viernes, 5 de septiembre de 2025

Expulsar a Larsen.



Encuentro unas notas en un viejo libro de Onetti.

Descifro la letra, no el sentido.

Transcribo:


*

Expulsar a Larsen no es lo mismo que decidir expulsar a Larsen.

Y no digo expulsarlo de un pueblo, que eso me parece relativamente fácil.

Yo hablo más bien de otras zonas, desde donde expulsar no es una decisión sencilla.

Como cuando te piden no pensar en X y uno justamente piensa en X.

Aunque en este caso “pensar en Larsen”, no es una opción.

No es una opción, en lo absoluto.


*

La intensidad de la indignación de Larsen.

O más bien, la de uno mismo.

Me refiero a que Larsen –supuestamente-, domina la intensidad de la indignación que considera apropiado sentir.

Afortunado (y embustero) Larsen.

Una vez, pienso ahora, yo me enterré tres espinas en una mano mientras desmalezaba un lugar.

Con unas pinzas, más tardes, me quité dos.

Y maldije al cielo.


*

“Nosotros los pobres”, piensa Larsen.

¿Pobres de qué?, digo yo.

Bajo él, una baldosa hueca hace un ruido extraño.

Imperceptible, sin embargo, para el que arrastra los pies.

Y es que uno debiese cargar sus pequeños triunfos.

Llevarlos colgados a todos lados, no importa para qué.

No para que los vean, en todo caso, sino para caer, de pronto, ante su propio peso.

Gastado, sucio y pequeñísimo peso.

¿Pobres de qué?, repito.

jueves, 4 de septiembre de 2025

No se disipó, la niebla.



No se disipó, la niebla.

O sea, a la mayoría nos pareció que sí, en un principio, pero realmente no se disipó.

Lo supe porque escuché a varios expertos hablar de ello y exponer una serie de pruebas que así lo confirmaban.

Dudé en un inicio, pues me parecía ver de lo más bien, y hasta recordaba el periodo de la niebla como un tiempo confuso, distinto… pero luego los expertos me convencieron.

-Lo que pasa es que uno se acostumbra –me dijeron-, y el ojo se adapta a la niebla del mismo modo como se adapta el oído cuando hay un ruido molesto o como se adapta el olfato ante algún olor demasiado notorio o desagradable… lo dejamos de ver, de escuchar, de oler…

Esto me lo dijeron, por cierto, de manera personal, luego de varias conferencias en que los expertos notaron mi presencia y adivinaron –supongo-, mi desconfianza.

Yo me limitaba a hacer preguntas breves, ligeramente técnicas luego de un tiempo, y tomaba apuntes en un cuaderno, de forma arcaica, es cierto, lo que debe haber llamado su atención.

Así, ocurrió que fueron ellos los que comenzaron a preguntarme quién era yo, y cuáles eran mis estudios y motivaciones para asistir a esas charlas de manera tan asidua.

Yo, sin embargo, me negué a contestarles –no con la verdad, al menos-, y evadí sus preguntas buscando analogías con la niebla y otros fenómenos, que nos llevaban a comportarnos de forma similar.

-Dejarán de verme en poco tiempo –les dije-, ya falta poco…

Y ellos, ciertamente, aceptaron que tenía razón.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Como ejercicio mental.



I.
Como ejercicio mental le dijeron que pensara en la nieve. En momentos específicos del día le dijeron que pensara en la nieve. Que intentara bloquear cualquier otro pensamiento o, si le costaba ignorarlo, cubrirlo de nieve. Hacer que todo quede abajo y pensarlo de esa forma. Fijándose ahora en la superficie blanca y homogénea que debía cubrirlo todo. Que no observes más que nieve cuando gires sobre ti mismo, le dijeron. Y así lo hizo.


II.
Seis meses pensando en la nieve, hueón. Seis meses intentando que todo se viera como me decían. Ayudado por pastillas, claro, porque si no, no podía. Terapia culiá. Te juro que intentaba que quedara parejito. Costaba más que la mierda… Y es que no era solo imaginar nieve, sino hacer que nevara sobre las cosas y luego que todo quedara limpio. Que no se asomara ni una hueá. Daba lo mismo la altura de las cosas, había que taparlas. Cubrirse con una sábana que además tiene que quedar perfecta. Una mierda la hueá. Nieve y la conchetumadre.


III.
Cuando dejó la terapia explicó sus razones. Ordenadamente esa vez. Dijo que tarde o temprano la nieve se derretirían y las cosas volverían a aparecer. No más limpias ni mejores, sino como eran, simplemente, antes de la nieve. Y esta última, por si fuera poco, se convertiría en agua sucia. Y claro, escucharon sus razones. Observó cómo las anotaban. Incluso recibió felicitaciones. Le dijeron que había dado un paso adelante y que el ejercicio mental había sido un éxito. Ahora pasaremos al siguiente paso, le dijeron. Escuche:

martes, 2 de septiembre de 2025

Como banderas sin viento.



No exageres. Al final las cosas suelen ser así. Más simples, me refiero. Más naturales. Como banderas sin viento, quiero decir. Es simple, si lo piensas. O común, al menos, si lo observas con calma. Sí, como banderas sin viento… Lo digo como algo que está bien. Después de todo, la mayoría de las veces es así. No habría que quejarse por ello. Y tampoco molestarse o lamentarse en lo absoluto. Puedes hacerlo, no lo niego, pero es algo que no conduce a nada. Un intento absurdo de reclamar por un problema que no existe. O que identificaste mal, si lo prefieres. Ya es tiempo de cortar con este asunto. La vida casi nunca se escribe con mayúsculas. Debes abrirte a oírlo y aceptarlo: tus sueños y expectativas suelen construirse sobre el exceso. La felicidad misma es una exageración. Y hasta la idea de la voluntad propia es un invento. El mundo no suele ser así. El universo, si lo observas, no se comporta de esa forma. Pero claro, es más fácil engañarse y decir que lo hacemos por las razones correctas. Vivir en medio de gritos. De luces breves. De edulcorantes. Jurarles lealtad a banderas que, salvo excepciones, no flamean. Y que es evidente, además, que nada significan. No exageres, te digo. Es así.

lunes, 1 de septiembre de 2025

Hablando del ruido.


Estaba en medio de la multitud, haciendo algo.

Por lo mismo, intentaba no prestar atención a nada en lo absoluto cuando un tipo extraño se acercó a hablarme.

-¿Usted me está hablando del ruido social? –me preguntó.

-¿Yo qué?

-Le pregunto si usted me está hablando del ruido social –repitió, alzando la voz.

-No –le dije-. De hecho, ni siquiera le estaba hablando.

Nos quedamos en silencio.

En silencio, aunque en medio del ruido.

-Tal vez usted debería hablarme de eso –dijo ahora.

-¿Hablarle de qué? –pregunté.

-Del ruido social, claro –contestó, como si fuese lo más obvio.

Dejé pasar un rato, intentando que se aburriera y se fuera del lugar.

No lo hizo.

-Si le molesta hablar aquí podemos movernos a algún otro sitio –dijo-. Menos ruidoso…

-No es necesario –repliqué-. No tengo nada que hablar con usted.

Él se mostró extrañado, y me miró de arriba abajo, como si quisiera burlarme de él.

-Pero si fue usted mismo quien comenzó a hablarme y sacó el tema –señaló, molesto.

-Probablemente usted me confundió con alguien… -le dije-. En medio de este bullicio y toda esta gente es fácil que ocurra.

Tras terminar de escucharme volvió a mirarme, visiblemente molesto.

