lunes, 14 de agosto de 2017

Mancha.


Ella y él admiten que se engañaron.

Hace años.

Durante un viaje que hicieron a República Dominicana.

Ambos lo sospechaban, pero nunca lo habían admitido claramente.

Él la engañó con una vendedora de tabaco.

Ella lo engañó con un tipo que sacaba fotos en la playa.

Fue la misma noche en medio de un tour que compraron por separado.

Ambos coordinaron quedarse esa noche en otro lugar y la habitación que compartían en el hotel quedó vacía.

Se volvieron a reunir por la mañana, al otro día.

Ninguno habló de lo sucedido.

Luego fueron a bucear y se sacaron también fotos con delfines.

La foto de ella estuvo enmarcada durante algunos meses, puesta en el dormitorio.

Ahora ella y él hablan del asunto mientras toman la tercera botella de vino.

No parece un asunto tan grave.

No hay al menos mucho daño, de por medio.

Los niños están grandes y ellos siguen juntos.

Incluso, mientras hablan, ambos cuentan algunos detalles.

Él, por ejemplo, cuenta que a ella le gustaba gritar, mientras lo hacían.

Ella, en tanto, cuenta que el hombre apenas la dejó dormir, en esa ocasión.

Ambos ríen, finalmente, cuando confiesan que a los dos les pidieron dinero, en la mañana.

Para el taxi, pidió el hombre.

Para el peluquero, pidió la mujer.

Eso hablan cuando vuelcan, de improviso, una cuarta botella de vino –recién abierta-, sobre la alfombra.

Igual ya está vieja, piensan ambos, mientras observan la mancha.

No vale la pena, incluso, esforzarse por limpiarla.

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