jueves, 27 de noviembre de 2025

Buscar un jardinero.


“En cuanto al jardín,
siempre pienso en buscar un jardinero”
A.


Parece un juego porque se juega, pero no es un juego.

Y yo lo juego, como todos, sin decir que no lo es.

Sin aclararlo, me refiero.

Hace años, por cierto, que viene ocurriendo de esa forma.


En principio es simple.

Luego no, pero en principio lo es.

Ajeno y simple, en realidad, para que no nos afecte en gran medida.

La casa misma, si lo piensas, es poco más que un aislante térmico.


¿Qué casa?, me preguntas.

Y yo sonrío por la ingenuidad de tus palabras.

Y es que a veces, desde un jardín ajeno, observo casas que también son ajenas.

Y elijo una, entre todas, prácticamente sin ninguna razón.


Además de las casas, si te fijas, a veces se levanta un templo.

Es una construcción distinta, por lo general, para reconocerla mejor.

Suele ser silenciosa, y en promedio, arde más seguido que las casas.

Mucho más.


Tal vez, esa es una regla no explícita del juego.

O sea, de eso que parece juego, pero en el fondo no lo es.

Dos casillas antes del final, si hay suerte, te das cuenta.

No antes.


Oyes voces, finalmente, mientras juegas.

Voces indistintas, es cierto, pero voces al fin.

No han dicho tu nombre aquellas voces, pero volteas igualmente.

En cuanto al jardín, confiesas, siempre he pensado que no es parte del juego.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Te van a pedir cuentas.


Te van a pedir cuentas.

O supongamos, al menos, que te van a pedir cuentas.

Imaginemos que te mostrarán todo aquello en que fuiste gastando tu vista.

Dónde dirigiste tus miradas, quiero decir.

Y detallarán aquello que decidiste ver, en definitiva, en desmedro de otras cosas.

De verdad será así.

No miento ni exagero al decirlo de esta forma.

Por lo mismo, anda pensando qué decir, pues tendrás que justificarlas.

Y no me refiero únicamente a justificar aquello que elegiste ver.

Esa es la parte fácil, de hecho.

Lo que cuesta, en cambio, es explicar por qué decidimos no ver otras.

Otras de las que teníamos referencias, pero preferimos ignorar.

Eso es lo que costará justificar, cuando llegué el momento.

Esas cuentas, quiero decir.

Esas omisiones que te alejaron de un gran número de hechos y realidades que no te eran ajenas del todo.

De eso te van a pedir cuentas.

No te juzgarán, probablemente, pero deberás rendirlas de igual forma.

Y eso igualmente, será algo así como un juicio.

Esa lista de cosas no vistas, me refiero.

La mayoría en lugares lejanos, dirás, excusándote.

Así y todo, sabrás entonces que no todas están fuera de ti, como se tiende a pensar en un inicio.

Y eso, por supuesto, no podrás negarlo.

Será así, recuérdalo.

Te van a pedir cuentas.

martes, 25 de noviembre de 2025

Una escena extraña.


Vi una escena extraña, el otro día, en el matrimonio ese al que me sentí obligado a ir. Nada que ver con la novia o el novio, en todo caso. Nada tan importante, quiero decir. Ni tan central. De cualquier modo, es algo que no he podido sacármelo de la cabeza desde entonces, así que mejor te lo cuento. Lo que vi, en concreto, durante la fiesta de matrimonio, fue a un mozo frente a otro mozo. Ambos con trajes de trabajo y cargando sus bandejas, como debía ser. Todo normal, digamos, salvo que estaban extrañamente posicionados uno frente al otro. Sin mucho espacio entre ellos y sin interacción con ninguna otra persona del lugar. Uno de los mozos, por cierto, tenía bocadillos en la bandeja, mientras que el otro llevaba copas de vino. Ambos permanecían así, uno frente al otro, muy correctos en su postura, aunque comiendo o bebiendo de aquello ofrecido en la bandeja del otro. Cuando los descubrí en esto los observé con mayor atención. Por esto, pude darme cuenta que luego de un rato intercambiaban bandejas y aquel mozo que había comido bocadillos pasaba ahora a tomar vino y viceversa. Probablemente no me creas, pero te aseguro que estuvieron así durante prácticamente toda la fiesta. O al menos, hasta que comieron y bebieron todo lo que estaba en sus bandejas, y se fueron del lugar. No puedo asegurar, sin embargo, si luego de esto regresaron con nuevas bandejas, pues yo aproveché ese instante para irme de la fiesta. No me despedí de nadie, como siempre, aunque en esta oportunidad al menos había visto algo singular, lo que me llevó a abandonar el lugar sintiendo que no había perdido el tiempo, del todo. Ya ves que es extraño, ¿no crees?

lunes, 24 de noviembre de 2025

Dos veces.


La vi dos veces, me dijo, pero no sé por qué. Tal vez para comprobar simplemente si se me había pasado algo. Pero claro, al final no se me pasó nada, o eso creo yo, al menos. De cualquier modo, puedo confirmarte que la película es igual todo el rato. Varias tomas y secuencias y hasta música de fondo, pero a fin de cuentas se trata de una misma imagen central. U objeto central, más bien. Imagínalo así: una mesa pequeña al extremo de la sala donde ocurre todo, y en ella, un teléfono de esos antiguos que suena y suena sin que nadie se acerque a responderlo. O sea, hay personajes en la misma sala. Están en distintos lugares, bebiendo o conversando entre ellos, simplemente. Saben que suena, pero fingen que no. Puedes darte cuenta porque elevan un poco la voz cuando suena y se percibe en ellos cierta tensión. Hablan de otras cosas, es cierto, miran hacia otro lado, pero si quedan solos por algún momento se atreven a mirarlo. De reojo, tal vez, pero el punto es que lo hacen. No se nota mucho, en la película, porque la historia sigue. Y hasta uno mismo, como espectador, va dejando de oír el teléfono ese. Cada cierto rato se corta, como toda llamada cuando alguien no contesta, pero luego vuelve a sonar. Una hora y media así, más o menos, mientras los demás hablan de distintas cosas y unjo termina por centrase en aquello que hablan. Una historia común, por lo demás, referida a problemas de trabajo y otros más íntimos, que no llegan a explicarse del todo. Es cierto. Dos veces la vi y no pude terminar de entenderlos. Igual eran cosas comunes. Como los problemas que hay en la vida de todos. Claro, el teléfono siguió sonando hasta el final. Hasta en los créditos. Nadie contestó.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Algo así como un pasillo.


Primero, imagina una edificación si quieres comprender.

Ese es el truco.

Da lo mismo si es una casa, un edificio o hasta una pirámide ancestral.

Imagina una edificación, si buscas comprensión.

Eso es lo primero.

Una vez ahí –sin tocar los muros-, repite esta frase hasta que la aceptes.

Repítela y no la cuestiones en lo absoluto:

Todos somos algo así como un pasillo.

Esa es la frase, me refiero, que debes repetir.

Todos somos algo así como un pasillo.

No la cambies ni la pienses.

Solo acéptala.

No somos un pasillo, somos algo así como un pasillo.

Repite la frase.

Hazla tuya.

Dila como si la leyeras desde debajo de tus uñas.