-¡Cobarde! –gritó.

Fingí no escucharlo.

No era difícil porque las otras voces del lugar apenas dejaban oírlo.

-¡Cobarde! –volvió a gritar.

Yo asentí, sonriendo y alejándome de donde él se encontraba.

A medida que lo hacía, observé que él seguía gritándome, pero esta vez, realmente, ya no lo escuchaba.

domingo, 31 de agosto de 2025

No sabes dónde.


“El azar del retorno”
A. S.

I.
No sabes dónde. Que retornas sabes, pero nada más. Lo sientes así desde hace un tiempo. Es más que una intuición, dices, y probablemente sea cierto. Después de todo yo también, a veces, lo siento así. Y claro, como a fin de cuentas percibes que es por azar, intentas no estresarte. No aferrarte a nada, dices tú. No buscar caminos ni señales en el camino. O eso al menos, según recuerdo, me intentaste explicar alguna vez. El azar del retorno, decías, mientras leías a la Storni, y explicabas. Sí… casi siempre leías a la Storni. Y yo, si soy sincero, estoy de acuerdo.


II.
Antes, me contaste, no era así. No era así porque no estabas, todavía, regresando. No lo sabías entonces, por supuesto, pero ahora lo interpretas de esa forma. Y hasta distingues el momento exacto en que comenzó el retorno. No el azar, que ese ya estaba desde antes. Desde siempre, incluso, creo yo. ¿Recuerdas que decíamos que en el principio no fue el verbo sino el azar? Probablemente lo decíamos bromeando, pero usábamos esa frase como conclusión de algunas situaciones. Entendíamos lo que decíamos en ese entonces. Luego dejamos de hacerlo y ahora, lejos, creo que coincidimos otra vez.

No sabes dónde.

sábado, 30 de agosto de 2025

El precio de...


Sueño que voy a una de esas tiendas de empeño, como la de los programas de tv en las que intentan obtener un buen precio a partir de un artículo extraño, o históricamente importante.

-Hola, Vian, ¿qué es lo que traes esta vez? –me preguntan.

Yo no recordaba haber ido antes pero sigo el juego, contestando cordial pues supongo que en algún sitio alguien está filmando todo esto.

Incluso escondo un poco la panza, por si acaso.

-Es una caja antigua –le digo-, pero lo importante es lo que está dentro.

El encargado abre entonces la caja, con cuidado, sin mostrar a la supuesta cámara (ni a mí) lo que hay en su interior.

-Esto es realmente sorprendente… -exclama-, ¿pero, qué es?

-Es un pedazo de Dios –contesto, sin siquiera pensarlo.

-¿Un pedazo de Dios? –pregunta-, ¿y dónde lo conseguiste? ¿no se lo habrás arrancado tú mismo, cierto?

El encargado ríe y yo también, aunque con menos ganas.

-¿Y cuánto quieres obtener por él? –pregunta ahora.

-Sinceramente no sé –confieso-, estaba pensando en unos cuantos miles de dólares, pero en realidad no tengo referencias, así que esperaba que llamases a uno de tus expertos y entonces negociar…

-¿No sabes qué pedazo es o a qué Dios pertenecía, al menos?

Yo niego con la cabeza.

-Pues está bien –señala-. Llamaré a un experto para que nos pueda ayudar.

Poco después veo aparecer a un tipo barbón, que habla con la voz de Don Cangrejo.

Observa la caja de madera y mira dentro, luego me mira asombrado y me pregunta:

-¿Cuánto estás dispuesto a pagar para que nos deshagamos de esto?

Espero que ría, pero no lo hace.

Yo entonces busco en mis bolsillos y cuento lo que hay dentro.

Luego de un rato respondo:


(*Final en parte 2)

viernes, 29 de agosto de 2025

Úteros.


*
Leí una vez que los médicos griegos –médicos griegos de la antigüedad, por supuesto-, creían que el útero era un animal dentro de otro animal. Y que ese animal –el interno, ciertamente-, producía algo así como humos tóxicos, los que a su vez originaban diversas consecuencias en el otro animal –el externo-, quien era incapaz de manejarlo.


*
Estas creencias, asimismo, se asocian con la idea primaria de un “útero errante”, que constantemente se habría movido por el cuerpo de cada mujer sin razón ni sentido aparente, tal vez atraído por olores u obedeciendo a impulsos no del todo racionales, que nadie –según recuerdo-, llegó a explicar.


*
Hoy, por supuesto, descubro que comentar esto es más peligroso de lo que pensaba, y que pueden acusarte de varias cosas si por casualidad llegas a expresarlo en voz alta y sobre todo si le pides a una portadora –a una portadora de útero, me refiero-, que lo intente complementar.


*
Así y todo, no admiro la originalidad de esta antigua teoría, sino la belleza que en ella subyace. De hecho, cada vez que la recuerdo vuelvo a pensar que sería útil seguir con ella, y descifrar los movimientos que el animal interno llega a realizar. Saber qué lo impulsa, digamos y aclarar la relación que tiene con nosotros –o con ellas, en este caso-. De cualquier forma, es una idea que no me compete, y que, por supuesto, no desarrollaré más.

jueves, 28 de agosto de 2025

Carpinteros.


I.

Descubrí que en mi comuna hay un gremio de carpinteros.

Y que, como en todo gremio, uno se puede afiliar.

Bajo ciertos requisitos, ciertamente, pero el esencial es ser carpintero.

Eso me dijeron, al menos, cuando consulté.

Hay una cuota, por cierto, pero es baja.

Y tenemos una credencial bastante bobita, con la cual, desde entonces, me suelo presentar.


II.

“Vian, carpintero”, dice mi credencial.

Para obtenerla fui hasta una oficina que estaba en un taller.

Presenté una carta de solicitud, llené unas fichas y entregué fotos de mis supuestos trabajos.

Eran muy buenos, dijeron.

Y me invitaron a una reunión que se celebraría en dos semanas más.


III.

En la reunión me presentaron mientras proyectaban las imágenes que había enviado.

Recibí aplausos, mayormente, aunque también miradas de envidia.

Mitad y mitad creo yo, aunque el número de los otros era impar.

Me preguntaron cosas sobre mi taller, lugares donde vendía, dónde conseguía mi madera y varias otras cosas.

Yo improvisé respuestas que podrían resumirse en que trabajaba antes en otro lugar.

De cualquier modo, no percibí que las notaran frágiles.


IV.

Con el tiempo, he descubierto que hay otros como yo en el gremio.

Todos buscamos algo distinto, probablemente, aunque nadie confesó.

De hecho, tiendo a pensar que somos mayoría, ahí en el gremio.

Ninguno de nosotros sabe siquiera, hacer una cruz.

miércoles, 27 de agosto de 2025

Dónde está el riesgo.



-¿Dónde está el riesgo? –me preguntó, molesta.

En principio pensé que bromeaba, pero pronto descubrí que no.

Me miraba como si exigiese algo de mí que no solo no comprendía, sino que indudablemente no tenía.

Algo más que una respuesta, quiero decir.

-¿Dónde está el riesgo? –repitió.

Leí entonces en sus ojos que el riesgo era algo que ella exigía, como si solicitara sal en medio de una comida, frente a un plato soso y probablemente insípido.

-Está donde siempre –me animé entonces a decirle.

Me pareció una respuesta estúpida, pero digna.

Y es que justo en ese instante descubrí que yo, también, estaba molesto.

Ella me miró, sorprendida.

No es que no me molestase en lo absoluto, pero mi molestia se expresaba siempre de otra forma.

