martes, 30 de marzo de 2010

Ser grieta.

Un amigo me dice que necesita un texto para ver si se publica un un semanario y me da dos días. Empiezo a escribir uno. Veo que sale mal, y no se lo envío. Pero lo dejo aquí. Pa que no se pierda.
Perdonen si se repite:
Me cuesta decir que trabajo en un colegio particular perteneciente a la Cámara Chilena de la Construcción. Me da un ataque de tos en la última parte de la frase o justo vibra un celular que dejé de usar hace casi dos años. Prefiero decir que soy un infiltrado, un virus, o una grieta en la estructura de esta organización. Similares a esas que se taparon con pasta muros en este mismo establecimiento para tranquilizar a los apoderados.
Y es que los apoderados deben estar tranquilos. Deben ir a trabajar y encontrar a su hijo feliz y avanzando hacia una ruta soñada. Y los quieren sentir sólidos. Para que luego sus nietos puedan treparse sobre ellos y así hasta que el montón de cuicos y aspirantes llegue al cielo, o se derrumbe. No ven más opciones. Y la verdad es que yo tampoco: Yo quiero ser la grieta.
Y a veces no me da, asisto los sábados a las cicletadas o a las corridas por las villas vecinas y me digo que debo vigilar. Estar atento a todo ese espectáculo que busca posicionar al establecimiento entre casas que se distinguen por el coste en valor UF. Porque así se diseñan las rutas. Y se evitan por supuesto el sector de edificios en liquidación o las casas pareadas que existen hacia el otro lado de la calle.
Pienso que me eligieron porque soy un gran actor, porque al ser grieta sé revestirme y parecer cualquier otra cosa. Y a veces me siento orgulloso porque los he engañado. Y finjo que lo disfruto. Igualito como lo hizo Ricky Martin todos estos años. Claro que con menos seguidores. Y un poquito menos de pinta.
El punto es que entré. Di a entender que me interesaba asegurar el futuro de mis hijos y el mío propio. Que sí, que estaba de acuerdo con el lucro y el sistema. Y los entrevistadores vieron en mí a un ser apto para la vida social. Codicioso y por lo tanto confiable. Uno de ellos en definitiva. Puedes llegar alto en esta empresa, me dijeron. Y sentí como en mis hombros trepaba otro tipo y otro, y me hundí un poco más en la oficina.
Faltaba algo más, sin embargo. Antes de entrar frente a los alumnos, viene el momento de la inducción. Nos citan en un colegio de la red y comienzan a contarnos una historia que todos seguimos, mientras un tipo con la voz de Bonvallet intenta darle un tono de cuenta cuentos:
Había una vez un grupo de empresarios bienintencionados, nos dice, que querían hacer un mejor país y entonces se juntaron y decidieron crear un grupo, una Cámara, desde la cual una nueva visión de Chile pudiese despegar. Sólida, nueva, en base a otros valores que aquellos ya oxidados.
Yo miro las caras de mis colegas, y lo peor es que asienten, sonríen por la expresividad del pseudo-Bonvallet y hasta uno se atoró con la tapa de un lápiz, pensando que eran cabritas, mientras disfrutaba del 3D.
Y estos hombres pensaron, por ejemplo, ¿por qué no les damos una alternativa a la forma en que nuestros compatriotas se pensionan? Y crearon la primera AFP... Luego pensaron en un alternativo sistema de salud, y crearon Consalud, y así, hasta el día de hoy… Ahora, queremos posicionarnos también como educadores, y ser un referente, para lo que contamos con ustedes…
Entonces nos da una cifra espeluznante de la cantidad de gente en Chile que se vincula con la Cámara Chilena, y todo parece hasta cierto punto una película de ciencia ficción. Aunque lamentablemente no lo sea.
Nos hablan de proyectos de liderazgo, de emprendimiento, y nos señalan como una gran meta que podemos dejar de ser profesores algún día, si seguimos en esta empresa. Hasta quien sabe, pueden llegar a dirigir alguno de nuestros establecimientos, o hasta uno propio, ¿se imaginan?
A quién le interesaría, o para sus hijos, a ver, levanten la mano aquellos que les gustaría que su hijo fuera un gran empresario… y veo que todos levantan la mano. Todos los profesores, aquellos que educan este país, es más, aquellos, se supone, que son como yo. Que supuestamente queremos lo mismo.

