miércoles, 29 de abril de 2015

Afilador de cuchillos.


Y pensar que yo quería ser afilador de cuchillos.

¿Se acuerdan…?

De esos que pasaban por las calles y hacían sonar un silbato.

Y es que a mí me gustaba ese sonido…

Era casi como una sirena.

Un aviso que anunciaba algo más que un simple oficio…

Y es que el cuchillo, digamos, era también una promesa.

Un filo guardado a escondidas en el corazón de cada casa.

La esperanza de una rebelión posible.

El arma secreta que iba a degollar al mundo.

Pero claro… algo había también que eliminaba el filo.

Un temor en cada casa.

Un jardín, una felicidad tibia…

El miedo a que la vida nueva estuviese finalmente
rellena de mierda.

Así, digamos,
nos faltó confiar lo suficiente.

Y nos faltó, sobre todo,
desear lo suficiente.

En cambio,
los filos se perdieron.

El silbato dejó de escucharse.

Y hasta se fomentaron los cuchillos de plástico.

Fue así como,
en definitiva,
uno también fue cómplice
de la desaparición de este oficio,
y el corazón rojo de las casas
desde entonces
fue quedándose vacío.

Y es que hoy, finalmente,
solo hay sangre y ladrillos
en el corazón de estas casas.

A veces un zumbido, es cierto…
o algo así como un silbato lejano.

Pero claro, me digo,
deben ser otras cosas…

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