Ella lo notó.

Aun así, siguió con el tema.

-Es injusto –señaló-. Yo no tengo idea de dónde ha estado, ¿no sientes acaso que debió estar a la vista para los dos?

-No –contesté-. No creo que funcione de esa forma. Uno decide dónde ve, qué busca y todas esas cosas… No te cargo de culpas por algo que no vi yo…

-No entiendes –me dijo, interrumpiéndome-. Casi nunca entiendes.

Yo la miré y pensé que era cierto.

O que al menos esta vez era cierto.

-¿Dónde está el riesgo? –inistió.

martes, 26 de agosto de 2025

El mismo gusano.


I.

Nace en todos el mismo gusano.

De hecho, tal vez ni siquiera nazca y ya desde el inicio estaba ahí.

Igual que en el interior de las manzanas, aparece en nosotros este gusano.

No se asoma ni se muestra a simple vista, pero sin duda estaba ahí.

No digo, por cierto, que la aparición de este gusano sea por sí mismo algo malo.

No hablo de infecciones, ni pestes ni podredumbre…

De hecho, hasta lo veo a veces como un signo de salud.

Vida dentro de la vida, digamos.

Y no digo una señal sino un signo.


II.

Nace en todos el mismo gusano.

No se mueve mucho dentro de uno, salvo que se le incomode.

Yo pienso, por cierto, que lo incomodan ciertas sensaciones que uno tiene.

Y probablemente el sucedáneo del jugo de limón.

Tengo una historia que sustenta esto, pero lo que me falta es tiempo.

Casi siempre tengo historias y me falta tiempo.

Así y todo, lo del gusano dentro de todos no es parte de una historia.

Es tan concreto como el interior de cada uno, o el exterior.

Incluso, pienso que es anterior y más concreto que todo aquello que pensamos es anterior y concreto.

Tal vez y hasta nos parió el gusano ese, pienso yo.

lunes, 25 de agosto de 2025

En el río.



Viven en el río y apenas salen. A veces para cocinarse algo y almorzar. El resto del tiempo se quedan ahí, en el río. Con todo el cuerpo sumergido salvo la cabeza o un poco más. Por lo general cuento grupos de tres o cuatro integrantes. Deben ser familias, pienso yo. Observo y pienso, en realidad. Y de vez en cuando tomo apuntes. No se mueven mucho dentro del río, observo. Tampoco los veo hablar, aunque están despiertos. Dejan que el agua pase, simplemente, pienso. Que pase por ellos, quiero decir. Que sea ella la que se mueva, al fin y al cabo. Debe ser más fácil de esa forma, apunto.


Cuando salen del río tienen la piel arrugada. Ropas pegadas al cuerpo, en principio, pero a veces se las quitan y observas sus pieles arrugadas. No se ven niños entre ellos. Supongo que es por la altura, aunque en realidad no sé. Después de todo he visto mujeres embarazadas y una vez me pareció ver a una cargando a un bebé. Ya en tierra, juntan ramas y encienden fuego. Los observo sacar ollas de entre los arbustos y cocinar algo. Al hacerlo se mantienen en grupos y en silencio. Luego vuelven, simplemente a ingresar al río. Un día de estos, seguramente, me acercaré a ellos y les voy a hablar.

domingo, 24 de agosto de 2025

Dos elefantes.



Elefantes.

Dos solamente.

Se ven pequeños, desde acá.

Están cerca uno del otro, pero no en contacto.

Cada uno enfocado en cuestiones distintas, me refiero.

Ignorándose, casi.

Así y todo, permanecen cerca uno del otro.

De hecho, aunque lo intente, no puedo observarlos por separado.

Y es que están, digamos, en un mismo campo visual.


Dos elefantes.

Los fotografío ahora, mientras hay luz.

Me gusta que salgan en las fotos, como si fuesen pequeños.

Todo es cuestión de perspectiva, me digo, y hasta del encuadre.

Eso pienso, al menos, mientras saco las fotos.

Atardece, ahora, pero todavía hay luz.

Cuando esta se va, extrañamente, los elefantes parecen acordarse que son dos.

Se observan… se ubican en la misma dirección.

Uno al lado del otro, incluso.

Y es extraño, porque ahora que saben que son dos, parecen uno.

Un cuerpo, digamos, formado por dos elefantes.

Oscureció.


No hay luna esta vez.

Sonidos, apenas y presencias que se intuyen.

Duermen, ahora los elefantes.

De pie, apoyados en un árbol y a ratos en sus trompas.

Así los he visto dormir, aunque ahora todo está a oscuras.

Me gustaría ser uno más, por cierto, y dormir.

O ser dos, tal vez y recordarlo solo de vez en cuando.

Cuando no haya luna, por ejemplo.

Como hoy.

sábado, 23 de agosto de 2025

Darse cuenta.



I.

-¿Te has dado cuenta…? –me preguntó—. No soñamos con lo efímero sino con lo permanente.

Iba a preguntarle si lo que decía era una metáfora, pero me di cuenta que no.

Tal vez por eso, me lo pensé un poco antes de contestar.

-Nunca lo había pensado –contesté-. Aunque creo que a mí me pasa de otra forma.

-¿Tú sí sueñas con lo efímero? –me dijo.

Volví a pensarlo.

Un buen rato, lo pensé.

Ahora, sin embargo, no contesté.



II.

-Lo que yo creo es que lo efímero apenas sobrevive la vigilia –me dijo-. Me refiero a que, aunque no lo pensemos sabemos qué es frágil, y en alguna parte de nuestra consciencia reconocemos aquello que no está destinado a permanecer…

Yo lo observé.

-El sueño entonces va construyendo poco a poco algo que sea sólido, duradero… -siguió-, y escoge mejor otros materiales. Incluso si son sensaciones son sensaciones permanentes… enraizadas, quiero decir… que sabemos vamos a volver a sentir…



III.

Me di cuenta que habíamos dejado de hablar.

Tal vez había sido mi turno de decir algo y yo me lo había saltado.

Así que ahora, simplemente, me observaba.

No era tan incómodo, pero debo reconocer que percibí cierta tensión.

-Permanente y efímero –dije entonces, en voz alta.

Me miró, con extrañamiento.

-Permanente y efímero –repetí-. Una sola cosa.

viernes, 22 de agosto de 2025

Hierbas que calman, sin curar.


¿Ves esas que están allá, casi al fondo del patio? Pues de esas son de las que hablo. Las hierbas que calman, sin curar. A algunos no les gustan, pero para mí son las preferidas. Son las únicas que cuido, de hecho y las únicas que, de vez en cuando, consumo. No me preguntes nombres específicos en todo caso, pues no los sé. Yo solo las distingo por la ubicación en el patio. Se las compraba a una señora que era una especie de curandera y que no las recomendaba mucho, en realidad. Ella prefería a las hierbas que curaban directamente, y me recomendaba siempre que llevara de esas. Al final sale más barato, me decía. Curan el mal, lo sanan a uno. Usted debiese llevar esas. Y claro, no es que discutiese con ella, pero al final siempre llevaba de las otras. Ella las vendía ya brotadas y también como semillas. Deme mejor de las que calman, le decía yo. Lo otro ya es de uno y si lo venzo mejor lo hago de otra forma. Ella asentía, comentaba alguna última cosa y me las entregaba. Si soy sincero, nunca hablamos más allá de esas palabras, pero sentía que de cierta forma me conocía. Comprendía algo en mí que tal vez ni siquiera yo comprendía del todo. Regresó a su pueblo, años atrás. Ya era mayor y decía que quería morir en su tierra. Ahora nos parecemos un poco más, me dijo esa vez, antes de irse. Yo no entendí a qué se refería, pero le di la razón. Igual, ya no tomo de esas hierbas casi nunca, pero las cuido. No las olvido, quiero decir. Y ahí están.

jueves, 21 de agosto de 2025

¿Así cómo?