Desde debajo de tus párpados.

Todos somos algo así como un pasillo, repite.

Hasta que sepas que es verdad.

Una vez sepas esto, sin embargo, es aún más peligroso.

Conformarte con ello, quiero decir.

Y es que una verdad no es toda la verdad.

Y tampoco, por cierto, es necesariamente la tuya.

Aunque te dé seguridad, no es la tuya.

Entonces, debes recordar que la construcción en la que crees estar fue, en principio, imaginada.

Y claro, ahora te sustenta, pero tu sustancia es también otra.

Un pasillo que da a otro pasillo, piensa ahora.

Todos somos algo así.

Pasillos por donde extrañamente corre el viento, aunque no siempre lo sintamos.

Ahora, destruye la edificación que imaginaste, si quieres comprender.

sábado, 22 de noviembre de 2025

Ayudar en casa.


En ese tiempo, todos los sábados y domingos me hacían ayudar en casa. Ayudar, por cierto, era algo más que hacer tu cama, ordenar tus cosas e ir a comprar a almacenes cercanos, que es lo que hacías en los días de escuela. El aprendizaje de esto era simple. El internalizarlo, me refiero. Y si no, te lo recodaban. Hoy toca ayudar, te decían, si te veían haciendo algo demasiado tuyo el fin de semana. Demasiado ajeno a lo que era el aseo de la casa, que era el lugar de todos.

Supongo que no me gustaba, pero en ese tiempo nadie se quejaba ni reclamaba y asumíamos simplemente que existían cosas que debíamos hacer. No es que uno las analizara, quiero decir, ni que uno las debiese entender para aceptarlas. Simplemente las hacías y esperabas luego que alguien aprobara o rechazara tu trabajo y te enviaran a corregirlo, si algo había quedado mal.

Así y todo recuerdo una vez en que me cuestioné algo. Estuvo relacionado con la limpieza de vidrios, que era una de las tareas que más me complicaba. Y es que recuerdo que había unas ventanas, tras unas cortinas, que daban hacia una muralla. Directamente, me refiero. Ventanas fijas que solo podías limpiar por dentro pues no había espacio desde fuera, para poder completarlo. Por lo mismo, siempre parecían quedar mal. Es decir, siempre quedaban manchas o marcas que no podías limpiar ya que estaban por el otro lado. Ventanas a las que además nadie miraba, porque estaban cubierto por cortinas todos los días.

Esa vez –la vez que me cuestioné esa labor, me refiero-, estaba mi madre comprobando si esas ventanas estaban limpias, desde nuestro lado. Probablemente haya encontrado algún error mínimo, pero ese no es el punto. El punto es que percibí una intención tras aquello. Una voluntad de hacer daño tras esa asignación de tareas y del absurdo de algunas de ellas. No hablo de la voluntad de mi madre, directamente. No fue eso lo que vi, ni comprendí. Lo que observé fue que, a través de ella, se manifestaba la intención de algo tenía la única intención de dañar. De socavar eso que debíamos realmente construir y que a alguien no le convenía.

-Sé qué está pasando –le dije esa vez, bajito.

Mi madre, al parecer, no me escuchó.

Sin embargo, tuve la seguridad de que algo existía entre esa pared y nuestra casa. Algo vivo, me refiero. Algo malo. Algo que tiene miedo a que seamos nosotros mismos.

Y que siempre –de una u otra forma-, está ahí.

viernes, 21 de noviembre de 2025

Desmoronarse porque sí.


I.

Esa tarde nos dedicamos a apilar arena hasta que esta se desmoronaba.

Toda la tarde, de hecho, estuvimos en eso.

Movíamos arena, la apilábamos en montones, y luego observábamos cómo estos se desmoronaban.

No por completo, ciertamente, pero es lo que hacían.

Quedaban como pequeños cerros que tendían hacia lo plano, me refiero, con una ligera cumbre.

Seguimos así por horas, pensando que tarde o temprano aquellos cerros tenían que crecer, pero finalmente no lo logramos.

O prácticamente, al menos, no lo hicimos.


II.

Esa misma noche, todavía pensando en lo ocurrido con la arena, me puse a investigar.

Y no me refiero simplemente a las respuestas de IA que señalan como solución, la presencia de un aglutinante.

Lo que hice fue buscar experimentos de base matemática para comprender por qué estas pequeñas partículas angulares solo se afectan por la gravedad o la fricción, pero son incapaces de asociarse –físicamente- con otras.

Es decir, por qué no parecen reconocer nada más, que lo que le afecta a sí mismas.


III.

Tiempo perdido.

De hecho, tuve que perder más aun explicando con qué sentido había utilizado el verbo reconocer, al referirme a las partículas de arena.

Así, como era de esperarse, los intentos realizados parecieron reunirse en una única frase:

Todo se desmorona.

Y uno, por supuesto, debió aceptarlo.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Un mismo personaje.


Nunca he podido entender las películas que utilizan distintos actores para representar a un mismo personaje.

Me refiero, por supuesto, a utilizarlos para representar al mismo personaje en distintos momentos de su vida.

No es que me moleste ni que cuestione la estructura narrativa ni la técnica empleada, es simplemente que dejo de entender, en ese instante, lo que ocurre en la película.

Da lo mismo que aparezca un mensaje que diga “10 años antes” o “tiempo después”, la clave aquí es que veo a otro actor, simplemente, y mi forma de entender el argumento se desploma.

Reflexionando sobre esto, he descubierto que percibo que aquel que construyó la película –e incluso los actores que participan en ella-, me están mintiendo.

Puedo admitir, obviamente, que no es esa su principal intención, pero lo cierto es que luego de ese primer pacto que es aceptar la película –que ya es ficción en sí misma-, encontrarme con un nuevo artificio (dos o más actores para un mismo personaje) me ofende, ya que lo siento prácticamente como una agresión y, sin duda, como una falta de honestidad.

En síntesis, creo haber descubierto con todo esto que mi comprensión exige un primer entendimiento basado en la honestidad, y que se quiebra absolutamente cuando esta es traicionada.

Y sí, acepto que esto pueda parecer algo exagerado o ser calificado como una afectación innecesaria, pero sinceramente lo siento así, y aclaro que no es cuestión de voluntad o racionalidad, ni nada de esa índole.

Es un sentir, simplemente, reitero.

Espero puedan comprenderlo.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

Me ofrecen ayuda, pero digo que no.


*

Me ofrecen ayuda, pero digo que no.

Automáticamente es que lo digo.

Sin detenerme a analizarlo, quiero decir.

De hecho, ahora que lo pienso,
ni siquiera sé para qué me estaban
ofreciendo ayuda.



*

Como soy amable para decir que no, nadie se molesta.

Tampoco hay insistencias ni menos explicaciones.

Por lo mismo, el ofrecimiento y la respuesta
se enlazan por un momento
y luego simplemente se dejan de lado.

Así y todo, me ocurre que,
tras aquel procedimiento,
no puedo evitar quedar intrigado.

En parte por la pregunta y en parte por la respuesta,
ciertamente,
pero también por el asunto ese que requiere ayuda
y yo no sé.



*

Para cambiar mis sensaciones decidí tomar medidas.

Y para que estas medidas fuesen serias, las convertí en promesas.

