miércoles, 14 de diciembre de 2016

El tiempo te llena de caricias.

“¡Cómo si yo pidiera una limosna común…!”
E. D.


El tiempo te llena de caricias.

Te adormece el tiempo con caricias.

Y te escapas, sin más, de las caricias del tiempo.


Y es que el miedo -del tiempo, de la vida, de estar solo-,
te lleva a huir de aquello que aletarga.

Pero el tiempo es en verdad el que está solo.

Y es el tiempo a fin de cuentas, el único que existe y envejece.


Tú, en cambio, no escapas de la muerte.

No envejeces, digamos.

Tú vives y mueres de a poquito.

Y el tiempo se despide con caricias.


No se trata, por tanto, de un favor o de un castigo.

No se trata de la muerte como un hecho único y terrible.

Y es que la vida no es una limosna al moribundo.

Y el corazón se estanca y no responde,
apenas cuentas los latidos que le quedan.


Pide entonces –no lo dudes-, una limosna que no sea común.

Exígela incluso si resulta necesario.

La aventura, el amor y hasta la fiebre.

¡Esas sí que son limosnas!

Menos es siempre una felicidad mediana.


El emperador que más cuidó sus pies,
no dio nunca paso alguno.


Deja que el tiempo, entonces, te llene de caricias.

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