“La mayoría de las veces comenzaba así”
J. R.

-¿Así cómo?

-Así, de esta forma. Confundiendo un poco. Simulando un diálogo, por ejemplo, o enredando palabras para que luego ya no sepas cuáles son las que van y cuáles las que vienen.

-Las que van y vienen de dónde… o hacia dónde…

-No sé hacia dónde, yo me refería al desde, en realidad… A la voz detrás de la que nacen, quiero decir... Solo para confundir, en el fondo, y luego ya nadie sepa de quiénes salieron.

-¿Hablas de las palabras todavía?

-Claro, siempre hablamos de las palabras. O sea, ellas siempre hablan de ellas mismas... Se cargan entre ellas nada más, quiero decir, se empujan, se rechazan, pero siempre es entre ellas… No hay significado en el interior de ellas, todo es significante, si lo piensas. O el significado es también el significante… no sé si me explico…

-Pues no mucho…

-Lo que pasa es que vienes acá y supongo que quieres encontrar algo nuevo, y yo te estoy ofreciendo otra cosa… un cambio de orden con suerte, o un tipo de confusión nueva en el mejor de los casos.

-¿Me estás diciendo que el problema se origina en mis expectativas?

-No. No es eso. El problema es que crees que vienes por palabras y lo que buscas en realidad es algo distinto… Algo que no te atreves a decir que buscas y que podrías encontrar de forma sencilla, simplemente así, incluso…

-¿Así cómo?

Así… Ya te dije.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Todas las otras lunas.



*
Hablemos de eso, me dijo. No de las cosas de siempre, que ya cansan. Hablemos mejor de todas las otras lunas. Sí… Hablemos de ellas. De esas lunas que ni nombre tienen. De esas que viajan siempre por el otro lado del mundo y parecen esconderse para no ser vistas. Hablemos de ellas, mejor, me dijo. Para que alguien al menos hable de ellas. Para que de esa forma, al menos, sean vistas.


*
Si quieres piensa que son cuatro las otras lunas. Yo, en todo caso, elijo pensar que son dos. Una más grande que la otra, pero ambas siempre a la misma distancia. A la misma distancia de nosotros, me refiero... Invisibles hasta cierto punto. Lejanas. Invisibles hasta que de pronto te sorprenden y las descubres de alguna forma. Como el niño que no sabe qué palpita, y descubre de pronto que tiene un corazón.


*
Sí, hablemos de eso, repitió. Hablemos de ellas, pero no vayamos a verlas ni les demos nombres, que luego no querremos cargarlas. Hablemos de ellas, pero dejémoslas ahí y veamos mejor si son ellas o nosotros quienes terminamos alejándonos. Nada de traerlas puestas, por lo mismo. Nada de arrastrarlas como si fuesen una cruz. Acá nosotros y allá todas las otras lunas, me dijo. Tú sabes que es así.

martes, 19 de agosto de 2025

Ida.



Está ida. Cada vez más viejita y más ida. El otro día ella misma contó que llevo a castrar el gato y debió reconocer que de pronto confundía cosas. Y es que mientras insistía que lo castraran y pedía indicaciones sobre los cuidados luego de la operación, le dijeron que el gato que llevaba no era tal, sino gata. Y claro, ella entonces lo miró bien y debió admitir que sí, era gata, y además recordó de pronto que era la mascota de la señora Victoria, su vecina de enfrente.

-¿No se molestaron en la veterinaria? –le pregunté.

Ella pareció pensarlo un poco y luego sonrió.

-No… No se molestaron. Aunque al final tampoco resultó ser veterinaria –me dijo-. Creo que era la carnicería de don Lorenzo…

Seguimos así un buen rato, hablando de una serie de situaciones en las que ella olvidaba o confundía algo, y terminaba riéndose de la situación.

-¿Al final no llevó nunca a castrar al gato? –le pregunté entonces, como para unir los extremos de la conversación.

Ella me miró extrañada.

-¿Para qué voy a querer castrar un gato? –me dijo-. Hace al menos diez años que no tengo uno.

-Es cierto –comenté-. Me confundí.

-Es normal –me dijo-. No te preocupes. La vida ordena y desordena todo, pero al final uno se acostumbra.

Yo asentí.

Poco después, nos despedimos.

Ella se alejó entonces, caminando con dificultad.

Está ida, me dije.

lunes, 18 de agosto de 2025

No sé si estoy de vuelta.



“Soy el mono que enviaron al espacio
y estoy de vuelta”
P. M.


No sé si estoy de vuelta.

Tampoco sé de dónde, pero sé que volví.

No es que extrañase el lugar, pero es tu peso finalmente el que te devuelve a tu sitio.

Y a mí me trajo aquí.

Justo a este sitio, desde el cual escribo.

Si están atentos, por cierto, notarán que no hablo de origen, pero sí de sitio.

De este, en primera instancia, pero también de otros a los que supongo marché.

Digo esto porque recuerdo cosas, todo el tiempo, que no sucedieron aquí.

Nombres… Lugares… Sensaciones…

Y sé, de cierta forma, que esas cosas son ciertas.

Y es que no se van de uno, justamente, porque son ciertas.

Eso creo hoy, al menos, desde este sitio.

Y desde él, luego, las convierto en teoría.

Nada complejo en todo caso; el resumen es sencillo:

Alguien nos lanzó a lo alto en algún momento, pero ya volvimos.

No sé si lo deseamos, realmente, pero regresamos.

Eso es lo relevante.

De cualquier modo, para mí, no hay mayor diferencia.

Y es que, tras volver, he aprendido que el peso y la voluntad son prácticamente la misma cosa.

Me refiero a que, igualmente, terminamos volviendo por nosotros mismos.

Dudando de ello, pero volviendo.

Con un lenguaje gastado y probablemente distinto.

Pero volviendo, tal vez.

domingo, 17 de agosto de 2025

En orden.


P. trabajó seis meses en un crematorio.

Todo bien hasta el último día, en el que se le olvidó encenderlo.

Debía hacerlo dos horas antes de comenzar a incinerar.

Lamentablemente, ese día estuvo pensando en otras cosas y ocurrió el descuido.

Solo se dio cuenta del olvido cuando los primeros deudos llegaron y se pusieron frente al lugar donde se veía descender el ataúd hasta las llamas.

Por lo general, cuando comenzaba a quemarse y se encendía la madera, el ataúd dejaba de estar a la vista de los deudos.

Por lo mismo, pensó que podía engañarlos y fingir que todo había ocurrido normalmente, hasta que se encendiera todo.

Además, tendría tiempo, pues la ceniza se entregaba un par de días después.

Lo pensó un poco y eso hizo.

Esperó unos minutos, salió a avisar que todo estaba listo y pidió confirmar los tipos de urnas para la entrega de cenizas.

Nadie pareció sospechar nada.

Todo, salvo el fuego, había ocurrido como siempre.

Lamentablemente, uno de los deudos intuyó algo y decidió llamar al supervisor.

El supervisor, tras hablar con P., descubrir lo ocurrido y anunciarle su despido, fue con los deudos e intentó explicarles la situación, argumentando fallas técnicas.

