I.
Se bajó del barco sin saber de dónde venía.
O sea, sabía que venía del barco, pero nada más.
Debía llenar unos papeles, al bajar, pero él insistía en decir que no sabía desde dónde venía.
Finalmente, como pensaron que bromeaba, anotaron simplemente la ciudad desde donde había partido aquella embarcación, varias semanas atrás.
II.
Luego de desembarcar caminó por el puerto.
Llevaba consigo una maleta pequeña de la que tampoco recordaba mucho.
Además, le habían entregado un documento para que fuese a una bodega a retirar otras cargas, una vez que se asentara.
Entonces caminó por el lugar sin dejar de mirar el mar, dándole de esta forma la espalda a la nueva ciudad, que era lo que observaban todos lo que bajaron del barco.
Tal vez por su extraño comportamiento, nadie se acercó a él hasta que comenzó a anochecer, y unos policías fueron a hablarle para saber qué le ocurría.
III.
Tras varias preguntas y respuestas no muy claras, los policías que hablaron con él concordaron en que era un tipo inofensivo y decidieron no llevarlo al calabozo.
Sin embargo, fueron hasta una pequeña oficina y revisaron juntos el contenido de la maleta que cargaba.
El contenido tampoco aclaraba mucho.
Unas pocas ropas, utensilios de aseo personal, un libro de Juan Emar y el dinero suficiente –y un poco más, que luego desapareció-, para comprar el pasaje de regreso al lugar desde dónde, aparentemente, había comenzado su viaje.
IV.
Así fue como, tras pasar la noche en un sector de espera del mismo puerto, volvió a embarcarse rumbo al lugar en que sus documentos indicaban que había iniciado su trayecto.
Ya en casa, uno de los policías que había ayudado en el proceso, le comentó orgulloso a su mujer:
-Hoy día salvamos a un hombre –le dijo.
Luego, detalló lo ocurrido, exagerando algunos puntos.