jueves, 11 de agosto de 2016

W.


W tiene un perro llamado T.

W también tiene un perro llamado G.

Ambos perros fueron parte de la misma camada y son prácticamente iguales.

W los ha cuidado desde pequeños y aun así, a simple viste, no distingue uno de otro.

Por suerte, ambos perros reconocen sus nombres, por lo que la distinción se ve facilitada.

Es decir, cuando W llama a G, viene hacia él exclusivamente G, mientras que T lo ignora.

Asimismo, si W llama a T, este último se dirige a él de inmediato, mientras G permanece indiferente.

Lamentablemente, tras unos años con sus mascotas, W decide hacerse cargo de otro perro de la misma camada que los suyos, que hasta entonces había sido cuidado por su primo N.

El perro de N, dicho sea de paso, se llama S.

N le advirtió a W, sin embargo, que no tomara muy en serio a S, pues era un perro que buscaba, permanentemente, confundir a sus dueños.

Ya en su hogar, W pudo comprobar que T, G y S eran indistinguibles entre sí, e intentó por eso llamarlos por su nombre, para ver si servía en S el mismo método de reconocimiento que para los otros dos.

Y claro, fue entonces que W se dio cuenta que la advertencia de N había sido necesaria.

Esto, ya que cada vez que W llamaba a T o a G, venían hacia él dos perros, mientras que si llamaba a S no venía ninguno.

Y claro, como a mí me parece de suma importancia el asunto ese de los nombres y la razón suficiente que los ata a ciertos seres o entidades, decidí explicarle la razón que respalda la forma en que podría resolver su problema.

A punto de explicarlo, sin embargo, me di cuenta que ya lo había hecho.

Llamé entonces a W y le dije que buscara acá la respuesta.

Supongo que lo hará o ya lo hizo.

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