domingo, 28 de marzo de 2010

A propósito de Barbarroja y de un lugar lleno de cosas nuevas.

He terminado de ver Barbarroja y he aprendido que la bondad se propaga. Que aunque parezca absurda y sin sentido en un momento, toda experiencia dolorosa puede transformarse a través de la bondad. Y que luego esa bondad se propaga.
¿Qué lo he aprendido recién? Es cierto, quizá no. Pero la verdad es que es algo que se aprende y se olvida. Y hoy lo he aprendido nuevamente. Y ayuda que te lo recuerden para no olvidarlo.
¿Suena fácil? No lo es. Pero no lo es cuando se duda. Y películas así ayudan a que esas dudas desaparezcan. Y a que pueda ser más fácil.
Barbarroja es una película sobre el sanar, sobre el qué hacer con uno mismo hacia los demás, sobre la confusión de las pasiones y la bondad que se propaga. Es una película que ofrece algo a todo quien lo busca. Y lo regala con afecto. Y verdad.
Barbarroja es además un médico, un doctor, que ve más allá de las enfermedades físicas de sus pacientes, y debe recibir a un nuevo médico, quien se siente superior al lugar donde le tocó llegar y quien se desconoce también a sí mismo. Y quien, por supuesto, debe aprender demasiado todavía.
No voy a contar mucho más de la película. Si la necesitan la van a encontrar. O van a encontrar lo que en ella se dice en otro sitio, que es igual de valioso.
Una imagen si les cuento, y es que hacia el final de la película, un niño que siempre entraba a un lugar a robar, y que algo también ha comprendido, le dice a quien le ayudó, que desde el día de mañana él, sus hermanos y sus padres, irán a un lugar bonito donde ya no tendrán hambre, y donde existen un montón de pájaros desconocidos y las flores nacen en cada momento, y que el lugar queda hacia el oeste…
¿Y saben? Más allá de lo que pasa en la película, basta con abrir los ojos para ver que ese lugar está aquí. Y está lleno de pájaros cuyo canto desconocemos y flores que nacen a cada momento.

Hasta hace cuatro años no había probado las frutillas, ni la palta, ni la sandía, decía que no me gustaban, entre muchas otras cosas. Hubo un momento en que entendí que era el camino equivocado, y me permití probarlas, acepté ese regalo. Lo hice junto a una persona, que ha dejado de creer en mí y con quien hemos terminado hace pocos días. Ella ya conocía esos sabores desde antes. Yo no, y me embriagué con ellos. Con la alegría de bailar y muchas otras cosas que eran nuevas para mí, cosas que no asimilé bien y a las cuales también les tenía miedo. Además las ganas de amar también habían vuelto y a veces la alegría de eso te hace dejar de ver al otro o a ti mismo. En mi vida me han mentido mucho (incluyéndome a mí mismo y mis propias mentiras) y pensé que eso podía dejar de ser verdad y perderse, y muchas veces tuve miedo y lo hice más difícil. Y a veces, por supuesto, ella también se equivocó.
Como todos.
Pero intento avanzar. Y sobre todo comprender. Y más allá de este término y de lo que produce y significa y todo aquello que duele y etc., hoy volví a aprender que la bondad se propaga, y que es con el ejemplo que cada uno puede aportar al enfrentar el dolor. Enfrentarlo no para vencerlo, sino por creer en algo más allá de él. Y entregarse por ese algo.
No puedo creer en los demás si antes no creo en mí mismo. Y no quiero ponerme en duda ni ser quien no soy. Es un compromiso. Y le agradezco a todos aquellos a quienes me ayudan a ver que también están o han estado comprometidos con lo mismo, aunque hayan dudado muchas veces. Gente cercana, alumnos, a mi hijo, a mis amigos (entre los que cuento a Kurosawa, por supuesto, y a otros de quienes les hablaré acá), a algunos ex colegas que se han acercado (aunque se cuentan entre los amigos así que van dobles). También le agradezco a ella, porque si dejó de verme también fue porque yo me equivoqué y mostré una imagen errónea. Y lo hice más difícil. Y porque sé que lo intentó, aunque algo más haya faltado.
Espero afirmarme y que esa bondad que se propaga, se propague también a mí y desde mí. Y sirva también de algo. Sé que puede ser así.
Creo en eso.
A todo esto, una de las cosas nuevas que intenté probar y con la que no hubo caso fueron las aceitunas. Me producen un rechazo, las considero demasiado fuertes, quizá, no sé explicarlo bien. Pero voy a conceder que las considero simpáticas, al menos, sobre todo cuando están puestas en conjunto sobre un platito y brillan a su manera.
Otra cosa extraña, y equívoca quizá, es que algunas de esas cosas nuevas que probé, me acostumbré a comerlas sólo con aquella persona y seguí rechazándolas cuando estaba con otros o en mi propio espacio. Cómo sea, algo a solucionar. Y con mucho gusto.
Un día de estos compartimos algo, y a lo mejor hasta ustedes se atreven a probar nuevos sabores. Y ganamos todos. Como con esas viejas pirinolas.
¿Alguien se acuerda?

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