Así, ocurrió que decidí hacerme una promesa:
la próxima vez que me ofrecieran ayuda,
voy a aceptar gustoso.

Y luego, por supuesto, descubrir qué pasa.



*

Mierda.

Tras hacer la promesa que les contaba arriba,
no llegó nadie más a ofrecerme ayuda.

De vez en cuando algún saludo,
o un intercambio breve de palabras,
pero poco más.

Tal vez lo que me faltaba era resolución,
y la conseguí, finalmente, por mí mismo.

Dicha resolución, por cierto,
no sé bien dónde emplearla,
así que la cargo conmigo.

Nadie me ayuda a cargarla,
pero está bien.

Y es que igual diría que no,
sin pensarlo,
si es que la ofrecen.

Así nos enseñaron, al menos.

martes, 18 de noviembre de 2025

Si el caballo te arroja al piso quiere decir que no es bueno.


Si el caballo te arroja al suelo quiere decir que no es bueno, me dijo. Por lo mismo, si eso ocurre, te paras, lo tomas de las riendas, lo dejas donde estaba y luego sacas otro. La idea es que apenas te subas des unas vueltas para ver cómo es y así descubres rápido si es bueno o no. Y claro, si descubres que es bueno te vienes hasta acá con él. Sin agradecérselo y sin tanto apuro, pero andando de forma constante, sin hacer otras cosas. Me refiero a que no dejes que se detenga a comer cuando pasen por el pasto alto o que busque la orilla del río para beber agua. No lo dejes porque el trayecto es corto y no lo necesita. Igual si es bueno no te va a obligar, pero puede que lo intente de todas formas. Que se ponga más lento o intente desviarse un poco. Aunque sea un caballo bueno, puede hacerlo. Puede parecer algo sin importancia y que decidas dejarlo, pero te advierto que si lo dejas es probable que luego el caballo deje de ser bueno. O que se olvide que lo es, más bien, y luego le cueste recordarlo. Ya sabes, eso pasa con los caballos y en general con todos los seres vivos y luego nos sorprendemos. Que no te sorprendan a ti, al menos, es lo que te pido. Luego, cuando llegues acá, seguimos hablando.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Correspondencias.


Cada uno tiene, al menos, la sombra que le corresponde.

Poco más, supongo, nos corresponde.

El otro día, por ejemplo, veía una serie sobre unos tipos que viajaban en un barco ballenero.

Y esa misma noche, más o menos, soñé que iba en él.

Era un sueño oscuro, lleno de olores fuertes y sensaciones desagradables.

Por lo mismo –y porque no me correspondía-, decidí salir de ahí.

Busqué por varios lados, en el sueño, pero no encontraba un lugar de salida.

En cambio, descubrí un gran número de cuartos pequeños, y otros sitios para esconderme.

No estaban mal, por cierto, aquellos sitios, pero no eran lo que yo buscaba.

Yo quería salir de aquel barco ballenero.

Y esconderse no es salir, me dije.

Fue así que, en cubierta, mientras varios hombres quemaban grasas y algunos restos en unos tarros de metal, me acerqué a un borde del barco que estaba expuesto, para lanzarme al agua.

El mar estaba inquieto y parecía peligroso, pero de todas formas yo sabía que estaba en un sueño, y que ese lugar no me correspondía.

Fue entonces que, cuando sentí que nadie me observaba, me lancé sin más.

Al caer me golpeé con un costado del barco y me sumergí muy hondo, mientras intentaba salir.

No sabía bien en qué dirección ir y fue entonces que, extrañamente, descubrí mi sombra.

Al interior del mar, me refiero, distinguí mi sombra.

Poco después, yendo hacia la dirección contraria, logré salir a la superficie.

Como si la sombra hubiese sido en realidad, un punto de apoyo.

Primero del mar, luego del sueño y más tarde a la vigilia, logré salir.

Ahora, tras descansar un poco, voy a seguir un poco más, a ver qué pasa.

domingo, 16 de noviembre de 2025

Ella canta mal, pero fingimos.


I.

Ella canta mal, pero fingimos.

Y fingimos bien.

Tal vez ella, pienso ahora, también lo haga.


II.

La primera vez que la escuchamos fue en un matrimonio.

Casi al final de la fiesta, cuando todos se iban.

Entonces ella subió a la tarima, tomó el micrófono y aprovechando que sonaba la versión orquestada de un tema popular, se puso a cantar.

Fue terrible, si soy sincero.

Los que se iban se detuvieron y voltearon a verla, incómodos.

De igual forma, como ella cantaba con energía y todos estábamos un tanto borrachos, la aplaudimos igual.

La premiamos por el entusiasmo, supongo. Y un poquito por lástima.

Lamentablemente ella se tomó en serio el aplauso y días después lo anunció en una reunión de amigos.

Cantar es lo mío, nos dijo. No lo puedo ocultar.


III.

Desde entonces ella ha comenzado a cantar en cada lugar que vamos.

Nosotros tratamos de elegir lugares que no lo permitan, pero ella insiste hasta que la dejan igual.

Por lo general no canta más de un tema y luego regresa a beber, tranquila.

La gente nos mira cuando lo hace, pero hasta el momento nadie ha reclamado abiertamente.

Solo malos gestos, de vez en cuando, pero ella no los sabe descifrar.


IV.

Hicimos un sorteo hace unos días y perdí.

Como consecuencia, soy el encargado de decirle a ella que canta mal.

El objetivo es convencerla de que no se exponga y nos ahorre de esa forma el mal rato.

Todo cuidando que no se sienta mal, por supuesto.

Y claro, es por eso que la llevo a un lado e intento hablarlo sobre su canto.

Me doy hartas vueltas, nervioso, pero finalmente lo logro explicar.

Entonces ella sonríe y me dice que esté tranquilo, que todo está bien… que ella ya sabe que todos fingen.

De eso se trata todo, me dice, mirándome a los ojos, ¿no crees?

sábado, 15 de noviembre de 2025

Un triunfo, a pesar de todo.


I.

Recién en su quinto torneo de ajedrez, M. ganó su primer encuentro.

Ni siquiera supo por qué, pues su contrincante botó su rey, le dio la mano y se retiró de la partida.

Probablemente había proyectado una serie de movimientos que lo harían perder, tarde o temprano.

M., sin embargo, no logró comprender lo ocurrido.

O sea, comprendió que se retiró su contrincante, pero no logró visualizar en el tablero lo que su contrincante había visto.

O previsto, más bien.

Luego M. perdió su siguiente encuentro y fue eliminado del torneo.

Así y todo se retiró conforme, aquella vez.


II.

M. volvió a competir en seis torneos más hasta que decidió dejar de intentarlo.

Durante esos últimos torneos, por cierto, logró llegar a tablas en un par de ocasiones, pero no obtuvo ningún triunfo.

Aun así, formó parte de la tabla posiciones oficial durante dos años, a partir de los torneos en que se inscribía.

Su mejor resultado, en noviembre del primer año, fue penúltimo.


III.

Esa vez que gané, me cuenta, tuve una sensación que no se ha vuelto a repetir.

Como si hubiese recibido merecidamente un regalo, aunque sin saber por qué.

