No.
No es este.
No es este el punto de partida.
Nunca es, de hecho.
Nunca lo es.
Las palabras, quiero decir.
Las palabras siempre llegan tarde.
Después del punto de partida, me refiero.
Es así:
Tarde nosotros, primero.
Tarde luego, las palabras.
Y la comprensión, si es que llega.
No.
Tampoco es este.
Tampoco es este el punto de partida.
Tal vez lo pensamos, pero no es.
Lo que pasa es otra cosa.
¿Y qué es lo que pasa?
Respondo:
Lo que pasa, creo yo, es que sobreestimamos la honestidad.
Eso y además pasa que no hay mérito.
No lo hay en reconocer la falta de comprensión, quiero decir.
Así lo pienso:
No es honestidad reconocer aquello.
Y claro, tampoco es aquello un punto de partida.
En lo absoluto no lo es, me digo.
No es el punto.
Si fuera otro, me dijo alguien, una vez.
Si fuera otro no sería yo quien diga esto.
De hecho, es probable que me dedicara a buscar a ese otro.
Con esto, sin embargo, no planteo que esa búsqueda
sea en modo alguno meritoria.
Eso al menos, no lo he dicho.
Y es que mi intención, a fin de cuentas, siempre ha sido otra.
Sencilla, pero otra.
Si es que llega.
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