¿Y dónde está el Estado?
No. No es una nueva comedia gringa como esas de los 80. Es hasta una pregunta sensata cuando pensamos en cómo este grupo de empresarios bienintencionados, han llevado sus buenas intenciones por todo Chile y son paradigma y referente en prácticamente todos los ámbitos posibles. Y ahora también, por supuesto, en la educación.
Pero el Estado no aparece. Sólo lo encuentras en los sellos de los billetes, o en el nuevo logo que ya aparece en todos lados para intentar justificarse. El Estado es como el viejo profesor de religión en un colegio donde todos se han eximido, y sólo busca no hacerse problemas. Congraciarse con la mayor cantidad de alumnos, apoderados y directivos para que su permanencia esté asegurada.
Por usar mis ejemplos más cercanos.

Y de pronto me siento tan ridículo como si fuese una grieta dentro de otra grieta. Y quién sabe si está también está dentro de otra. Donde nuestra acción es cada vez más infructuosa y un colapso es una palabra demasiado grande, y hasta te avergüenza soñar con eso, porque no sabes o no recuerdas ya qué era aquello que debía existir debajo. ¿Cuáles eran los valores? ¿Qué era aquello que estaba antes de que el dinero se instaurara y el lucro fuera el objetivo vital de todo esto? O incluso: ¿Hubo algo antes?
Y es que nos han enseñado a dudar. A tener miedo. A pensar que lo único sólido son aquellos proyectos que no llevan a ningún sitio: al liderazgo, al emprendimiento, ¿pero hacia qué?

Hace unos días asistí a una conferencia de Vivianne Robinson, que se realizó en la Universidad Católica. Una especialista en liderazgo que trabaja actualmente en la Universidad de Auckland. Una conferencia con el logo del gobierno por supuesto, en cada una de las hojas que conformaban el programa. Era sobre la formación de líderes educacionales en Nueva Zelanda. Y donde se veía, al tope de la primera diapositiva y encaramado sobre el título, una figura levantando los brazos, feliz de haber llegado. Por entre las letras y hasta la parte baja del telón de proyección había otras figuras desperdigadas. Abatidas.
A excepción de una. Estaba en la parte más baja del telón sobre una O de no recuerdo cuál palabra. Pero era una figura tranquila. No parecía aspirar a nada. Era, en definitiva, una nueva clase de grieta. Una mucho más certera, y que ya está instalada.
Y entonces pienso, ahí en medio de todos ellos, que más que grietas que derriben todo esto, lo que necesitamos en verdad son nuevos pilares. Firmes. Nuevos viejos valores, o directamente nuevos, de paquete, como le dirían a don Francis. Después de todo, estos chicos no van a durar, me digo. No así.
Y hay que tenerles algo preparado en qué creer para cuando caiga todo esto. Hay que estar firme.
Taparse las grietas uno mismo. Y que se venga abajo esta hueá, compañero.

2 comentarios:

  1. Me gusta el txt de la grieta, aunque siento distancia, claramente de esa condicíón, lo mío es el simulacro, algo más o menos carnavalesco, esa mezcla entre planchar una camisa o colgarla estilando a todo sol. Ambas formas explican y suponen lo mismo: buena presentación. La grieta es un estado de grito bajo siete llaves, lamento no saliera en el semanario, lo busqué y no lo hallé.
    Sigo apuntando cosas, leo, releo, busco el poema esa voz, anhelo las instancias de conversación. Soy un sobreviviente de la conversación, en eso me he convertido. Y así voy desmontando el significado al significado de la vida.
    A ver si nos topamos por ahí.
    suerte

    RC

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  2. Emocionante. Que se venga abajo, compañero!

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