viernes, 24 de abril de 2015

No un poema.

Si quieres cualquier cosa, grita,
yo estoy atento.


No un poema. Porque no es un grito, el poema. O sea, lo es, pero es un grito raro. Un grito dado en la dirección equivocada, digo yo. No es, sin embargo, que el poeta escriba para sí. Tampoco pido que escriba para otros. Esos dos caminos son erróneos. O sea, esos no son y además, tampoco es para el tiempo. Ni para ni por el tiempo. A todo esto,  ¿te sabes la historia del monje…? Pues se trata de un monje, claro. Uno que subió a la montaña y pasó veinte años ahí. Cuando volvió le preguntaron qué hacía allá arriba y él se demoró dos años en responder. Entonces, cuando pasaron los dos años, él confesó que pasó esos otros veinte contando sus dedos. Son veinte, les dijo. Luego, cuando le insistieron en la pregunta y cuestionaron su respuesta, él se defendió diciendo que era cierta, y agregó que él los contó el primer día, pero se quedó todo ese tiempo, comprobándolo. Los que lo oían pensaban que bromeaba, pero no lo hacía. Entonces, cuando aceptaron su respuesta, además de hallarlo loco lo tildaron de egoísta. Todo por sus propios dedos, decían. Pero el problema acá es que el monje no era egoísta. O por lo menos, aunque me equivoque, así lo quiero ver yo. Quiero imaginar que el monje se quedó para comprobar los veinte dedos de todos. El hombre tiene veinte dedos, debe haber concluido entonces. El hombre los tiene. La humanidad, los tiene. Y claro… puedes pensar que no tiene que ver, pero tiene. Me refiero a que esa historia te debiese responder claramente por qué no un poema. Por qué gritar de esa forma, me refiero. Ahora, si tú me preguntas por qué se demoró dos años en revelar su primer para qué, te diré que no has entendido nada del fondo de todo esto. Y hasta te recomiendo de paso, que cuentes tus dedos, para estar seguro. Yo cuento veinte, por cierto. ¿Cuántos cuentas tú?

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