Fotografié el tablero, de hecho, para comprender por qué se rindió mi contrincante, pero nunca lo descubrí.

Igualmente, lo recuerdo como un buen momento.

Un triunfo, digamos, a pesar de todo.

viernes, 14 de noviembre de 2025

Cuando hay un accidente.


Los hombres se aglutinan cuando hay un accidente.

Se acercan al lugar, quiero decir, y observan con cuidado.

Por lo general, no ven nada en específico, pero recogen datos aleatorios, al mirar.

Así, reconstruyen lo ocurrido –o creen hacerlo-, para luego contárselo a alguien más.

A veces, alguno saca el celular e intenta grabar algo.

Sin que lo noten, casi siempre, pues se trata de algo mal visto, en general.

Si tiene suerte, podrá hacer un zoom hacia el cuerpo accidentado.

De igual forma, esas grabaciones no suelen ser muy buenas, y no se distingue lo ocurrido.

Demasiado cerca o demasiado lejos, suele pensar, cuando las ve.

Por otro lado, respecto a las razones que llevan a los hombres a acercarse, no hay nada lo suficientemente claro.

O sea, hay estudios, pero los resultados resultan ser poco fiables o derechamente inverosímiles.

Por ejemplo, hay algunos que hablan incluso de empatía, aunque todos sepamos que no es cierto.

De cualquier modo, si me lo preguntan, yo creo que existe cierto alivio, al saber que el accidente le ocurrió a otro.

Y luego, por supuesto, esto se quiere verificar.

Así y todo, creo que el alivio se transforma poco a poco en otra cosa.

Y esa cosa en que se transforma, ciertamente incomoda, a los hombres que fueron a observar.

De ahí que los videos e imágenes obtenidas sean borradas del celular, por lo general, luego de una o dos semanas.

Y se vuelva a hablar, entonces, de otros asuntos.

jueves, 13 de noviembre de 2025

Hacia el interior del globo.


“La teoría de la doble verdad permite discernir
el lugar que ocupa, en la escala de las irrealidades,
la historia,
paraíso de los sonámbulos…”
E. C.


Soplé hacia el interior del globo y luego el globo se hinchó y yo apreté entonces el extremo por donde había soplado y lo estiré e hice un nudo. Era un nudo que impedía, en principio, que aquello que yo había introducido dentro del globo pudiese salirse. Y claro, luego de hecho aquel nudo, yo observé. No al nudo mismo sino al globo en su conjunto. Luego, mientras observaba, pensé que de cierta forma el globo se había llenado de mí. O más bien, que yo lo había llenado de mí mismo.

-Es absurdo –comenté en voz alta.

Y claro, como nadie estaba ahí para oír mis palabras, aquello me pareció todavía más absurdo.

Podría inflar otro globo, pensé entonces. Decenas de globos, incluso. Podría hacerlo y entonces todos tendrían más o menos el mismo contenido que habría salido de mí… impulsado por mí, quiero decir… pero yo no dejaría de ser yo mismo, a pesar de vaciarme en ellos una y otra vez…

Para no seguir pensando inflé otro globo. Me costó más anudarlo esta vez, pero al final lo logré. Tras comprobar que no se le escapara el contenido, lo dejé junto al otro. Luego hice lo mismo con un tercero y hasta con un cuarto.

-Sigue siendo absurdo –comenté ahora.

Así, mientras observaba a los globos estar inflados, unos junto a otros, intenté infructuosamente darle un sentido a todo aquello.

-Es como una doble verdad –escuché decir a alguien, que pasó junto a mí.

Cuando ya iba quince o veinte pasos más allá, aproximadamente, reventó el primer globo.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Por ejemplo, astronauta.


F. es una niña de apenas siete años, pero ya tiene, hasta cierto punto, un sistema de creencias. Por ejemplo, ella dice que todo tiene siempre una parte buena y una parte mala.

La parte de buena de ser astronauta, me dijo hoy día, es que sales de la Tierra. Todo el asunto ese de la cuenta regresiva y los propulsores hasta que de pronto te elevas y vas dejando todo atrás, me explicó.

Yo la escuchaba con atención mientras ella explicaba lo que iba a decir en la presentación que debe hacer en su colegio, para el cierre de año. En su presentación, por cierto, F. debía presentar una profesión o trabajo que le gustaría desarrollar cuando sea adulta.

No es que quiera ser astronauta, aclara, pero la profesora le dijo que eligiera una a modo de ejemplo, para explicar lo que piensa, a sus compañeros.

Siempre hay algo bueno y algo malo así que al final uno puede ser cualquier cosa, me dice. Así que mi disertación se llama “Por ejemplo, astronauta”. Yo lo digo al inicio y luego explico lo bueno y lo malo de serlo. Después muestro mi traje, explico para qué sirve cada cosa y al final los demás aplauden, aunque no me entiendan.

Yo asiento.

Por un momento pienso en preguntarle sobre cuál es la parte mala de ser astronauta, pero me doy cuenta que, de cierta forma, ya me lo dijo.

Ojalá todo salga bien, le digo entonces, a modo de despedida.

No se puede… todo siempre es bueno y malo, me recuerda. Pero está bien.

martes, 11 de noviembre de 2025

Pieles de osos.


Una vez conocí a un tipo que coleccionaba pieles de oso.

Era un viejo que vivía la mitad del año en Canadá y el resto del tiempo en una casa antigua, en el litoral central.

Yo pensé que bromeaba con lo de las pieles, pero un día me las enseñó.

Tenía pieles de al menos 30 osos distintos.

Estaban guardadas en baúles, con gran orden.

De hecho, cada una de las pieles tenía una nota en la que aparecía una fecha y una breve historia que servía de referencia al espécimen y a la forma en que consiguió.

Las notas estaban escritas a mano, en inglés, siempre con la misma letra.

-¿Quién escribió las notas? –le pregunté.

-Es una historia larga… -me dijo-. Pero aclaro que no es mi letra, al menos, y que tampoco es la letra del cazador.

-¿Son pieles que obtuvo un cazador? –pregunté, sorprendido-. ¿Está permitido obtenerlas de esa forma?

-No dije que se obtuvieran de esa forma –me dijo, como si bromeara-. No debes ponerte tan grave… piensa que ni los osos saben realmente que están cubiertos por pieles de oso.

El viejo miraba como si esperase a que yo me riese de sus palabras.

No lo hice.

-Lo que pasa es que nadie sabe realmente diferenciarse de su propia piel–dijo el viejo, finalmente.-.

-Casi nadie –lo corregí-. Prácticamente nadie.

lunes, 10 de noviembre de 2025

La lagartija.


Observamos la lagartija cuando sube por el árbol y se pone bajo la luz del sol.

Ella, creo, no nos observa.

Calculo que debemos estar a unos tres o cuatro metros de distancia, aunque en nuestro caso estamos a la sombra. Bajo las ramas de otro árbol que está cerca.

No decimos nada, pero estamos atentos.

La observamos subir unos pasos, detenerse y acomodarse en la corteza.

Deben pasar varios minutos así, prácticamente sin cambios, hasta que el ángulo en que llega la luz lleva a la lagartija a moverse hacia el lado del tronco que no podemos ver, desde nuestro sitio.