Les dijo que debían esperar todavía una hora si querían presenciar el inicio del procedimiento y les ofreció un descuento importante en la cafetería del recinto.

-Solo deben cancelar el IVA -les dijo-, el resto corre por cuenta de la casa.

Varios deudos se mostraron molestos, pero terminaron por aceptar la situación, y dejaron la cafetería prácticamente desabastecida.

Mientras se iba del lugar, P. observó a los deudos comiendo en la cafetería.

Tras mirarlos, le pareció que ninguno se veía demasiado triste.

Nadie ha hecho ningún mal, se dijo.

Todo siempre ha estado en orden.

sábado, 16 de agosto de 2025

La saturación.



Hace unas horas leí una especie de oda a la saturación.

Un poema extenso publicado por un grupo de médicos y científicos noruegos como colofón de un libro que, según entiendo (y entiendo poco), replanteaba la forma en que los glóbulos rojos transportan la hemoglobina que está unida al oxígeno… o algo así.

Cómo sea, el asunto es que el poema ese me sorprendió bastante.

Tal vez repite mucho la palabra oxígeno, pero imagina que es justamente una forma para transportarlo de un lugar a otro al interior del poema.

El libro, por cierto, está publicado por una universidad noruega, y me lo compré porque incluía una serie de ilustraciones acuareladas, de tonos rojos, que me llamaron la atención.

Las ilustraciones, supongo, buscan explicar de forma bastante abstracta el proceso de oxigenación propuesto por los autores.

El libro, de tapas duras además, estaba escrito en inglés, por lo que, para entender el poema, me ayudé con una aplicación de traducción.

No tengo espacio donde dejarlo, por cierto, por lo que creo que lo guardaré simplemente en una de esas cajas que he estado llenando este último tiempo, hasta que me olvide de él.

Sinceramente, confieso, ya hasta me cuesta apilar aquellas cajas.

viernes, 15 de agosto de 2025

Fui al doctor porque las cosas.



-Fui al doctor porque las cosas me hablaron -me dijo-. Y no porque me hablaran, exactamente, sino porque me habían angustiado sus voces, y aquello que me habían dicho.

-Pero espera –le dije-, ¿encontrabas normal que te hubiesen hablado?

Él asintió.

Yo esperaba que bromeara o dijese algo que aportara coherencia a su relato, pero no lo hizo.

-El doctor me preguntó cuáles eran las cosas que me habían hablado –continuó-, y luego me pidió algún contacto familiar y me pidió encarecidamente que fuese a ver a otro médico, cuyo nombre anotó en un papelito.

-¿Un siquiatra? –pregunté.

Él volvió a asentir.

Esperé a que continuase la historia, pero no lo hacía.

Me vi obligado entonces a hacerle otras preguntas, a las que fue respondiendo en orden, aunque sin dar luces de comprender lo grave de sus afirmaciones.

Respondía como por cumplir, simplemente, como si estuviese decepcionado de la conversación que estábamos teniendo.

-Pareces molesto –le dije entonces.

-Claro que estoy molesto –dijo entonces-. Lo que pasa es que nadie me pregunta qué dijeron esas cosas. Solo se interesan por el contexto, las fechas y otros aspectos que no aportan en nada… Pensé que al menos tú lo harías.

-¿Por qué yo? –le pregunté.

Hizo una pausa.

-Porque algunas de las cosas hablaron de ti –contestó.

jueves, 14 de agosto de 2025

Nunca estuve aquí.



Me encontré una vez, por casualidad, un libro de Paul Auster.

Era un libro pequeño, en inglés, de poemas, que me recordaron un poco a La música del azar.

El libro lo encontré en la habitación de un pequeño hotel, en la que me quedé hace algunos años.

Estaba en una bolsa de papel, en el fondo de un pequeño clóset, y debía habérsele quedado a alguien que se hospedó ahí anteriormente.

No manejo muy bien el inglés, pero de todas formas me esforcé por leer aquel libro.

Los poemas tenían frases directas, después de todo, y sentí que podía comprenderlos, con cierta claridad.

El resto de esos días, sin embargo, esa comprensión no me afectaba en lo más mínimo.

No sé por qué me percaté de esto, pero recuerdo haberme preguntado qué hubiese sido diferente si no hubiese encontrado, leído y comprendido aquel libro.

Fue entonces que me sentí triste cuando pensé que nada, realmente, habría sido distinto.

Tal vez por eso, fue que decidí –cuando me iba-, volver a poner el libro al interior de la bolsa de papel y dejarlo exactamente donde lo había encontrado.

Luego, recogí todas mis cosas, preocupándome de no dejar nada mío en aquel lugar.

Nunca estuve aquí, me dije, cuando abandoné aquella habitación.

Nunca realmente.

miércoles, 13 de agosto de 2025

Las tareas.



Las tareas quedaron, como siempre, escritas en un papel.

Y el papel, como siempre, quedó afirmado bajo un peso, sobre la mesa.

Así lo encontró G. la siguiente mañana.

Igual que siempre, pensó, solo que esta vez el papel era más extenso.

No tanto como para pensar en una carta de despedida –aunque lo había pensado apenas verlo-, pero sí para comprender que esta vez la ausencia sería más prolongada.

La lista, por cierto, en esta oportunidad estaba escrita a ambos lados de la hoja, y como hablaba del pago de cuentas y de trabajos que se proyectaban por varias semanas, G. calculó que P. estaría fuera al menos un mes. Lo que duraban sus vacaciones de verano, prácticamente.

Habían hablado de ello, tiempo atrás, aunque sin especificar fechas específicas ni periodos ni nada concreto en realidad, simplemente conscientes de que algo ocurría y que no se sabía suficientemente de ello, como para poder hablarlo.

También habían acordado que no se pondrían en contacto en esos periodos, para respetar esa distancia.

Un día, sin embargo, aproximadamente un par de semanas después que P. partiera, G. comenzó a preguntarse por las plantas del patio.

Las notaba extrañas, aunque en realidad, pensó, no recordaba el aspecto previo, con precisión.

Después de todo, era P. quien se había preocupado de ellas, y como las ausencias anteriores habían sido breves -2 o 3 días como máximo-, y en la lista de tareas no se hablaba de ellas, no se había planteado la necesidad de regarlas.

Además, pensaba, cómo se sabe si son plantas que hay (o no) que regar.

Le dio vueltas a esto por varios días.

Releía la lista una y otra vez, como si hubiese alguna mención oculta a aquellas plantas, pero no la encontró.

Memorizó incluso todo lo que decía la lista, buscando algo sobre las plantas.

A lo mejor lo que busco es una excusa para llamar a P., pensó, mientras tomaba en sus manos la manguera del patio, para comenzar a regarlas.

Extrañamente lloró un poquito, cuando abrió la llave.

Y sintió, al hacerlo, como si hubiese dado un paso totalmente irreparable.

martes, 12 de agosto de 2025

Te desesperas porque sabes.



