jueves, 7 de mayo de 2015

Me piden un cigarro.


Me piden un cigarro en la calle.

Yo contesto que no fumo.

Entonces ellos insisten con la petición del cigarro.

Y claro… yo vuelvo a decirles que no fumo.

Así, aquellos que me preguntan se acercan ahora un poco más agresivos y me dicen que no me dejarán ir si no les entrego un cigarro.

Uno de ellos incluso me muestra una cuchilla.

Yo, en tanto, intento explicarles nuevamente que no fumo, y que, por lo mismo, no tengo cigarros.

Entonces, mientras uno de ellos me pone la cuchilla a un costado, otro abre mi mochila para buscar, supuestamente, el ansiado cigarro.

Así, entre pruebas a medio revisar, un libro y alguna otra cosa, el que buscaba le hace un gesto al otro, de desaliento.

Con todo, sin entender yo mismo qué ocurre, me veo de pronto revolviendo mi mochila, buscando el cigarro, que sé que no está.

Finalmente, tras entender –supongo-, que no tenía cigarros, cada uno de ellos (eran 2, solamente, a todo esto) saca un lápiz pasta y se lo meten en la boca, como si se tratase de un cigarro.

Yo los miro, simplemente, mientras se alejan.

Ya de vuelta a casa, no sé por qué, me fijo en una mujer que le reza a Dios, con los ojos cerrados.

Mientras espero a que los abra, recuerdo que debo pasar a comprar un nuevo par de lápices pasta, por el camino.

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