Igualmente, seguimos observando el árbol, como si este fuera transparente y ella todavía estuviese a la vista.

-¿Sabemos que está ahí, cierto? –me preguntan en voz baja.

-Debiese estar ahí, al menos –digo yo.

Luego nos quedamos en silencio, aunque seguimos atentos.

-¿Qué hará cuando no hay sol? –me preguntan ahora.

Yo estoy por responder que siempre hay sol, pero al final confieso que no sé.

-Tal vez duerma –digo-. O busque refugio.

-¿Refugio?

-Claro… Para protegerse de los depredadores, supongo…

Otro silencio.

-Una vez leí que en los espacios urbanos las lagartijas grandes se comen a las más pequeñas –comento.

No me responden.

Poco después, la luz del sol, cesó.

domingo, 9 de noviembre de 2025

No tenía rojo.


Mira, lo que pasó, en resumen, es que no tenía rojo. O sea, pensó que le quedaba un tubo, pero cuando lo fue a usar descubrió que se había secado. Claro… eso fue lo que le dije, pero ella insistió en terminarlo y dijo que estuviese tranquilo, que de igual forma quedaría bien. Que se las iba a arreglar así. Sí, es cierto, eso pensé… pero al final no mezcló nada. Se lo sugerí incluso, pero era obvio que ella sabía bien qué hacía. Además, no se notaba bien el avance y ella cambiaba un poco el ángulo y yo no podía invadir más. Claro… invadir. O sea, son palabras suyas, pero igualmente me sentía así… Es obvio, no no tengo idea de eso y me meto a opinar y preguntar y hasta intentar dirigir… Sí, era mi tarea, pero intimidándola o por la fuerza no iba a lograr nada. Se notaba al mirarla. Claro, estoy seguro… Tú también lo habrías visto, de hecho. O sea, dabas un paso y el pincel se detenía. O sus movimientos se volvían más bruscos y pensabas que aquello se iba a dañar irreversiblemente. Sí, si no está mal, en todo caso. Es más que nada un reemplazo del rojo y las figuras no tienen detalle, pero se entiende bien. Es como alquitrán en vez de sangre, pero da una buena sensación al verlo. Sí, ella mismo dijo que estaba terminado y que no haría nada más. No con esas palabras, claro, pero se le entendía claro. Además le volvieron los temblores esos así que aunque hubiese querido… ¿qué…? Claro, temblores. Vómitos y temblores en realidad. Luego se tensa y se le aprieta la mandíbula. Suena incluso, cuando se le aprieta. Sí, eso hice. La voy a dejar donde siempre así que ahí la vigilamos. La pintura la envuelvo y te la llevo yo mismo, a todo esto. Sí… Igual no se nota lo que es, así que no hay problema. Claro… un par de horas yo creo. Voy a limpiar después. De acuerdo… Nos vemos más tarde.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Personas que se ven borrosas.


No soy yo. O sea, no está en mí ese defecto. Lo que pasa simplemente es que hay personas que se ven borrosas. Borrosas por ellas mismas, quiero decir. No todo el tiempo, eso puedo admitirlo, pero también puedo asegurar que tienen tendencia a verse borrosas. Más borrosas que otras, al menos. Podemos por ejemplo ponerlas en grupo y alejarlas de a poco y te aseguro que ellas serán las primeras en verse borrosas. Si no me creen pueden ustedes hacer la prueba. Fuercen un poco la vista, desenfoquen con cuidado y ya verán que son ellas quienes se borronean primero. Yo lo he comprobado y puedo asegurar que es cierto. Siempre son las mismas. Incluso de espaldas esas personan se ven borrosas. O con máscaras. También con ropas distintas o en distinta ubicación. Pueden creerme. He hecho experimentos para ir descartando cada una de esas variables. Y claro, no les digo nada a las personas que observo. O no les doy detalles más bien. Les digo que es para un estudio de campo, simplemente, y no les doy detalles. Puede que se sientan mal, pienso, si descubren que se ven borrosas. Yo al menos, me sentiría así. También hay personas que se empañan y otras a las que se les desdibujan los márgenes, pero yo me intereso más en las borrosas. Son mi objeto de estudio, digamos. O quienes captan mi interés. De hecho, sueño con reunirlas a todas un día a ver qué pasa. Literalmente, me refiero, ver qué pasa. Qué significan, todas juntas. Y comprender aquello, que quieren revelar.

viernes, 7 de noviembre de 2025

Los lugares en la mesa.



Cuelgan los brazos, porque pesan.

No se caen porque van sujetos a los hombros.

La columna nos mantiene erguidos y las piernas vienen a soportar el peso de casi todo lo demás.

Es simple, si te fijas.

Aunque bien sabemos que falta algo.

Y de ese, me han dicho, es preferible no hablar.



El primero que me lo dijo fue un abuelo.

Lo encontré caído en el piso un día que iba a la feria.

Era como un fruto que hubiese caído de un árbol.

Como había caído de frente se había quebrado la nariz y no dejaba de sangrar.

Uno tiende a venirse abajo, fue lo que me dijo, cuando lo subían a la ambulancia.

Uno se resiste, casi siempre, pero ya ves.



Esa misma tarde, recuerdo, nos sentamos a la mesa en casa de mis padres.

Creo que uno de la familia cumplía años, o algo así.

Cada uno en el puesto de siempre, sin dudarlo en lo más mínimo.

Mientras comía, me di cuenta que en la manga de mi camisa tenía manchas de sangre.

Del hombre que había caído, un poco más temprano.

Pensé que debía contar aquello como una anécdota, pero luego decidí que no.

Observé a todos, recuerdo, mientras decidía.

Igual no hay significado especial en esa historia, me dije.

Luego, solo por joder, intenté cambiarme de lugar.

jueves, 6 de noviembre de 2025

No quedan ovejas, me dijo.


I.

No quedan ovejas, me dijo.

Algunos creen que lo son, pero lo cierto es que no quedan.

Míralos bien…

Todos somos lobos.

La mayoría venidos a menos, es cierto, pero lobos, al fin y al cabo.

Lobos que se desconocen, incluso, y cuya misma naturaleza ha comenzado a venirse abajo.

Y es que nada hay que cazar, después de todo.

Solo hay lobos.

Disgregados y sin horizonte claro, pero lobos.

Míralos bien.


II.

Prácticamente no hay lobos orgullosos de ser lobos.

No quedan de esos, quiero decir.

No hay orgullo alguno de andar sobre las piedras rebuscando algo.

A veces, es cierto, de puro aburrimiento hay cambio de roles.

Y uno de los lobos acepta el juego y se deja dar alcance.

Por lo general son lobos viejos, y su carne es amarga.

Y la mayoría de ella queda simplemente ahí, sobre las piedras.


III.

No es solo que no queden ovejas, dice ahora.

A veces hasta pongo en duda que estas hayan existido alguna vez.

Míralos bien.

Tal vez había más hambre simplemente, y las reglas del juego fueron otras.

Pero los tiempos cambian, claro.

Y llegamos así al hoy, en el que a nadie ya le importa aquel juego.

Miles de millones e incluso así estamos en peligro de extinción.

Puede verse en los ojos.

Y es que todos somos lobos, pero nadie quiere serlo, realmente.