Es normal. Te desesperas porque sabes. Porque comprendes. Porque el resto está mal y desconoce su estado. Debieses enorgullecerte, en el fondo. Desesperarte con el pecho en alto. Gritar, incluso, si así te place. Al menos por eso, no preocuparse. Debieses dejar que te diagnostiquen. Permitir que te llamen por el nombre que prefieran. Que te presenten sus dioses y sus hobbies y sus pastillas. Déjalos simplemente que planifiquen sus viajes. Y que los realicen, incluso. Que se alejen de sí mismos y luego regresen y te enseñen sus fotos. Déjalos culparte por aquello que no encuentran. Baja la vista cuando dirijan su enojo hacia ti, como si tú los hubieses escondidos de sí mismos. Obsérvalos. Escúchalos reír. No te irrites con ellos. Compadécelos más bien. En medio de la desesperación, compadécelos. Como las mujeres esas quemadas en hogueras. Sí, haz como ellas. Porque ellas también sabían, en medio del fuego. Comprendían quiénes eran, quiero decir. Ellas y los otros. Por eso gritaban, con el pecho en alto. Igual como tú debes hacerlo. Lleno de orgullo en la base del grito. Cargándote a ti mismo mientras te lamentas porque los otros están mal y desconocen su estado. Y claro, tú te desesperas por eso. Porque comprendes, quiero decir. Y porque sabes. Es normal, te digo. Recuerda, cuando ocurra, que es normal.

lunes, 11 de agosto de 2025

Sincero.

“Sangre para mis venas, pensó”
Ph. K. D.

*
Soy sincero. En realidad no sé si lo pensó. Probablemente sí, si creemos lo que dice, pero igual no se trata de algo comprobable. De hecho, ni él mismo debiese asegurar que lo pensó. Y es que en un principio lo cree cierto, pero la duda siempre existe y de pronto llega. O se hace presente más bien, pues existe desde antes. Y claro, él entonces demora sus palabras y hasta parece que las elige, como si fueran un traje. Un traje repetido, es cierto, pero traje al fin. Uno entre diez en un ropero en que debiesen caber ocho. Soy sincero: siete tal vez, y posiblemente seis. No exagero. Yo sí que lo pensé.

*
Voy a donar sangre y me dicen que no. Que no estoy en condiciones, me dicen. Incluso, minutos después del primer no, no logro caer en cuenta de qué se me acusa. Por lo mismo, pregunto. A una enfermera y a dos tipos con delantal, les pregunto. Minutos después, ante la insistencia, ellos dejan de ignorarme y me dicen que harán una excepción. Por lo mismo, me entregan unos papeles que después firmo. Sale la sangre entonces y va a un frasco. No sé a dónde, después. Soy sincero.

domingo, 10 de agosto de 2025

El último bus.



-Compruebo si pasa el último bus –me dijo-. Ese es mi trabajo. Verifico el cumplimiento de la consigna.

-¿El cumplimiento de qué? –pregunté.

-De la consigna –contestó.

Yo asentí.

Luego pensé:

Verifica el cumplimiento de la consigna. No suena mal.

Lo único malo es que es un trabajo inútil, pero no suena mal, me dije.

-¿Estás pensando que lo mío es un trabajo inútil? –me preguntó de golpe.

Pensé en admitirlo, pero finalmente le dije que no. Que pensaba en otra cosa, le dije. En otras consignas.

-Sé que está el asunto ese del GPS y otras formas de monitorearlo –agregó entonces-, pero yo debo verificar no solo si el bus recorre las calles sino si va trabajando… recogiendo pasajeros, me refiero.

-Entiendo –dije yo-. No es un mal trabajo.

-Es cierto –admitió-. Probablemente no es un mal trabajo, aunque solo para los que esperan otra cosa.

-¿Otra cosa?

-Sí, otra cosa –dijo ahora-. En mi caso, otro trabajo.

-¿Espera otro trabajo? –pregunté ahora.

-Sí, desde hace mucho –dijo ahora-. Soy actor, sabe… Y uno de los buenos.

-Ya –dije yo.

Él guardó silencio otro minuto. Luego agregó:

-Lo que pasa es que todavía no me llega el papel adecuado. Años esperando y no me llega…

Yo asentí, mientras lo observaba. Se veía triste. O eso me pareció, al menos.

Iba a decir algo, recuerdo, pero justo entonces vi que se acercaba un bus.

-¿Ese es el último bus? –le pregunté.

Él asintió. Miró su reloj y luego anotó unos números en una libreta que llevaba en un pequeño bolso.

Poco después volvió a guardarlo.

-¿Se cumplió la consigna? –pregunté entonces.

-Siempre se cumple –dijo él, cortante-. Yo solo verifico el hecho.

sábado, 9 de agosto de 2025

Una y otra vez (en Islandia)



*
Me dediqué esta noche (y lo que va de la mañana) a ver películas islandesas. O sea, una era danesa, excepcionalmente, pero todas eran del mismo director islandés. Hlynur Palmason, se llama. Ya tiene premios y es bastante reconocido, así que no descubro nada. Nada salvo que ya he estado en Islandia, aunque lo olvide, una y otra vez.


*
Mientras veo las películas, reconozco los lugares, los caminos, y hasta el idioma, de vez en cuando. También la forma en que los personajes razonan y hasta comparto las decisiones que los llevan (o no) a actuar. Las plantas de mis pies, incluso, recuerdan la textura fría y a la vez acogedora, de algunos lugares. Acogedora porque saben mi peso, mayormente, y me sostienen bien. Por nada más.


*
Días largos, recuerdo. Días sin noche. O con noches que llegaban desde dentro y sin querer te confundían y hasta (sin querer) te hacían mal. Luces que rebotan en todas partes, menos en ti mismo, te das cuenta. Un hermano bajo tierra, una iglesia vacía y de vez en cuando animales silenciosos, en medio de un mundo que no sabe gritar. Buscas entonces, en esos sitios, pero en el fondo te sabes buscado. O encontrado, incluso. Eso descubro.

viernes, 8 de agosto de 2025

Cerrar los ojos.


I.

Como ocultarse es más difícil, los niños a veces optan por cerrar los ojos.

Ya sabes, cerrar fuerte los ojos y pensar que, de esa forma, los otros no pueden descubrirte.

Suena absurdo y es fácil suponer que no resulta, pero lo cierto es que ellos siguen haciéndolo, y sobreviven.

No como niños, porque crecen, y de pronto descubren que son otros.

Y claro, ocurre entonces que dejan de cerrar los ojos.

Y se ocultan de otra forma.



II.

Lo importante en todo caso, no es la forma exacta en que alguien se esconde.

Y tampoco, por cierto, aquello de lo cual se pretende esconder.

Lo importante es que, extrañamente, hasta la más inocente de esas formas, termina siendo eficiente.

O eso a mí, al menos, es lo que llama mi atención.

Que baste con la voluntad, me refiero.

Y que nada nos ataca, realmente.

O no nos hiere.



III.

Tal vez lo que ocurre, pienso a veces, es que ya estábamos ocultos.

Que siempre lo estamos, me refiero, aunque no lo comprendamos del todo.

Que cerramos los ojos, pero es como correr las cortinas de una ventana ya blindada.

Y que miramos, en definitiva, en una dirección equívoca.

Así, finalmente, crecen los niños.

Y así nos hacemos grandes.

Hasta que.

jueves, 7 de agosto de 2025

Así funciona todo esto.


Le pregunté si era cierto que había sido atleta cuando joven. Ella respondió que sí. Que incluso de adulta participó de algunas competiciones oficiales, aunque sin buenos resultados. Me llamaban únicamente porque seguía teniendo un récord de cuando era juvenil, me dijo. Uno que logré antes de los dieciséis años. Ellos sabían que no se repetiría, pero me llamaban igualmente y yo iba. No es que no me entrenara o fuese mala deportista, pero mis tiempos ya no eran especiales ni mejor que los de las demás. Así que luego de cierto tiempo dejé de ir, simplemente. Además, fue por ese entonces que me casé, tuve una hija y abandoné los deportes, por completo. Yo asiento, mientras la escucho. Por un momento pienso que ella me enseñará una foto de su hija, pero no lo hace. De todas formas, lo que me interesa es el asunto del récord. Por eso, le pregunto si todavía sigue vigente. Sí, todavía, me dice. Aunque sé que tarde o temprano terminará por romperse. De todas formas, no es algo que me importe. Recuerdo que una entrenadora me lo repetía una y otra vez: los récords están hechos para romperse, como el corazón del mundo, me decía. Era una entrenadora media poeta, por cierto. Creo que también tuvo hartos récords, pero luego los perdió… Ya sabes, concluye, así funciona todo esto.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Sin paraguas.


