sábado, 5 de agosto de 2017

Treinta hombres para enterrar a un gigante.


I.

Se necesitan al menos treinta hombres para enterrar a un gigante.

Ni mujeres ni niños pues un gigante muerto es cosa que da lástima.

Treinta hombres de fuerza que no se detengan a pensar sobre el porqué de sus acciones.

Treinta hombres que no se detengan a sentir que ese gigante pudo ser el último.


II.

Yo mismo una vez ayudé a enterrar uno.

Luego de morir su cuerpo estuvo tibio por al menos doce días.

Limpiamos su piel, pero no quisimos cerrar sus ojos.

En ellos, al reflejarse el cielo, parecía estar menos vacío.


III.

Sobre el cuerpo de los gigantes se acostumbran plantar árboles.

Y es las raíces, según dicen, se nutren de aquel cuerpo.

Sin lápidas ni piedras deben estar sus tumbas.

Si una ciudad crece sobre ellas toda la ciudad será maldita.


IV.

Nadie sabe a ciencia cierta cuánto viven los gigantes.

También, por otro lado, desconocemos dónde viven.

Quien logra verlos vivos cree que ha visto a Dios o a uno de sus ángeles.

Quien los ha visto muertos sabe que el amor es real, pero pequeño y pasajero.


V.

A veces odio a Dios porque abandona a los gigantes.

Además llegará el día en que no habremos treinta hombres.

La fuerza perderemos y los perros comerán su carne.

Nos permitiremos llorar y todo habrá acabado.


VI.

Se necesitan al menos treinta hombres para enterrar a un gigante.

Nada de oraciones. Nada de llantos. Nada de palabras.

Olvidemos sus acciones y pensemos que el mundo se enriquece.

Sobre el corazón, en sus tumbas, brotan flores amarillas.

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