martes, 18 de febrero de 2020

Mostaza.

Había restos de mostaza en ese plato. No voy a lavar eso. Fue la única condición que puse al trabajar aquí. Pude haber mentido alegando que soy alérgico, pero preferí decir la verdad: que me da asco. No sé bien por qué, pero el olor de la mostaza me da asco. Si lo huelo se queda presente mucho tiempo, me provoca náuseas, no es para mí algo agradable. Fue lo único que pedí y ustedes lo aceptaron. En principio, lo aceptaron. El trabajo es básico y sencillo, pero trato de hacerlo bien. Lavo los platos, principalmente, entre otras cosas. Es sencillo, y no me ofende. Por las mañanas hago clases sobre el concepto de estética, en Hegel, pero lavar los platos no me ofende. Necesito el trabajo y les expliqué a todos mi condición. Creo que no es tan compleja y me he disculpado muchas veces por los posibles inconvenientes. Los platos que tienen mostaza les he pedido que queden aparte, pero me los acercan igual. Por lo mismo, yo mismo los separo y los llevo hasta el otro lavaplatos. Puedo entender eso. Lo soluciono. Contengo la respiración y los llevo. Mientras murmuran cosas y se burlan un poco, los llevo. Pero puedo observar que se molestan. E incluso sospecho que en los últimos días han puesto mostaza a propósito en algunos platos sucios. Y no poca mostaza. No han escondido una semilla, digamos, en medio de los platos. Por eso se los menciono de nuevo. Si no aceptan mi situación, díganmelo y me voy, no hay problema. Lo he dicho desde un inicio. No me creo más que nadie y solo me molesta la presencia de mostaza de la misma forma como me molestan algunas cosas de Hegel, cuando trabajo con sus textos. Se me revuelve el estómago con ambas. Me contaminan. Siento que se impregnan y quedan pegadas dentro. Ya no sé cómo decirlo. Díganme ustedes qué hacemos. Mírenme a los ojos y díganme. Eso es ahora lo que exijo. Aquí espero.

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