Ella se paró de improviso junto a mí y habló con soltura, como si me hubiera conocido desde antes.

-Ojalá no llueva hoy porque ando sin paraguas -me dijo.

Yo observé el cielo, que era claro y no se veía en él nube alguna.

-No creo que llueva –dije entonces-. El cielo está despejado y parece incluso que hará calor.

Ella entonces levantó la vista y observó el cielo.

-No me preocupa el calor –comentó-. Lo que me preocupa es que llueva y no tenga paraguas.

Yo asentí.

La observé luego, con cierto recelo, pues no me parecía muy normal su conversación y temí que pudiera traerme algunas complicaciones.

-Una complicación como la lluvia –dijo ella entonces, interrumpiendo lo que pensaba.

-¿Cómo? –pregunté.

-Digo que yo también puedo complicarlo como si fuese lluvia -explicó-. Y tampoco lleva usted paraguas para eso.

Cuando terminó de hablar la observé. Esta vez directamente, para saber si la conocía.

-¿No nos conocemos, cierto? –pregunté-. Desde antes, quiero decir.

Ella no contestó.

En cambio, volvió a mirar el cielo y me pareció que hacía unos cálculos.

-Parece que es cierto –comentó-. No se ven nubes, aunque igual no hay que confiarse.

Yo la observé y volví a asentir.

Nos quedamos en silencio.

Un par de minutos después, ella se fue.

Justo entonces, cuando dejé de verla, sentí caer la primera gota.

martes, 5 de agosto de 2025

El dolor no es nunca de uno.



El dolor no es nunca de uno.

Ni tampoco de los demás, por cierto.

Con esto –aclaro-, no me refiero a la idea de posesión o de ser los dueños del dolor, sino al casi terrible asunto de quién lo percibe. O lo sufre.

Digo “casi terrible”, porque en el fondo no se trata de una experiencia directa.

Es decir, lo que tenemos en nosotros, cuando nos dolemos, no es el dolor mismo.

Es decir, nuestro “estado doloroso” es el resultado de lo que algunos llamarían una experiencia a distancia, o asincrónica.

Con esto, en todo caso, no pretendo minimizar las sensaciones ni plantear –en lo absoluto-, que sean inexistentes.

Ese no es, en modo alguno, mi propósito.

En otras palabras, lo que ocurre es que nos dolemos, simplemente, pero sin dolor.

Y es esa simpleza, justamente, la que luego nos engaña y nos lleva a pensar que el dolor está ahí, en uno o en los otros; y hasta que tiene un tipo de existencia particular, diseñada a la medida de quien lo sufre…

¡Qué ilusos somos con el dolor…!

¡Y cuánto dolor extra tras reconocer, simplemente, lo indiferente que le somos…!

¡Ridiculez y vergüenza es lo que debiésemos sentir…!

No dolor, que además no es de uno.

Ni de otros.

lunes, 4 de agosto de 2025

Esa lluvia no cuenta.


Llovió, lo admito, pero esa lluvia no cuenta. No para mí, al menos. Caminé todo el día y me mojé bajo ella, es cierto, pero yo esperaba otra cosa. Una lluvia igual de intensa, tal vez, pero que se comportase distinto tras chocar con las cosas. Una lluvia con otro peso, de cierta forma. Una que vaya dejando agujeros, al caer. Eso es lo que esperaba. Una lluvia que siga cayendo una vez que toque eso que acostumbramos llamar superficie. Gotas que ignoren ese concepto, me refiero. Una lluvia que pase por ti, incluso, y luego más allá y no se detenga. Que no se detenga ante el borde de las cosas, quiero decir. Que ignore esas normas y se disponga a hacer algo más. Que se atreva a eso. Como las termitas esas que encontramos el otro día en la caja con libros de Balzac. No en todos, aclaro, pero sí en varios. O sea, no me refiero a las termitas en sí, sino más bien a las partes que ellas habían comido. A los túneles esos que se asemejan un poco al mundo cuando la lluvia lo atraviesa. Cuando la lluvia lo invade, me refiero, y lo llena de agujeros. Y es que esa lluvia sí, te digo. Seguramente sí. Esa sí contaría. Otra no. O no para mí, al menos.

domingo, 3 de agosto de 2025

Hecho, deshecho y hecho.


Se van a llevar a bien. Ahora no, claro, porque existe eso del tiempo, las costumbres y todas esas cosas que vuelven no inmediato lo que –según mi visión, al menos-, sin duda debería serlo. Cuestiones protocolares, podríamos llamarlas, como respirar antes de exhalar, las dos antes de las tres, o como el encuentro sexual antes de la gestación de la nueva vida. Acciones que nos demoran esencialmente, pero que permiten al mismo tiempo fortalecer la ilusión de que somos algo distinto a un continuo. O a un todo. Cuestiones que vienen entonces a cuadricular de cierta forma el espacio en que existimos para que podamos identificarnos cada vez que queramos en una casilla específica en la cual decir que somos –o estamos-, de forma distinta que en otra. Momentos, podríamos llamarlos, aunque desde ya señalo que no creo en ellos, aunque los constato. Es decir, acepto su existencia como la existencia de coordenadas. De líneas imaginarias, si quieren. De tiempo. De causas y consecuencias. O ahí pueden elegir ustedes de qué forma nombrarlas y entenderlas. Así y todo, lo que busco no es complicar las cosas. De hecho, lo que persigo es exactamente lo contrario. Decirles que estén tranquilos. Que se van a llevar bien. Que no hay otra forma, incluso, porque ya está hecho. Hecho y deshecho, si prefieren. Deshecho y hecho.

sábado, 2 de agosto de 2025

A menudo te equivocas y crees que la historia es tuya.


A menudo te equivocas y crees que la historia es tuya. O no tuya precisamente, pero que de cierta forma gira en torno a ti. Es un error común y hasta puede que la palabra error no sea la adecuada. Me refiero a que tienes derecho de creerlo, supongo, durante algún tiempo. A sentirte protagonista y hasta pensar que el libro termina con tu propio fin. Eso hasta que el verdadero fin llega, por supuesto, y entonces te das cuenta que no eres la historia. Que no es tuya. Algo que probablemente intuías, pero que preferías no saber. O no decir, al menos.

Y claro… es triste, hasta cierto punto. O puede serlo, sin duda, para algunos. Sobre todo para aquellos que se niegan a abandonar la idea de la historia propia. Para aquellos que no aceptan que pasaron apenas por el libro ese que en algún momento creyeron propio.

Y es que apenas (con suerte), descubrirán que fueron una nota. Siempre quietos, como un marcapáginas. Uno en medio de un libro ajeno y que probablemente nadie leyó. Y además, marcando algo cuyo significado no llegamos nunca a comprender del todo.

Así y todo, las enseñanzas fueron claras:

No eras tú, el libro.

No eras tú, la historia.

Y no eras tú, tampoco, el centro de la historia.

