya que literalmente se te enterraba en la piel, impulsada por el viento. Y si te restregabas sin cuidado te hacía cortes, y se hundía más.

Aparte de ese polvo, sin embargo, todo estaba más o menos igual. La gente, el tránsito y hasta el tiempo, si es que dejabas de considerar al viento que prácticamente no cesaba de golpearnos desde hacía varios días.

-Igual no es tan grave –me alegaron cuando vieron que lo había descrito así-. Después van a creer que el polvo ese nos está matando y no es así. Te cubres un poco la piel si vas a andar fuera y eso es todo.

-¿Y acaso sabemos de dónde viene el polvo ese? –reclamé.

-¿Y qué importa de dónde viene? –me preguntan de regreso-, el viento lo traerá de algún sitio y luego se lo llevará también… Convengamos en que solo es una arena algo molesta que está corriendo desde hace algunos días y que debiese detenerse prontamente.

-¿Debiese detenerse? –pregunto ahora.

-Claro que debiese detenerse –me contestan-. Todo se detiene. Y cuando eso pase tú simplemente te revisas y te limpias para que no quede nada en tu piel. Y claro, todo vuelve entonces a ser como era antes y hablamos de otras cosas.

-No creo que vaya a ser tan fácil –digo entonces, mientras observo unos pequeños cortes, en mis brazos.

-Lo será –me dicen, con seguridad-. Lo que pasa es que el polvo, simplemente, llegó primero.

Medicamentos.



I.

Se gana la vida vendiendo medicamentos.

Desde lo informal, principalmente, aunque dice seguir ciertos códigos.

Un día me los explicó, pero lo cierto es que no entendí mucho.

De hecho, igual vendía medicamentos con receta retenida, sin exigir documento alguno.

Lo que sí entendí es que ganaba más dinero en un mes, de lo que yo ganaba en cinco años.

-Es que vendo medicamentos –me dijo-. Es obvio.


II.

-No me entiendes porque probablemente eres honesto -me explicó en otra oportunidad-. Eres honesto, pero no sensato. No aíslas la enfermedad; no te la quitas de encima. Aceptas que es parte tuya y hasta le preguntas su nombre… Y claro, eso es honesto, probablemente, pero detente y mira cómo estás… Proyéctalo incluso algunos años. Estar muerto no significa ser sensato.


III.

Supe que tuvo problemas hace unos meses con su abastecedor de medicamentos.

Por lo mismo, desde entonces, está inubicable.

Y es que dicen que a su abastecedor lo metieron preso y están investigando sus redes de contactos.

De cualquier manera, lo que me llama la atención es saber qué ha pasado con los enfermos.

Es decir, tengo claro que existen otras redes y farmacias oficiales, pero pienso en los que compraban sin recetas y en lo que ha ocurrido con sus enfermedades.

No lo digo pensando en ellos como víctimas ni nada parecido, pero supongo que algunos de ellos están comenzando –por fin-, a cargar con su enfermedad.

Menos sensatos, pero más honestos, dirán algunos.

Aunque yo no.

jueves, 18 de septiembre de 2025

La conciencia que nos queda.



I.

No te voy a dar lecciones.

O no las correctas, al menos.

No esta vez.

Las lecciones que necesitas, de hecho, no saldrán sino de ti.

Las escucharás afuera, tal vez, pero servirán de nada hasta que cambien de sitio.

No es que lo comprenda muy bien, pero ya sabes como dicen.

Esa es, la conciencia que nos queda.


II.

Menos mal que el esqueleto va por dentro, me dijeron una vez.

Y yo escuché esa vez, y lo pensé y le di mil vueltas, pero no entendí ni mierda.

Supuse que era algo trascendente, en ese entonces, pero hoy no pienso que fue así.

De hecho, hoy pienso que nada, en lo absoluto, es realmente trascendente.

Otra cosa que me dijeron, una vez:

Si Picasso hubiese sido más sutil, no hubiese sido Picasso.


