martes, 25 de febrero de 2020

Sé que existe el yeti.


"No podría asegurar si existe Dios, pero sé que existe el yeti. Puedo asegurarlo porque lo vi, más de una vez, y no tengo dudas al respecto. Usted verá si me cree, por supuesto, pero tenga en cuenta que yo no gano nada con convencerlo. Casi nadie tiene en cuenta eso, por eso se lo digo. Me llevó mi padre a verlo, la primera vez, a fines de los años sesenta. Yo era un niño en ese entonces y él me contó que lo había visto un par de veces, cerca de Rengo. Se habría aparecido mucho por esos años, aunque nadie sabía por qué, aunque parecía siempre estar buscando algo. Mi padre me contó que lo siguieron y lograron descubrir, más o menos, la zona en que habitaba. Estaba viejo ese yeti, según descubrió mi padre. A veces hacía un sonido extraño, del que heredó el nombre con el que lo llamaron en la región: Kunk. Lo vieron en la zona, en la montaña, entrando a una especie de cueva. Siempre estaba solo y parecía triste. Caminando dificultosamente por la región. Según mi padre, él y dos amigos lo vieron tendido entre las rocas, aparentemente muerto, en el verano del año sesenta y uno. Decidieron no contarlo a nadie, pues ya habían tenido problemas al contar que lo veían. Cuando fueron a ver qué había ocurrido con el cuerpo, días después, notaron que el cuerpo había sido cubierto por un gran número de rocas, que estaban en el lugar, a modo de tumba. Y no quisieron, por supuesto, remover nada. Luego pasaron un par de años y mi padre conoció a mi madre, se casaron y nací yo -no fue en ese orden, realmente, pero no viene al caso. Fue entonces que, para el día en que cumplí seis años, mi padre me llevó a ver al yeti. Le dijo a mi mamá que íbamos a la montaña, porque yo ya estaba grande y fuimos sin más. Llegamos esa tarde hasta el montón de rocas donde estaba enterrado el yeti. Mi padre incluso puso unas flores cerca. Cuando nos íbamos me volví a mirar el lugar y vi que había un ser grande, tras un árbol, observándonos. Hay al menos dos más, dijo mi padre, dándose cuenta que lo había visto, pero no debemos contarlo a nadie más. Yo tomé en serio sus palabras y así lo hicimos. Ni siquiera se lo contamos a mamá. Pasaron los años. Mi padre vivió con nosotros hasta que yo tuve doce años, más o menos. Mi madre conoció a otro hombre, se casó nuevamente y nos fuimos a Santiago. Ya estando en la universidad, durante unas vacaciones, volví al lugar y traté de encontrar la tumba. Me costó varios días, pero finalmente lo hice. Vi un yeti, durante esos días, y hasta lo escuché hacer su extraño sonido, al llegar la noche. También me encontré con papá, al final de ese viaje, en la estación, pero no me acerqué a saludarlo. Lo vi de lejos, simplemente, y luego me escondí tras un kiosco, igual que el yeti tras de un árbol. Con los años me he arrepentido de eso, pero supongo que ya es tarde. Si supiera que Dios existe tal vez le pediría que me dejase volver a verlo. Pero claro… ya te dije que no sé si Dios existe realmente, y es probable que mi padre ni siquiera esté vivo. Para recordarlo (a mi padre, al yeti y quién sabe qué más…), puse en el patio hace unos años un pequeño montón de piedras. Ahí están."

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