Es decir, estuvimos ahí, simplemente, en medio de algo.

No en el centro, pero si en medio.

Y nuestra vida, pequeña y breve, se desarrolló ahí.

viernes, 1 de agosto de 2025

Casi justo, al empezar.


“El rey le dijo a Alicia:
«comienza por el principio, luego sigue,
y cuando llegues al final te paras».
Pero ¿dónde está el principio?”
R. F.


*
El mayor problema tuyo es que te paras antes de empezar. Te detienes, quiero decir. Ya sabes, como si hubieses llegado de antemano a algún sitio. No digo que lo creas, necesariamente, pero así se observa, desde aquí. Es un hecho, me refiero. Ni siquiera lo interpreto. Principio, medio y fin, dicen que escribió Aristóteles. No parecía muy difícil. Pero tú, en cambio, te detienes justo antes.

*
Así y todo no me quejo. Yo por mi parte no, al menos. Y es que cuando queremos comenzar, solemos descubrir que ya hemos comenzado. No mucho más atrás, es cierto, pero antes. Y eso es lo que cuenta. La voluntad de. El deseo de comenzar. Y entonces, el comienzo.

*
No te creas. Seguir no es fácil. No importa qué te digan, seguir nunca es por impulso. Es así. Los que dicen otra cosa no saben, simplemente. Seguir es como andar en esas bicicletas de piñón fijo. De esas en que pedaleas todo el tiempo. Seguir es seguir y un poco más, entonces. No importa para qué.

*
Es cierto. Luego está el punto en que te detienes. Ese punto al que llegas, quiero decir. Ese que encuentras sin buscarlo, solo por el hecho de detenerte y dejar de seguir. Y claro, es entonces cuando aflora ese problema tuyo del que hablaba en un inicio. En un inicio como este, por cierto, solo que un poco más arriba. Casi justo, al empezar.

jueves, 31 de julio de 2025

Para no pelear.


I.

Ahora, para no pelear, intentamos solo hablar de temas de los cuáles sea imposible discutir.

No son muchos, en todo caso, así que lo cierto es que cada vez hablamos menos.

Hicimos una lista, de hecho, de la que vamos escogiendo temas al azar, para evitar discrepancias.

A veces, cuando a uno de los dos se le ocurre un tema nuevo nos enviamos un mensaje.

¿Crees que este tema sirva?, nos preguntamos.

Entonces, si estamos de acuerdo, lo pasamos de inmediato a la lista.

Si no, acordamos simplemente decir que no, sin dar ni pedir explicaciones.

Creo, sinceramente, que se trata de un buen método.


II.

Había escrito la lista, para que se hicieran una idea, pero se me ocurrió consultar antes de compartirla y me negaron el permiso.

Pensé en discutirlo y pedir razones, pero al final decidí evitar la disputa.

Además, me dije, ustedes son lo suficientemente listos como para hacerse una idea del contenido de la lista, por sus propios medios.

Espero, por supuesto, no equivocarme.


III.

Todo está bien, en resumen.

Eso me gustaría, al menos, dejarlo claro.

Así y todo, debo confesar que me resulta extraño no discutir en lo absoluto.

No es que lo prefiera, pero encuentro poco natural lo que hoy día nos ocurre.

No es una queja, por cierto, sino más bien una observación.

Y es que todo está bien, como decía.

Todo en su lugar. Inmóvil.

Y un poquito tibio.

miércoles, 30 de julio de 2025

Nunca haría algo así.


“Nunca haría algo así.
Sería indigno.”
R. F.


F. fue donde el dentista hace unos días. No iba hacía años. Le explicó sobre el dolor de dientes, pero al parecer el doctor no le entendió. Por lo mismo, este le hizo algunas preguntas, tecleó unas cuantas frases y luego le dijo que se sentara, mirase hacia la luz y abriese la boca.

-Puede cerrar los ojos mientras mira la luz –agregó el dentista-. O sea, no necesita mirarla en realidad, sino cerrar los ojos y apuntar hacia ella…

F. asintió e hizo lo que el dentista le ordenó. Dejó que hurgaran en su boca largo rato. Luego observó cómo el dentista observaba las radiografías que se había tenido que tomar antes de la atención.

Finalmente, el doctor le pidió que se enjuagara.

Entonces, volvió a hacerle otras preguntas.

Lo complejo del caso, por cierto, es que a F. no le dolía un diente o una muela en particular. Pero tampoco se trataba de una cuestión de sensibilidad general. De hecho, gran parte de la conversación fueron comparaciones a través de las cuáles F. intentó comunicar cuál era el tipo de dolor que sentía.

Sus palabras, sin embargo, no lograron iluminar la comprensión del dentista.

-Le recetaré algo mientras –le dijo a F., luego de un par de minutos-. Debiese aliviar el dolor momentáneamente, pero es importante que descubramos desde dónde nace. Sus rutas… No sé si me entiende…

-Entiendo –dijo F.- Debemos descubrir dónde nace el dolor y qué caminos toma.

-Exacto –dijo el dentista.

Luego anotó unas últimas observaciones y le extendió unos papeles a F. Una receta y una orden para nuevos exámenes, para ser exactos.

F. se puso de pie y se despidieron.

De camino a casa pasó a una farmacia y compró el analgésico que le habían recetado.

Le retuvieron la receta.

Ya en su casa, esa misma noche, botó la orden para exámenes, decidiendo que sería inútil ir.

Se paró frente al espejo y observó.

Sus ojos, primero, y luego sus dientes.

-Nunca haría algo así –se dijo.

Luego se lavó los dientes, y se acostó.

martes, 29 de julio de 2025

En lo absoluto.


“Yo no entendía nada, pero me quedó algo parecido
a la sensibilidad hacia un color determinado”
A. B.


Ella me cuenta que vivió casi quince años en una casa que tenía vidrios de colores. Nada de vitrales, ni diseños exclusivos ni nada parecido, sino más bien tonos rojizos y otros cercanos al sepia, debidos a la mala calidad de los vidrios.

-Unos tíos construyeron la casa, ellos trabajaban en construcción y se llevaban materiales sobrantes o algunos con rebaja –me cuenta.

En esa casa, por cierto, vivió durante su época escolar, cuidada por sus abuelos, hasta que uno de ellos murió y ella decidió entrar a trabajar en una ciudad cercana, y arrendar una casa pequeña junto a un grupo de amigas.

-Recién entonces me di cuenta lo distinto que era vivir en una casa con ventanas transparentes –me dijo-. Me resultaba extraño. Molesto, incluso. No lo entendí de inmediato, pero poco a poco comencé a darme cuenta que era eso lo que me incomodaba… La sensación de que dentro de la casa todo se veía igual que afuera… con la misma luz… Era la primera vez que sentía que vivir en una casa era algo absurdo, incluso artificial… Una especie de caja simplemente para crear la ilusión de un adentro distinto a un afuera…

Debo reconocer que me costó entenderla, cuando hablamos.

Aunque claro, tampoco es que me haya esforzado mucho.

De hecho, la escuché por obligación, mayormente, mientras esperábamos a un grupo de amigos en común.

Luego de esa charla, de hecho, no volví a hablar con ella y no recordé sus palabras hasta que supe lo que le ocurrió, hace unos días.

Y sí, debo reconocer que aquello también fue extraño, pero no me sorprendió.

Y es que sentí, entonces, que podía verla a través de un filtro, que me permitía comprender mejor sus decisiones.

-No nos vas a decir lo que sabes –me preguntaron entonces.

-No –contesté-. En lo absoluto.

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