III.

La conciencia que nos queda.

No digo que sea poca o mucha, pero lo justo es que sea suficiente.

Al menos suficiente, pienso yo.

De todas formas, no pienso yo que sea escasa.

Y es que, a fin de cuentas, todo lo que no pudimos comprender forma parte de ese residuo.

Todo lo que nos dijeron, me refiero, y no supimos entender.

Esa es, repito, la conciencia que nos queda.

Y es la forma que elijo, esta vez, para no dar una lección.

(Para no dar ni recibir, lección alguna)

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Uno de los dos.



Uno de los dos es el fragmento de un sueño.

Eso pensé al menos, hasta antes de decidirme a escribirlo.

Ahora, sinceramente, ya no sé decir más.


*
-De este lado todo es plomo –me dijo-. No de metal, en todo caso, sino como de grafito. Más cercano a algo vivo, quiero decir. O menos artificial, tal vez… Ya sabes. Es como ese tipo de material que se queda en la piel, de cierta forma, cuando lo tomas. O sientes, al menos, que se queda. Todo gris, o plomo… Y observas entonces tus manos o tus dedos y también han quedado un poco grises…

-¿De este lado? –pregunté-, ¿qué quieres decir con eso?

Guardó silencio un rato, antes de volver a hablar.

-De este lado –dijo, sin intención de explicar-. Sé que sabes de qué hablo.


*
Fue por ese entonces que yo comencé a observar que mis dedos se volvían un poco más grises.

Intenté lavarlos, en principio, pensando que tenían una especie de polvo, pero no conseguí quitarles el color.

Decidí por eso ir al doctor, pero tras atenderme y darme unos exámenes, dijo que se trataba de algo pasajero y que no tenía peligro alguno.

-De este lado me ha tocado atender varios casos similares –me dijo-. Supongo que es un tipo de polvo que se desprende de algunas cosas, pero nunca he observado complicaciones.

-¿De qué lado, doctor? –le dije-. ¿Qué quiere decir con eso?

El doctor hizo una pausa, antes de volver a hablar.

Me pareció molesto.

-Sé que sabes de qué hablo -dijo.

Yo asentí.

martes, 16 de septiembre de 2025

Un pájaro.



Un pájaro con boca en vez de pico se posó un día junto a mi ventana.

Como nunca me fijo, estimo que pudo haber estado ahí varios días, incluso, observando el interior.

De hecho, lo vi de casualidad, mientras ordenaba algunas cosas, y no noté nada extraño en su comportamiento, hasta que el pájaro me habló.

No en tendí bien lo que dijo, en principio, pues estaba al otro lado de la ventana.

Además, el pájaro no pronunciaba muy bien.

Por lo mismo decidí abrir la ventana y lo invité a entrar, con un gesto.

No entró, en todo caso, pero me habló más claro.

-La vanidad de las tijeras –le oí decir-. La sed de las plantas.

Sé que dijo esto porque lo anoté poco después, cuando todo hubo pasado.

Lamentablemente, como en el momento lo seguí viendo como un pájaro, no intenté entablar con él conversación alguna.

En cambio, me quedé ahí esperando que volviera a hablar, pero no lo hizo.

Dio unos pasos, simplemente, sin decidirse a entrar.

Fue entonces que le puse mayor atención y noté lo de su boca.

Era, me pareció, una pequeña boca humana.

Retrocedí unos pasos, al notarlo.

Me asusté.

El pájaro también se asustó, me pareció, y se alejó volando.

Observé que se posó en un árbol, en casa de un vecino.

Y claro, fue entonces que escribí en un papel lo que dijo, para no olvidarlo.

Más tarde, noté que el pájaro se quedó ahí, simplemente, observando en esta dirección.

Debe haber estado ahí aproximadamente un par de días, calculo.

Luego, finalmente, dejamos de observarnos.

Y yo, por supuesto, cerré la ventana.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales