miércoles, 5 de junio de 2024

Da lo mismo el contexto.


Da lo mismo el contexto.

Él simplemente estaba ahí y de pronto me habló.

No sé muy bien de qué, pero luego de un rato todo se detuvo cuando él dijo:

-Los lobos no pueden matar otro lobo cuando este se ha rendido. Creo que se inhiben o algo así.

-¿Algo así? -dije yo.

-Sí, algo así… -intentó explicar-, la verdad es que no sé bien por qué lo hacen, pero obviamente no es por piedad, es algo así como un código, supongo, no sé…

-¿Y me lo dices por qué? -pregunté.

-Por que apelo a tus códigos… Y porque espero que seas al menos mejor que un lobo.

-¿Entonces te has rendido? -le lancé.

-No es eso exactamente -dijo con un gesto incómodo-, pero tampoco es que seamos lobos… y tampoco es cuestión de muerte, claro está.

-¿Y entonces?

Hizo una pausa antes de contestar.

Me pareció cansado.

-Entonces analízalo tú -siguió, aunque cambiando un poco el tono-. Yo te lo decía más bien como un consejo. Tú eres en el fondo los dos lobos. El que se rinde y el otro. No sé nada más.

Tras decir esto, se levantó y se dirigió hacia algún lugar.

Da lo mismo el contexto.

martes, 4 de junio de 2024

¿Puedes resumirlo?


I.

-¿Puedes resumirlo? -me preguntó.

Yo la miré sorprendido pues apenas había llegado y no había dicho todavía ninguna palabra. Ni siquiera la había saludado.

-Hola… -atiné a decir-. ¿Qué quieres que resuma?

Ella me miró con una expresión extraña.

No era molestia, eso puedo asegurarlo, pero tampoco era en lo absoluto una buena expresión.

-Solo te pido que resumas -me dijo-, sea lo que sea resúmelo.

-Al final vamos a morir -le dije, aparentando indiferencia-. Ese es siempre el resumen de todo.




II.

Se sentó frente a mí y me miró fijamente.

Ahora sí estaba molesta.

-Ese no es un resumen -me dijo-. Un final no es un resumen. Debieras saberlo como profesor de lenguaje.

Era cierto, me dije, aunque de todas formas pensaba en buscar un argumento que validase mi expresión.

No lo encontré.

-¿Qué es lo que pasa? -pregunté.

-Eso tampoco es un resumen -me lanzó en vez de una respuesta.

Luego tomó sus cosas como si fuese a marcharse, pero no se marchó.

Preferí, para evitar disputas, irme yo.




III.

Luego de aquello nos volvimos a ver unas cuantas veces.

Siempre con amigos en común, aunque ocurría que al llegar la noche nos quedábamos juntos, sin mediar gestos ni palabras.

Durante el último encuentro, sin embargo, ella comenzó a hablarme de su familia.

Vivían en el extranjero.

Creo que el padre había muerto y ella debía viajar para hacer unos trámites y dijo que probablemente no iba a volver.

Yo no supe qué decir, así que la dejé hablar.

Lo hizo durante largo rato, aunque ya olvidé lo que dijo.

En resumen, primero informó, luego se puso triste y luego molesta.

Ya en la mañana, ambos nos vestimos y nos fuimos del lugar.

Sé que dije cosas también, esa mañana, pero ya las olvidé.

No fueron esenciales, a fin de cuentas.

lunes, 3 de junio de 2024

Una montaña es lo opuesto al fuego.


Una montaña es lo opuesto al fuego, me digo.

Mientras subo a la montaña, al menos, eso es lo que me digo.

No es el agua, como muchos creen.

A no ser, por supuesto, que haya fuego en la montaña.



Sigo subiendo, mientras hablo para evitar pensar en otras cosas.

De todas formas, digo ahora, si hay fuego en la montaña eso al menos demuestra que fuego y montaña no son lo mismo.

Que se oponen incluso, el uno ante la otra.

El fuego que quiere reducirla a cenizas, me refiero, y la montaña que no lo deja hacer.



Antes costaba menos, por supuesto, me digo.

Menos esfuerzo, menos trabajo… podías llegar a la cima sin necesidad de tantas palabras.

Ahora, en cambio, no puedes dejar de hablar.

Arrojas palabras como migajas, incluso, para reconocerlas de regreso e identificar el camino.



Y es que llueve mientras subes la montaña.

Y la tierra mojada te devuelve a ratos y si te descuidas hasta te hace caer.

Además, por si eso no bastase, está el frío que te impulsa a rogar por fuego.

Ese fuego que es lo opuesto a la montaña, por supuesto, y que mágicamente no va a parecer.



Una montaña es lo opuesto al fuego, me digo, mientras tomo un último impulso.

Y justo entonces, el fuego.

domingo, 2 de junio de 2024

El penúltimo.


I.

En la universidad había un tipo al que le decían el penúltimo.

Cuando supe de su existencia él estudiaba filosofía, pero antes ya había cursado algún año de historia y sociología.

Lo conocí en la biblioteca, en una ocasión en que ambos habíamos reservado el mismo libro de Handke, que por ese entonces (al menos en la universidad) no muchos conocían.

Esa vez, finalmente, se llevó el libro él, por lo que algunos amigos me dijeron que entonces yo pasaba a ser el último.

-¿Por qué el último? -pregunté.

Y claro, fue entonces que me explicaron que él era el penúltimo.

O que así le decían, al menos.



II.

Aclaro desde ya que nunca llegué a saber por qué le decían de esa forma.

Admito que ahora me parece extraño, pero lo cierto es que por ese entonces todos teníamos apodos que aceptábamos sin más, sin detenernos a preguntar.

Lo que sí le pregunté varias veces fue qué hizo con el libro de Hanke, que no volvió a aparecer jamás.

El decía que lo había devuelto, pero en la biblioteca me dijeron que el último en pedirlo lo había extraviado, y que había donado otro en su lugar.

El libro perdido era “El miedo del portero al penalti”.

El libro que donó era un manual escrito en francés, para criar bonsáis.



III.

El año en que egresé me peleé a golpes con el penúltimo.

Por ese entonces el estudiaba literatura inglesa y vendía drogas en los patios de la facultad.

Por suerte, resultó que no era muy fuerte y cayó casi al primer golpe.

O se dejó perder, probablemente, para no complicar su estancia en la universidad.

No recuerdo muy bien, pero creo que nos peleamos sin razón alguna.

Solo sé que estábamos bebiendo, en un grupo, y luego ya no recuerdo más.

Días después, lo busqué para disculparme, pero me enteré que otros vendedores le habían disparado.

Había sido en la calle, donde lo esperaban cuatro tipos, que le dispararon varias veces hasta que observaron que ya no se movía.

-Mataron al penúltimo -me dijeron esa vez.

Y yo no supe, muy bien, qué sentir o qué pensar.

sábado, 1 de junio de 2024

El arte de la sumatoria.


“Dios creó los números enteros,
lo demás es obra del hombre”
L. K.


Como me enseñaron que no se debía contar juntas, cosas de distinto tipo, casi siempre que lo intentaba terminé contando hasta uno.

En su momento, más que un ejercicio matemático, me sirvió al menos para captar la diferencia que existía entre cada cosa. Y la independencia, digamos, que tenían entre sí.

La sumatoria, sin embargo, quedaría postergada.

Aun así, con el tiempo, me las ingenié para poder agrupar cosas independientes, y pude entonces contar hasta números más altos, agrupando por ejemplo todas las cosas que no eran conscientes de que eran distintas entre sí.

A continuación, por cierto, debería dar ejemplos, pero lo cierto es que no escribo aquí para explicar procedimientos internos, ni tampoco para denunciar la inconsciencia ontológica de aquellas cosas que conté.

¿Qué es lo que hago, entonces?

Pues es sencillo de decir: hago trampas, en principio, para luego contar lectores.

El contador de visitas los suma, es cierto (y por lo demás no asegura que hayan sido lectores, sino solo visitantes), pero con el paso del tiempo he logrado desarrollar cierto grado de intuición, lo que me permite identificarlo a usted, por ejemplo, y contarlo de manera clara y precisa: uno.

Luego vendrá otro, es cierto, pero entonces seré yo quien decida si aquel es otro uno o algo distinto, y almacenaré esa información.

Ahora bien, ¿para qué sirve almacenarla?

No para mucho, si soy sincero, pero las conclusiones que obtengo de ello me sirven al menos para seguir contando un poco más.

Así, espero, pueda desarrollar de una vez por todas este arte de la sumatoria.

Y descansar un poco, al final.

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