O casi nadie.

Míralos bien.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Puede ser.


No es que salgan en la noche, pero puede ser. O sea, no sabes si salen, en el fondo, si está oscuro. No hablo de ratas, en todo caso. Ni tampoco de bichos grandes. O más bien, no hablo de cosas que hagan ruido. Nada que puedas oír, en medio de la noche. Hablo de arañas, por ejemplo. Arañas o algún otro bicho pequeño que se arrastre, sin sonar. Cosas que puedan estar ahí reuniéndose y paseando a su gusto en medio de la oscuridad sin que lo sepas. Rodeándote incluso, como a la espera de algo que recién ahora me acerco a comprender. Porque no es que esperen algo de ellas mismas. Es decir, no pienso que esperen atacar ni tampoco que sean carroñeras y estén esperando nuestro propio desenlace. Tal vez en principio podía, hasta cierto punto, creerlo así. Pero ya no. Hoy mis hipótesis apuntan a que esperan algo distinto. Algo previo a sus propias acciones o a las acciones de otro. Una noche más larga, por ejemplo. Un momento en el que estén seguras que la oscuridad haya dejado de ser pasajera y se ha quedado ahí, estancada. Igual como la tierra sabe que ocurre con el agua, cuando se forma un charco. Esa agua ya no va a moverse, debe pensar la tierra. Pues bien, eso mismo pienso yo que esperan esas arañas en medio de la noche. Una señal que las haga sentir seguras. Listas para aquello que decidan porque el mundo ha aceptado de pronto que ya no serán vistas. De cualquier forma, les recuerdo que digo arañas, solo como ejemplo. No es que vayan a ser específicamente ellas, me refiero, pero puede ser. Nadie va a negarlo, al menos.

martes, 4 de noviembre de 2025

No sé a quién.


No sé a quién, sinceramente, pero el punto es que a alguien se le ocurrió decir que Heráclides Póntico había postulado que algunos planetas (Marte y Venus, según recuerdo) giraban en torno al sol; y que el sol, luego, giraba en torno a la Tierra. Todo esto –aclaro-, varios años antes que Aristarco de Samos desarrollase las primeras ideas reconocidas actualmente como heliocentristas, según el consenso general.

Ahora, respecto a la propuesta de Heráclides Póntico, creo incluso haber leído sobre la existencia de unos cálculos que servían para validar, casi a la perfección, esa supuesta teoría.

Otra cosa que leí, por cierto, es que esos cálculos, reconocían como elíptica la forma en que giraban esos cuerpos, allá en la altura.

-¿Cuentas esto para quitarle culpas a Copérnico? -preguntaron, cuando me tocó hablar de aquel asunto.

-No –contesté-. Copérnico debe cargar con sus culpas, aunque en el fondo creo que son otras.

-¿Otras? –me cuestionaron.

-Sí –dije ahora-. Falta de evidencias, por ejemplo. Aunque si soy sincero creo que lo más grave fue algo que no quedó escrito… Además de su intención, claro.

Como lo anterior lo dije con seguridad, no agregaron –esta vez-, nada más.

-Igual no sé bien de qué sirve todo esto –comenté entonces-, salvo para recordar nuestra molestia con Copérnico.

-Es cierto –comentaron.

A lo lejos, justo entonces, un perro comenzó a ladrar.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Papeleo.


-Es por el papeleo –me dijo-. Siempre es por el papeleo.

-¿Qué papeleo? –le pregunté.

-Pues el papeleo, ¿cómo es que no entiendes? –lanzó, molesta.

Yo guardé silencio.

La observé.

Ella me miraba, con expresión de fastidio.

-¿No vas a decir nada? –dijo entonces-. ¿Vas a decir que no entiendes de qué hablamos?

Juro que quería entender de qué hablaba, pero no podía.

O sea, sé a qué nos referimos con aquello del problema del papeleo, pero no entendía de que hablaba, en particular.

Quise explicárselo, pero no sabía cómo decírselo sin que se molestase todavía más.

-¿Y…? –insistió-. ¿No vas a decir nada?

Ante la insistencia, me decidí por fingir seguridad.

-Tienes razón –le dije-. Siempre es por el papeleo. Papeleo de mierda…

-¿Por qué de mierda? –me interrumpió, todavía molesta.

Intenté improvisar.

-Ya sabes… -dije-. Digamos que es por acumulación. Papeleo más papeleo más papeleo es igual, bueno, a un montón de papeleos y luego un montón de esto, pues bueno… suele ser una mierda… y claro, más aún cuando no podemos ponernos de acuerdo y terminamos molestos por culpa del papeleo ese…

-¿Y el culpable de la molestia es el papeleo, dices tú? –me preguntó ahora.

Busqué su mirada antes de responder. Quería adivinar si quería que le respondiese afirmativa o negativamente. Al final no me decidí.

-Sí y no –le dije, para asegurar-. Pero es más o menos como tú crees. Aunque claro, el papeleo no suele venir solo…

-Es cierto –dijo ella, luego de una pausa. Parecía más calmada-. Cada papel que forma parte del papeleo está lleno de palabras…

-Es cierto –dije yo.

Ella hizo una pausa. Parecía reflexionar sobre lo que hablábamos.

-Entonces son las palabras… –dijo entonces, como si pensase en voz alta-. No es el papeleo sino las palabras.

Yo asentí.

Nos miramos.

-No perdamos tiempo –dijo entonces, poniéndose de pie.

Y claro, yo no comprendí del todo, pero también lo hice.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Una lanza.


Hice una lanza.

Aún sin saber dónde clavarla, hice una lanza.

Detallaría los pasos, pero supongo que no hay para qué.

Así y todo, saqué fotos mientras la hacía, por si había necesidad de repetir el proceso.

Tras mirarlas, debo reconocer que solo en las últimas imágenes, parece realmente una lanza.

Y recién entonces, si la miras, comienzas a preguntarte el principal para qué.

Yo mismo, si soy sincero, me lo pregunté recién en ese entonces.

Cuando terminé de fabricarla, me refiero.

O más preciso aún: cuando la empuñé y observé la punta y el filo.

Y es que fue entonces cuando descubrí que la carne que debía ser herida no estaba a mi misma altura.

Y practiqué golpes en diagonal, cada día, apuntando siempre hacia lo alto.

No con verdadero ahínco, lo reconozco, pero la técnica igualmente mejoró a base de repeticiones.

Tanto mejoró que un día, mientras practicaba, sentí que la punta de la lanza había desgarrado algo.

Asustado, retiré la lanza rápidamente, y cerré instintivamente los ojos, para no enterarme de aquello que había herido.

No hay grito, pensé, pero sabía que el daño estaba hecho.

Luego, en vez de soltarla, mis manos se aferraron más fuerte a la lanza.

Sé lo que hago, pero no para qué, dije entonces, todavía sin abrir los ojos.

Y supe que era tarde, sin duda, para fingir inocencia.

O algo así.

sábado, 1 de noviembre de 2025

Ocurre simplemente que las cosas cambian.



No sé por qué te asustas.

No quisiera provocar eso, quiero decir.

Ocurre simplemente que las cosas cambian.

No hablo de desgaste ni nada triste.

O no triste, al menos, de esa forma.

Por ejemplo, el otro día me contaron una historia.

No sé bien por qué ni recuerdo siquiera quién me la contó.

Pero extrañamente recuerdo la historia.

O creo que la recuerdo, más bien.

Ocurría en ella que un hombre estaba en un lugar donde otros cazaban fieras.

Una especie de safari, imagínate.

El hombre iba por otras razones, ciertamente, pero había otros que cazaban fieras.

Y claro, para no ser cazadas, las fieras huyen.

Y huyendo, en medio de la confusión, a veces esas fieras también atacan.

Cómo sea…

El resumen de la historia es que al hombre ese lo atacó una fiera,

Una fiera a la que perseguían otros, quiero decir.

Ni siquiera la vio venir, lo sorprendió simplemente y entonces la fiera le dio muerte.

Esa es la historia, más o menos.

Ahora, trata de pensarla dejando de lado lo terrible.

Lo terrible que dicen que es la muerte, quiero decir.

¿Lo ves?

Ese es el ejemplo, que quería mostrarte.

El ejemplo que viene a explicar, de cierta forma, la manera en que digo yo que las cosas cambian.

No da para asustarse, si te fijas.

Acá no hay fieras ni ataques equivocados.

Acá las fieras van por su presa, directamente, y cada cuál conoce su rol.

Y nada hay menos triste, que saber aquello.

viernes, 31 de octubre de 2025

Un incendio como dios manda.



Nadie sabe dónde comenzó el fuego.

Muchos lo sospechan, es cierto, pero no dicen más.

Me refiero a que cuando pidieron testimonios solo dieron impresiones vagas.

Referencias a las llamas, al humo, a la propagación rápida del fuego...

Y al calor que se sentía en el lugar.

En definitiva, ninguno de ellos aportó datos concretos.

Hablaron, digamos, sin caer en complicaciones.

Sin exponerse ni acercarse al origen de las llamas.

Desde la comodidad de lo evidente, quiero decir.

Desde ahí hablaron.

Hablaron y otros, en tanto tomaron notas.

Pliegos y pliegos de testimonios que decían lo mismo que podía verse.

¡Qué inutilidad…!

No hay necesidad de las palabras cuando lo que dicen puede verse.

Es casi una burla –debió decirles alguien-, expresarse así.

Un riesgo innecesario, incluso, si pensamos en el material en que esas palabras fueron transcritas.

Alimento para el fuego, nada más.

O ni siquiera alimento, posible origen tal vez, aunque nadie se atrevió a decirlo.

Se mostraron ignorantes cuando les pidieron opiniones.

Levantaron los hombres y guardaron silencio.

Se mostraron incapaces de formular hipótesis para explicar el origen de aquello.

Así, ocurrió que mintieron descaradamente, diciendo que no lo vieron venir.

Y es que todos saben cómo comenzó el fuego.

O lo sospechan, al menos, y hasta saben por qué.

Así no más ocurren las cosas, dijeron algunos. No hay que darle vueltas.

Un incendio, en definitiva, como dios manda.

jueves, 30 de octubre de 2025

Lavar la ropa limpia.



No sé por qué lo hace, me digo, mientras la observo. No sé qué obtiene de todo esto, pero supongo que detrás hay algo que no entiendo. Lo que hace, por cierto, es lavar la ropa limpia. Primero no sabía que esa ropa estaba limpia, pero luego me fijé bien. Fui a investigar incluso y logré comprobarlo a ciencia cierta. Ella está lavando la ropa limpia, me dije. Por lo general lo hacía por la noche. Unas cuantas prendas, cada vez. Las sacaba directamente de unos cajones o las descolgaba del clóset. Pocas cada vez, es cierto, pero era una constante. Una constante que formaba parte de otro orden. De día, los fines de semana, lavaba la ropa sucia. De noche, varios días a la semana, lavaba la ropa limpia. Colgaba todo en los mismos lugares, observé. El proceso de lavado, también, era siempre el mismo. No hace diferencias entre roa sucia y ropa limpia, pensé, intentando buscarle un significado. Sin encontrarle, por supuesto. Así, como la situación continuaba y me seguía inquietando, pensé en encararla directamente. De buena forma, claro, pero no dejándole posibilidad de que pusiera en duda mis observaciones, pues era una experta en eso. Entonces dejé pasar unos días y de pronto lo hice. Mientras ella lavaba la ropa limpia, lo hice. Dirigí mi voz y le pregunté por qué. Ella buscó el origen de la voz y al parecer no la encontró. O fingió no hacerlo, al menos. Quién eres tú, me dijo. Qué te da derecho a preguntarme lo que hago. Yo lo pensé un poco y busqué qué podía contestarle. Qué podía decirle, me refiero, sin asustarla. Estás haciendo mi trabajo, le dije, por fin. Quiero saber qué significa.

miércoles, 29 de octubre de 2025

Bajo el hielo, el agua.



I.

Bajo el hielo, agua, me dijo.

Y luego, bajo el agua, más hielo.

Movía las manos, mientras me explicaba.

Como un sándwich de hielo relleno de agua, agregó, sonriendo.

Yo asentí.

Ni siquiera sabía de qué hablaba, pero asentí.

Él se percató, al parecer.

Se percató que no entendía, quiero decir.

No te preocupes, me dijo.

Luego me palmeó la espalda, como si me diese ánimos.

Igual entenderlo no sirve de nada.


II.

Siempre llegaba con cosas así.

Explicando cosas extrañas, me refiero.

Ni siquiera hablaba bien español, pero supongo que se hacía entender.

No comprender, necesariamente, pero sí entender.

Eso le dije una vez, luego de una de sus clases.

Entiendo lo que dices, fue lo que le dije.

Palabra por palabra, pero nada más.


III.

¿Sabes qué son?, me preguntó una vez.

Él hablaba de las palabras, por cierto.

¿Qué crees que son?, repitió.

¿Son hielo o son agua?

Yo lo pensé un poco, pero no me decidí.

O no de forma segura, al menos.

Son hielo, le dije, luego de un rato.

Planchas de hielo, probablemente.

Él me miró extrañado.

En silencio.

No puedes sostenerlas, porque te dañas las manos, le dije.

Es cierto, señaló.

Y tampoco es que sepas bien para qué sirven.

Yo asentí.

Bajo el hielo, el agua, dijo ahora.

Y luego, lentamente, dijo un par de cosas más.

martes, 28 de octubre de 2025

En la mesa, junto a los otros.


Estás ahí, en la mesa, junto a los otros. Todo es amable, o al menos así lo parece. Amable, es cierto, aunque algo extraño. Ellos hablan de cosas que no recuerdas. Por ejemplo, nombres que te suenan a algo, pero no sabes a qué. De igual forma no es del todo incómodo, te dices. O no lo suficiente como para irte del lugar, al menos. Además, tampoco es que tengas muy claro hacia dónde irte. Mientras piensas esto asientes a lo que dicen. Incluso te escuchas dar una opinión intrascendente sobre algo que de inmediato no recuerdas. Así, intentando recordar, te fijas ahora en la mesa. No ya en los rostros de los otros, pues era demasiado invasivo. Observas los platos. También los servicios y las copas. Lo único extraño que notas es que los cuchillos son distintos. Casi preguntas, sobre aquello, pero al final decides que no. Entonces se acerca alguien y retira tu plato. Ni siquiera recuerdas si has comido. Al parecer sí, pues había restos de comida, en el plato. Luego otro se acerca a tu copa y comienza a llenarla. Haces un gesto para que se detenga, pero ya la ha servido. Incluso le dices que no bebes, pero él la deja ahí. Frente a ti. Y claro, tú la observas durante tiempo que ya no sabes. Sopla el viento, eso sí. Lo percibes. Alguien habla, más allá. Se coagula el vino en la copa.

lunes, 27 de octubre de 2025

Niños que comen pegamento.



Leí una noticia, una vez, sobre un estudio que indicaba el porcentaje de niños que alguna vez habían comido pegamento.

Ahora no recuerdo la cifra exacta, si soy sincero, pero sé que era un número altísimo.

Más de la mitad de los niños, por lo menos.

El dato que más me sorprendió, sin embargo, no fue la cifra anterior, sino que prácticamente la totalidad de los niños que habían comido pegamento, sabían exactamente lo que hacían.

Es decir, no comieron pegamento pensando que se trataba de algún tipo de dulce o alimento, sino que sabían perfectamente de qué tipo de sustancia se trataba, y cuál era su verdadera función, cuando lo ingirieron.

Ahora, dejando de lado la idea de los niños de ir en contra de la prohibición y de probar la toxicidad y jugar con el riesgo de todo aquello, me queda la sensación de que en esas cifras debe haber algo más.

Algo más que espera a ser revelado, me refiero.

No hablo necesariamente de algo turbio, ni que venga a revelar la naturaleza oscura de los niños… pero algo debe haber, sin duda.

Una vez que conversé del tema alguien habló, por ejemplo, de la necesidad de los niños de combatir el miedo de no disgregarse o desarmarse, pegándose por dentro.

Y sí, sé que eso es algo que no suena muy cuerdo, pero tampoco lo es el hecho central que se busca interpretar.

“Tal vez la mesa está coja de tres patas”, creo que dice un dicho húngaro, que podría aplicarse a situaciones como esta.

O tal vez –quien sabe-, es solo un dicho que me he propuesto inventar.

domingo, 26 de octubre de 2025

Morir joven no es un mérito.



Morir joven no es un mérito.

No te salva de nada, quiero decir.

No alcanza a evitar la corrupción ni el desgaste, como algunos creen.

En el mejor de los casos no alcanzas a ser testigo de aquello, nada más.

Testigo consciente, me refiero.

Por eso no es un mérito.



Una vez se lo dije a alguien de esta misma forma, y se molestó.

Ni siquiera era joven, y se molestó.

Era una mujer mayor que tenía de mascota a una cucaracha grande.

Una cucaracha de Madagascar, creo que era.

Ya era tarde para ella, pero insistía en ver aquello que en su caso no ocurrió, como una especie de salvación que no tuvo.

Como un tren, digamos, que dejó pasar.

O bajo el cual no se arrojó a tiempo.



De igual forma, lo importante aquí es dejar en claro que morir joven no es mérito.

Poco importa la mujer esa de la que te hablaba o cualquiera que no quiera entrar en razón.

Igual tendrás esa cucaracha hasta que se muera, le dije.

Y nadie sabrá si es temprano o tarde para su muerte.

O si eso marcó alguna diferencia.

Ella me observó, molesta.

Tenía la cucaracha en una de sus manos cuando me observó.

La mujer no dijo nada, según recuerdo, pero la cucaracha comenzó a silbar.

Luego, por supuesto, dejó de hacerlo.

sábado, 25 de octubre de 2025

Algo así como trompos.


Soñó que éramos algo así como trompos. No recuerda bien la forma no razón específica pero el punto es que girábamos. Todos girábamos. Nadie de forma especial ni tampoco por voluntad propia, me intentó explicar. Era algo que ocurría, simplemente. Un hecho, recuerdo que dijo. Un hecho, pero en un sueño. Entonces, como no entendí muy bien, le pregunté si el girar del sueño era algo así como un castigo. Como una condena que sufríamos todos que nos obligaba a estar girando, le pregunté. Mientras escuchaba movía la cabeza dando a entender que no. Se rio incluso, cuando se lo dije. Como si solo fuese una tontería y yo me lo tomara muy en serio. Eso me incomodó, por cierto, y me expresión debe haber dado cuenta de aquello. No se trataba de algo grave, dijo ahora, como si se disculpase. Lo que te digo que ocurría no era un impedimento para otras cosas. Girábamos mientras vivíamos, nada más. Y en este sentido era más una revelación que un cambio. Ya sabes… era como descubrir que todas las personas del mundo girábamos sobre algo. Y no sobre algo único ni común, sino algo que estaba en cada uno de nosotros. Una especie de eje propio. Ejes distintos cada uno y levemente inclinados. Ya sabes… Hizo una pausa tras decir esto. Luego, como yo seguía con la misma expresión, volvió a hablar. Un giro constante e imperfecto, dijo ahora, como si se intentase llegar a una conclusión. Imperceptible desde la vida que lleva cada uno, pero un hecho real, al fin y al cabo. Guardó silencio luego de esto. Yo también, pero me vi obligado a asentir luego de un rato. Igual es solo un sueño, comenté, para quitarle gravedad a todo aquello. Exacto, me dijo. Solo un sueño.

viernes, 24 de octubre de 2025

Un concurso de dobles.


I.

Ganó un concurso de dobles porque se parecía a Sadam Husein.

Ni él mismo se había dado cuenta hasta que un compañero de trabajo se lo dijo y lo convenció de participar.

Era un concurso que se hacía en medio de una celebración de empresas, y que daba como premio un pasaje doble a una playa en Brasil.

Así que, como él ganó, le regalaron los pasajes, que incluían una estadía en un pequeño hotel de la región.

Inscribió a su esposa, por cierto, para ir a aquel viaje.

Ella se alegró cuando él le contó.


II.

Desde que ganó el concurso, los compañeros comenzaron a molestarlo.

Además de decirle Sadam todo el tiempo, comenzaron a imprimir imágenes y dejárselas en distintos sitios.

Se trataba mayormente de imágenes de la captura de Sadam, algunas de su juicio y, por supuesto, de su ahorcamiento.

Al encontrarlas, si bien reía en un inicio, comenzó a incomodarse por lo mucho que se parecía.

Y es que era como verse a sí mismo maniatado, encarcelado y ahorcado, le explicó a su esposa.

-Pero tú no eres Sadam –le dijo ella, intentando calmarlo.

Pero él no se calmó.


III.

Se descontroló más o menos una semana antes del viaje.

Justo en el momento en que algunos de sus compañeros lo tomaron por la fuerza y comenzaban a afeitarlo, tal como otros habían hecho con Sadam.

Fue entonces que él forcejó y tomó la navaja con que lo afeitaban fuertemente por el filo.

Así, terminó haciéndose un corte muy profundo en una de sus manos.

-¿Crees que la herida dificulte lo del viaje? –le dijo esa noche su esposa, cuando lo recogió en el hospital.

Él no le respondió.

-Concurso y la conchetumadre… -fue lo único que dijo.

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